Juli Capella: “En este país las viviendas están muy mal paridas”
Arquitecto y diseñador
“En este país, en general, las viviendas están muy mal paridas. Siempre lo hemos sabido, pero con el covid todas las carencias han quedado a descubierto. De repente nos hemos dado cuenta que vivimos en pisos que no son versátiles, que no tienen salidas al exterior. Un desastre”.
Estoy con Juli Capella en su estudio de arquitectura, ubicado en un edificio de oficinas del Eixample. Juli empezó a trabajar en una época en la que, arropada por una extraordinaria campaña de marketing y más dinero público que privado, Barcelona se situaba en el mundo como una ciudad moderna, a la vez histórica y dinámica, conservadora y rebelde. Aquella voluntad de resurgir, de dejar atrás un pasado gris, encontró su relato en una nueva ansia por potenciar el espacio público. Urbanistas, arquitectos, diseñadores… La ciudad hervía con encargos e ideas que buscaban crear una ciudad que fuera atractiva para los de fuera y cómoda para los de dentro.
Las décadas han pasado, los grandes arquitectos ya no salen en los diarios, de diseño no se habla y la transformación hacia una ciudad mejor, más interesante pero también más humana, parece haber llegado a un punto muerto. La comercialización de Barcelona ha tenido un éxito evidente, como demuestra la llegada masiva de visitantes, pero ¿y los barceloneses? ¿Vivimos en una ciudad mejor, tenemos mejores viviendas, la arquitectura que se ha hecho en las últimas décadas va en la dirección correcta? “No”, dice Juli. ¿Y qué podemos hacer? “El 99% de las personas no pueden hacer nada, necesitan un lugar donde vivir y tienen que comprar aquello que hay en el mercado”. Entonces, ¿quién tiene la culpa? “La administración”.
La vivienda como producto
El arquitecto y diseñador señala a la administración por pensar “de forma reglamentista, pero con una mentalidad del siglo XIX. El poder público tiene que espabilar y entender que la vivienda no es un producto comercial sino un espacio donde la persona tiene derecho a vivir dignamente. Tiene que ser la administración la que marque pautas, pero el problema es que cambiar las normativas es muy lento y pesado y hay muchas presiones de un sector económico que, no lo olvidemos, tiene un peso desproporcionado en nuestra economía y, por lo tanto, es muy poderoso”.
Y aquí, en esta impotencia a la hora de decidir cómo tiene que ser la ciudad y su arquitectura, es donde los ciudadanos han desarrollado unos anticuerpos que les permiten contrarrestar por dentro aquello que no funciona por fuera. “Hemos hecho un país muy feo, es una vergüenza cuando se compara con otros países europeos. Nos pasamos el día hablando de paisaje, pero nos importa un pepino, porque si amáramos la tierra, la protegeríamos. Los núcleos más interiores de los pueblos están bien, pero en el exterior se ha permitido un desastre, de mala urbanización, de arquitectura fea, de naves industriales cutres. Es una cosa muy pujoliana, presumir de aquello que haces bien pero esconder aquello que haces mal. Hay que amar la tierra, pero también hacen falta normas y multas. Francia no solo es más bonita porque la gente ame el paisaje, que también, sino porque destrozarlo está penalizado”.
El hogar como refugio
Esto, esta fealdad provocada por décadas y décadas de mala arquitectura construida de cualquier forma y en cualquier lugar, ha provocado que busquemos “la belleza en el único espacio que podemos controlar, que es nuestra casa. ¿Qué puedo decidir yo de mi entorno? Nada. ¿Y qué hago? Busco la belleza en el interior. Hemos construido casas refugio para protegernos de la fealdad del país, y esto es un desastre porque, como decía Miguel Delibes, la fealdad es la puerta de la estupidez, y la estupidez es la puerta de la maldad”.
¿Cómo es hoy esta casa-refugio? Es un espacio que cada cual se construye a su manera, de acuerdo con sus gustos y necesidades, con más o menos objetos, este color de pared o aquel otro, con pinturas o sin. Pero hay unas tendencias generales que se repiten y que configuran el espíritu del tiempo. Y, según Capella, en este momento esto pasa por la revolución de dos espacios concretos: la cocina y el baño.
“Ha sido una revolución porque eran dos espacios considerados sucios. Las cocinas estaban separadas y las madres no dejaban entrar a nadie, era su espacio. Y los baños eran lugares prohibidos, una zona de detritus. Ahora esto ha dado un giro de 180 grados. Las cocinas son vistas como el espacio central de la casa, un lugar donde la familia cocina, come, se reúne, un espacio de encuentro con amigos. Se está imponiendo el modelo de cocina integrada en la sala de estar, en parte por influencia de las películas americanas, y esto es muy significativo, la unión de un espacio hasta ahora considerado molesto con la sala, hasta ahora la zona más noble del hogar. Un espacio que estaba escondido ahora lo muestro, y paradójicamente lo hago aunque no cocine nunca o prácticamente nunca. Se ha convertido en un símbolo de estatus”.
Una transformación todavía más significativa es la de los baños. “El baño era un lugar vergonzoso, escondido, un espacio donde cagar. Pero ahora es un espacio íntimo, privado, pero en un sentido no solo de cumplir una función fisiológica sino de cuidarte, de estar bien contigo mismo. Ya no es la habitación de los detritus sino la del wellness, un lugar donde pasar rato, con velas, con una decoración especial, con luces cuidadas, con música. Es como un santuario. Ahora bien, mientras que la transformación de la cocina es más general, aunque sea a pequeña escala, la del baño va por detrás y se ve de momento en las viviendas más caras. Con todo, la dirección es clara”.
El espacio exterior
¿Cuál es el siguiente paso? La zona exterior. “Es como una burbuja, un espacio de aire que te corresponde. La administración tendría que hacerlo obligatorio, aunque fuera 10 o 8 metros cuadrados, un lugar donde puedas tener una pequeña mesa y una silla. Es una transición entre el espacio público y el privado que es necesaria, pero en las últimas décadas ha ido desapareciendo, se han hecho muchos edificios sin balcones y, al hacer pisos más pequeños, muchos no tienen acceso a los patios interiores, con galerías donde siempre se había hecho mucha vida. Incluso allí donde se han hecho galerías hay gente que las ha cerrado, porque los pisos son tan pequeños que necesitaban ganar este espacio. Y este, el del espacio exterior, es un ámbito que solo la administración puede regular, no se puede dejar en manos de los constructores”.
El problema, obviamente, es que mientras que la transformación de cocinas y baños (allá donde es posible, claro) depende solo de nosotros, sobre el espacio exterior no tenemos ningún control: está o no está. Pero Capilla insiste: “Es crucial, no podemos renunciar. Hace falta que lo exijamos. Y también el espacio público, que es nuestra segunda vivienda. Podemos tener una casa que está bien, pero después, ¿dónde llevo a los niños? ¿Dónde está el parque?”.
Si vives en el barrio barcelonés de Gràcia (por ejemplo), el parque está… lejos.