Neurociencia

Los bebés son conscientes de su existencia a los tres o cuatro meses de edad

Un nuevo estudio relaciona la conciencia con la planificación de movimientos y sus efectos en el entorno

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Un niño

Las personas somos conscientes de nuestra existencia. Pero, justamente, uno de los temas más controvertidos tanto en neurociencia como también en filosofía es qué implica ser conscientes, de dónde surge esta conciencia y en qué momento de la vida empezamos a ser conscientes de nosotros mismos y de las consecuencias de los actos. En el libro What is life? (“Qué es la vida”), el físico y pensador Erwin Schrödinger lo resumió de forma clara en una sola frase: “Si mi cuerpo funciona como un simple mecanismo siguiendo las leyes de la naturaleza, ¿qué es el yo?”

En 2017, un trabajo publicado en la revista Trends in Cognitive Science por investigadores del Trinity College de Dublín en colaboración con neurocientíficos australianos, alemanes y estadounidenses mostró que unas semanas antes de nacer los fetos ya muestran actividad en las áreas del cerebro que, en los adultos, se sabe que están activas cuando llevamos cualquier proceso consciente. Pero, ¿hasta dónde llega esta conciencia o protoconciencia y cómo se desarrolla?

Conciencia y cuerpo

Para aclararlo, la psicóloga Aliza T. Sloan y sus colaboradores, de la Universidad Atlántica de Florida, en EE.UU., y de la Universidad del Ulster, en Irlanda del Norte, han diseñado un experimento muy ingenioso que demuestra en qué momento y cómo los bebés adquieren conciencia de sí mismos en relación con el entorno. Según han publicado en la revista PNAS, este aspecto de la conciencia se adquiere cuando alternan momentos de actividad y de pausa y se dan cuenta de la influencia que esto tiene sobre su entorno.

Cuando los adultos somos conscientes de nuestros actos o estamos pensando sobre nosotros mismos, se activan unas zonas del cerebro muy concretas, que reflejan el grado de conciencia que tenemos. Contrariamente a lo que se podría presuponer, estas zonas cerebrales no se encuentran en las áreas implicadas en el pensamiento reflexivo y el razonamiento, como sería la corteza prefrontal, sino en las estructuras cerebrales que permiten vincular los pensamientos a nuestro cuerpo y a los movimientos que hacemos: el bulbo raquídeo, el llamado puente, que es la zona que une el bulbo raquídeo con el cerebro, y el cerebro.

De alguna forma, parece que la conciencia surge de la interacción entre la actividad cerebral y la corporal. Por eso es tan importante trabajar la corporeidad durante la educación infantil. No solo favorece el desarrollo de la coordinación física, sino también de la propia conciencia. Estas son las áreas del cerebro que empiezan a activarse de forma intermitente durante las últimas semanas de desarrollo fetal, como demostró dicho trabajo publicado en 2017.

Un experimento con un móvil y un hilo

Partiendo de estos conocimientos previos, Sloan y su equipo de investigación diseñaron un sistema para ver en qué momento los bebés se daban cuenta de que los movimientos que planifican y ejecutan tenían un efecto en su entorno. El hecho de relacionar la planificación, que es una actividad mental y cerebral, con las consecuencias de los movimientos, es decir, de una actividad corporal, indica que comienzan a ser conscientes de sí mismos. O, al menos, que son capaces de empezar a tener propósitos de forma querida.

Los investigadores prepararon un sistema de captura de imágenes 3D para analizar con precisión todos los movimientos de los bebés, incluidas las expresiones faciales, y pusieron un móvil con varias figuritas colgando sobre la cuna donde estaban. Si no tenían acceso al móvil, lo miraban y, de vez en cuando, agitaban las piernas, de manera aparentemente aleatoria. Dicho de otra forma, no relacionaban sus movimientos con los del móvil, porque estaban desconectados.

Pero a algunos bebés les ataron en un pie un hilo que, en el otro extremo, estaba unido al móvil, por lo que cuando movían el pie el móvil también se movía. Y cuando estaban quietos, el móvil también estaba quieto. Después de varios ensayos aparentemente aleatorios en los que agitaban los pies y estaban quietos mientras observaban el móvil, los bebés empezaron a ensayar de manera más planificada, intercalando períodos en los que agitaban los pies y sonreían cuando veían el móvil en movimiento, con períodos de quietud en los que el móvil también se mantenía en reposo y ellos lo miraban atentamente. Y de nuevo volvían a agitar los pies para ver cómo su movimiento afectaba al móvil.

Según los autores de este trabajo, los resultados indican que el llamado “momento eureka”, en el que los bebés se dan cuenta de que sus acciones tienen un impacto causal, y no solo casual, sobre el entorno, no se produce repentinamente, sino después de un proceso intermitente de ensayos en el que intercalan momentos de agitación y quietud, y que de media se produce entre los tres y los cuatro meses. Lo comparan con la forma en la que Paul Cézanne pintaba sus cuadros, intercalando pinceladas enérgicas con pausas. En cualquier caso, en clave educativa estos resultados refuerzan la importancia del trabajo de la corporeidad durante la infancia para madurar aspectos tan complejos y todavía bastante desconocidos como la conciencia.

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