NEUROCIENCIA

El cerebro diferencia las mentiras piadosas de las egoístas

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Los científicos utilizaron la posibilidad de reducir el tiempo de escaneig, que es desagradable, para fomentar las mentiras entre los voluntarios del experimento.

Mentir es un hecho muy arraigado a la condición humana. A pesar de que a los niños se les educa para decir la verdad, pronto se dan cuenta de que los adultos decimos bastantes mentiras. Quien más quien menos lo hace, ya sea por acción o por omisión. A veces, mentimos por simple egoísmo, con la idea de obtener un beneficio, aunque podamos perjudicar a otras personas. Otros lo hacemos de manera piadosa, pensando que así las beneficiamos.

Desde el campo de la psicología se dice que las mentiras son un reflejo de inseguridad y desconfianza, del miedo que tenemos de no ser aceptados tal como somos o de pensar que si decimos la verdad podemos salir perjudicados. Desde la neurofisiología, hace más de una década que se sabe que, cuando mentimos, se activan unos circuitos neuronales específicos relacionados con la imaginación, diferentes de los que se activan cuando decimos la verdad, que se relacionan con los recuerdos.

Ahora bien, ¿el cerebro se activa del mismo modo cuando mentimos por simple egoísmo que cuando lo hacemos de forma piadosa? Y todavía más específico: cuando mentimos de forma piadosa sin esperar ninguna ganancia a cambio, ¿el cerebro se nos activa del mismo modo que cuando esperamos conseguir algo, a pesar de también sea una mentira piadosa?

Un experimento ingenioso

Para analizar si hay diferencias en la actividad cerebral en función de cómo sea la mentira, los investigadores Jo Young Kim y Hackjin Kim, del departamento de psicología de la Universidad de Corea, han llevado a cabo un ingenioso experimento durante el que han monitorizado la actividad cerebral de una serie de voluntarios. Según acaban de publicar en la revista The Journal of Neuroscience, las mentiras piadosas con las que también esperamos obtener algún beneficio activan zonas del cerebro ligeramente diferentes de las mentiras que decimos con una intención cien por cien altruista. Estas zonas también son diferentes a las que se activan cuando mentimos de manera puramente egoísta. A pesar de que a menudo quizás no nos damos cuenta, el cerebro está valorando constantemente de manera preconsciente los objetivos y las posibles consecuencias de todas las acciones que hacemos a lo largo del día.

Antes de empezar este estudio, ya se había demostrado que cuando mentimos se activa la llamada corteza prefrontal medial del cerebro, que está implicada, entre otras funciones, en la regulación de las conductas sociales y en el establecimiento de juicios morales. También se sabía que se activan de manera preferencial zonas de la corteza cerebral implicadas en el mantenimiento de la atención, la anticipación de recompensas, la toma de decisiones, la ética y el control de los impulsos y las emociones. En cambio, cuando decimos la verdad o, mejor dicho, cuando decimos lo que consideramos honestamente que es verdad, se activan otras zonas involucradas en la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva, la planificación, la inhibición, el comportamiento social y la reorientación de la atención.

En este estudio, los investigadores pidieron a un grupo de voluntarios que participaran en un juego muy simple. La propuesta consistía en identificar unos puntos que salían en una pantalla, al mismo tiempo que se les hacía un seguimiento de la actividad cerebral con un escáner de resonancia magnética. Estos escáners consisten en un tubo largo y estrecho dentro del que está la persona, estirada, que tiene que estar muy quieta mientras dura la prueba, lo que hace que normalmente incremente el nivel de ansiedad y de estrés. La gracia de este experimento es que a algunos de los voluntarios se les decía que, cada vez que mintieran en el momento de identificar los puntos que salían en la pantalla, se acortaba el tiempo que tenían que estar dentro del aparato. La situación fomentaba una mentira de carácter egoísta. En otros casos, en cambio, se les decía que sus mentiras acortaban el tiempo de la prueba en otros voluntarios, pero no el suyo directamente. Esto se consideraba una mentira piadosa. A otros voluntarios se les planteaba que si mentían disminuía el tiempo del escáner para otros voluntarios y, de paso, también un poco el suyo, lo que significaba una mentira piadosa que también incluye una ganancia propia. Esto permitió a los científicos hacer un seguimiento esmerado de qué redes neuronales se activan en cada caso.

Tres tipos de mentiras

Según observaron, las mentiras piadosas que también tienen un componente egoísta provocan una actividad mucho más mayor en las zonas ventrales y rostrales de la corteza prefrontal, que están implicadas en la toma de decisiones y la regulación de las emociones, y en el control voluntario de la atención, respectivamente. La zona ventral de la corteza prefrontal también se activa mucho cuando decimos una mentira egoísta, pero no lo hace tanto la rostral. Esta zona se activa cuando la mentira es solo altruista, pero no lo hace tanto la zona ventral.

Dicho de otro modo, las mentiras piadosas que también incluyen un beneficio propio combinan aspectos de las mentiras cien por cien altruistas y de las completamente egoístas. El cerebro, como dicen los autores del trabajo, está haciendo constantemente juicios de valor de aquello que hacemos o decimos y valora qué consecuencias pueden tener nuestros actos para nosotros mismos y para los demás, incluso en situaciones que aparentemente son más simples.

David Bueno es director de la Cátedra de Neuroeducació UB-EDU1st

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