Centenario de Joan Oró

Joan Oró, el 'aguafiestas' de la NASA

Este 2023 se celebra el centenario del bioquímico leridano que hizo contribuciones decisivas al estudio del origen de la vida ya las misiones espaciales Apollo y Viking de la NASA

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La NASA ha encontrado pruebas de la existencia de vida en Marte. Lo comunica al gobierno de Estados Unidos, que autoriza hacer pública la noticia al día siguiente por la tarde. Por la mañana, en el Jet Propulsion Laboratory de Pasadena, en California, los autores del descubrimiento lo cuentan a un grupo de colegas científicos. Todo el mundo queda boquiabierto. La estupefacción y un entusiasmo contenido llenan la sala.

Pero uno de los oyentes sospecha. Veinte años atrás, mientras realizaba la tesis doctoral, había descubierto un proceso químico que experimenta el ácido fórmico, la sustancia que utilizan las hormigas y las ortigas para defenderse. Mientras escucha la explicación de los biólogos, se da cuenta de que están describiendo exactamente ese proceso, en el que la vida no pinta nada. Pide la palabra. Mientras expone su argumento, las caras del auditorio se van volviendo más y más largas. El entusiasmo se transforma en un silencio tenso.

Por la tarde, en una sala abarrotada de periodistas, el coordinador del proyecto, Harold Klein, explica que los biólogos Gilbert Levin y Patricia Straat consideran que han encontrado pruebas de que hay vida microbiana en Marte, pero que un miembro del equipo de análisis molecular lo niega. Algunos periodistas recogen ambas versiones y algunas se decantan por publicar sólo una. Gilbert muere en el 2021 aún convencido de que ha encontrado vida en Marte. El oyente que debe aplastado la guitarra a los biólogos de la NASA en uno de los anuncios más importantes de su historia se llama Joan Oró y es hijo de una familia de panaderos de Lleida. Todo esto ocurre en 1976.

Preguntas bajo las estrellas

La capacidad de escrutinio y el interés por estudiar el origen de la vida del leridano Joan Oró, que, en cierto modo, ralentizaron los planes de la NASA para enviar misiones tripuladas a Marte, se habían forjado mucho antes de descubrir la reacción del ácido fórmico. Cuando era adolescente y su madre le daba dinero para ir al cine, ya se les gastaba en libros de ciencia y filosofía.

La educación que recibía en el colegio marista de Lleida donde estudiaba había suscitado algunas preguntas (de dónde ¿venimos?, ¿qué sentido tiene la vida?) a las que el joven Orón no encontraba respuestas satisfactorias en la visión religiosa del mundo. Por eso empezó a leer filósofos como Schopenhauer y científicos como Darwin, Flammarion o Haeckel. Mientras devoraba todos estos libros, llegó a la conclusión de que la filosofía era una suerte de prolongación de la religión porque, decía, no se fundamentaba en pruebas incontestables. Pero la biología era otra cosa.

Y una noche, mientras caminaba por la calle Anselm Clavé, un pensamiento lo atravesó como un rayo. Si Darwin decía que los seres más complejos vienen de los más simples, se podría echar atrás hasta llegar al ser vivo más sencillo posible. La pregunta a responder era, pues, de dónde salía este ser. Y para ello, Oró estaba convencido de que necesitaba las herramientas de la ciencia y no las de la filosofía o la religión. Contraviniendo, pues, los deseos paternos que le situaban en la estela familiar como panadero, en 1942 se matriculó en la Universidad de Barcelona para estudiar química.

50 cartas de papel

En la capital, Oró se añoraba tanto que se descentró y suspendió la asignatura de química analítica. Aquel verano, sin embargo, construyó un laboratorio en la azotea de casa, en Lleida, y se pasó meses manipulando y combinando productos. Sin ser consciente de ello, se había convertido en un experimentador meticuloso y persistente.

Una vez licenciado, emprendió dos proyectos empresariales, una fábrica de jabón y un laboratorio para abastecer a la industria farmacéutica. Los dos fracasaron. El jabón era demasiado bueno para las exigencias de la época y una empresa farmacéutica le canceló un encargo muy grande cuando lo tenía a medias, lo que provocó unas pérdidas irrecuperables. . Se levantaba antes de las cuatro para hacer la pasta y cortarla en forma de barras y panecillos. Mientras se cocían, salía a tomar el fresco a la calle. Aún era de noche. Orón siempre explicaba que en esos ratos a menudo levantaba la vista y la contemplación de las estrellas que palpitaban en el cielo volvía a excitar sus inquietudes más profundas. "¿Y si ahí arriba hay otro panadero que también mira hacia arriba?", se preguntaba. Aunque tenía un sueldo asegurado, la vida de panadero no podría dar respuesta al magma de preguntas que le hervía en la cabeza. Contactó con más de 50 universidades y recibió algunas respuestas positivas. Por último, se decidió por el Rice Institute de Houston. Estudiaría ingeniería química, que no era exactamente lo que quería, pero al menos entraría en el ecosistema científico.

A pesar del pesar de dejar a la mujer y los hijos en Lleida, en 1952 hizo las maletas y se marchó hacia Estados Unidos. Una vez allí, la suerte quiso que en una cena en casa de unos amigos conociera a Donald Rappoport, profesor de la Escuela de Medicina de Baylor, también en Houston, que le propuso hacer un doctorado en bioquímica.

Estar en l altura

Aunque el cáncer, que era el tema de la tesis que le proponía Rappoport, no tenía mucho que ver con el origen de la vida, Oró se dedicó a ella en cuerpo y alma, quizás porque su padre había muerto de cáncer en 1949. Sin embargo, antes se bajó el sueldo. Rappoport le ofrecía 300 dólares del año 1953 cada mes, el equivalente a más de 3.000 dólares actuales. Como primer sueldo en el mundo de la ciencia, no estaba nada mal. ¿Era demasiado, sin embargo? Para Oró, sí. Le daba miedo no estar a la altura de aquella nómina, por lo que acordó con Rappoport que cobraría 200 dólares al mes.

A los dos años, Oró ya había terminado la tesis, un proceso que suele durar unos cuatro años –el decano de la facultad incluso le recomendó que esperara un año más a publicarla, para que no pareciera que en Baylor se regalaban los títulos–. Aquellos dos años había estudiado con todo lujo de detalles cómo se incorporaba el ácido fórmico a los tejidos vivos y cómo se transformaba en dióxido de carbono. En el proceso, había descubierto algunas reacciones que veinte años más tarde le permitirían aplastar la guitarra a los biólogos de la NASA y, por otra parte, le facilitarían el mayor descubrimiento de su carrera científica.

Pasó el día de Navidad de 1959. Oró ya era profesor de la Universidad de Houston, pero había recibido una carta oficial que le informaba de que se le acababa el permiso de residencia. Lo comentó a una conocida, Margaret Root, de una de las familias más ricas de Texas, que trasladó el problema al senador y futuro presidente de Estados Unidos Lyndon Johnson. Dos semanas después, Oró recibía una carta de Johnson en la que le explicaba que habían presentado una ley para regularizar la situación de las personas que se encontraban en su misma situación.

La verdad de la naturaleza

La regularización permitió que en 1958 la familia de Oró fuera a vivir a Houston con él. Establecido ya como profesor, había ganado la credibilidad y la independencia por trabajar en lo que más le interesaba, el origen de la vida. Pero había ido aún más atrás que cuando tuvo la epifanía en la calle Anselm Clavé esa noche leridana de principios de los años cuarenta.

No se había quedado en el ser vivo más simple posible, sino que había aplicado las ideas de Darwin a la evolución de las moléculas. Si los seres vivos complejos vienen de seres más simples, las moléculas complejas, que son la base para que en algún momento se pueda constituir ese ser vivo tan simple, también deben formarse a partir de moléculas más simples.

Stanley Miller había mostrado en 1952 que a partir de agua, metano, amoníaco y nitrógeno se podían formar aminoácidos, los componentes de las proteínas. También se producía –y de eso Oró se enteró por casualidad en una conversación informal– cianuro de hidrógeno, una molécula que contiene un átomo de hidrógeno, uno de carbono y uno de oxígeno.

Oró empezó a experimentar con este compuesto y el día 24 de diciembre de 1959 lo mezcló con amoníaco y agua. Al día siguiente por la mañana, solo en el laboratorio, apagó las luces e iluminó una muestra de la mezcla con luz ultravioleta. Apareció una gran mancha. Era adenina, uno de los constituyentes del ADN. "Se me puso la piel de gallina. [...] Era como si el Creador me estuviera diciendo: «Mira, aquí te enseño la verdad de la naturaleza»", recordaba siempre Oró.

El descubrimiento lo va catapultar a la élite científica mundial, como demuestran las publicaciones que hizo en las revistas científicas más prestigiosas y hechos como que el premio Nobel de química Melvin Calvin le invitara a trabajar con él en 1962 o que en 1963 la NASA le invitara a formar parte de uno de sus grupos de trabajo.

Así fue como Oró participó en el proyecto Apollo que en 1969 llevaría a los primeros hombres a la Luna. Contribuyó a ello con el diseño de los instrumentos de la misión y el análisis de muestras procedentes del satélite. Más adelante, propuso dos diseños para la misión Viking: el de un aparato que permitiría analizar las muestras sobre el terreno marciano y el de un retropropulsor para facilitar el aterrizaje de la sonda en el Planeta Vermell y evitar que quedara cubierta de pulso y se estropearan los instrumentos.

Un estribillo fallido

A medida que Joan Oró iba ganando prestigio internacional, desde España se hicieron numerosos intentos para que volviera de Estados Unidos. Primero en la Universidad de Granada, después con la creación de una plaza de profesor extraordinario en la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​más adelante en el Instituto de Biofísica y Neurobiología, creado en 1975 y adscrito al CSIC, y, finalmente, en 1980 , cuando fue escogido como diputado en las primeras elecciones al Parlament de Catalunya después de la dictadura. Pese a la buena predisposición de Oró, ninguno de estos intentos prosperó. A su juicio, no podían hacer sombra a los recursos y la libertad con la que investigaba en Estados Unidos.

Sin embargo, Oró participó en la creación del actual Centro de Estudios Avanzados de Blanes y de la Fundación Catalana para la Investigación y la Innovación. Una vez jubilado, a partir de 1994 y hasta 2004, cuando murió, también contribuyó de forma decisiva a la creación del Parque Astronómico del Montsec, formado por unas instalaciones consagradas a la divulgación de la astronomía (en la comarca de la Noguera) y por un conjunto de telescopios dedicados a la observación profesional del cielo (en el Pallars Jussà), entre los que se encuentra el llamado Telescopio Joan Oró.

El Año Joan Oró

"Joan Oró es una de las figuras científicas más relevantes del siglo XX", asegura Joan Anton Català, comisario del Año Joan Oró, impulsado por el departamento de Universidades e Investigación de la Generalitat y la Fundació Joan Oró. "De catalanes ilustres no nos sobran –añade– y, por varios motivos, no hemos generado el conocimiento dentro de nuestra sociedad de quién era y qué hizo Joan Oró". Para dar a conocer la figura del científico catalán, se han programado diversas actividades en el marco del Año Joan Oró: conferencias por todo el territorio, publicaciones de una biografía actualizada por parte de la Fundación Catalana para la Investigación y la Innovación, de un cuento infantil ( Joan Oró y la búsqueda de la vida ) y de un cómic juvenil ( Joan Oró. Una vida entre las estrellas ), y una exposición que combina objetos históricos con elementos interactivos, inaugurada en Lleida y que itinerará por varias ciudades catalanas. Por otra parte, la Fundación La Caixa ha producido el documental Joan Oró. La fórmula de la vida , que se estrena el jueves 26 de octubre en la plataforma CaixaForum+.

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