Una botella de vino que le guste especialmente puede ser un buen elemento de decoración. Reutilícela como jarrón para flores o portavelas o haga una lámpara de mesa bien original. Con algo de creatividad, podemos encontrar múltiples usos.
Contra los aranceles, disfrutamos esta garnacha peluda de la Terra Alta
Es el gran momento de conocer –y, por tanto, de amar– nuestras variedades, que son únicas en el mundo


Garnacha Peluda Bodega Piñol
- Variedad: garnacha peluda
- DO Terra Alta
- Añada: 2023
- Productor: Bodega Piñol
- Para tomar sol escuchando Xalala de Figa Flawas (petición de la enóloga) y leyendo El mundo interior de Francesc Serés.
¿Le han visto alguna vez la garnacha peluda? Lleva este nombre porque en las hojas tiene una especie de vello que toma el agua del rocío de la mañana. Esto significa que es resistente al cambio climático. Me lo cuenta Juanjo Galcerà y Piñol, de la Bodega Piñol, en la Terra Alta. (Nunca me acabo de acostumbrar a la maravilla de los apellidos catalanes, tan únicos y ligados a la tierra: Pinyol, Cirera, Poma, Trepat...)
Este año, pero, finalmente, el campo no sufre, porque ha habido lluvia. "El año pasado perdimos un 30% de la cosecha y la anterior, un 20%", me explica Juanjo. Y añade, sonriendo: "Mi abuela Teresita siempre lo decía: «Las lluvias de abril son como billetes de mil»". Esta abuela ha merecido -y es una preciosa práctica que hacen en muchas bodegas- dar nombre a un vino. El Mater Teresita, un coupage de las variedades autóctonas de la Terra Alta: morenillo, garnacha tinta y cariñena. De esta bodega, seguramente, les sonará el nombre del vino más emblemático, dedicado, esta vez, al abuelo: El Abuelo Arrufín, que lo hacen en blanco (garnacha blanca) y en tinto (cariñena de viñedos viejos. Como al Mater Teresina, la morenillo (los nadie quiere, no ha hablado mucho, de esta variedad) al final sacaron una morenillo 100% en el año 2009, que deberemos probar.
Pero vayamos a nuestra garnacha peluda de hoy. Es un vino sin bota. Buscaban —y han encontrado— un estilo fresco, goloso, fácil de beber, como tener un caramelo en la boca. Una boca que se llena pero no se ocupa. Y esto es así, aunque es un vino parcelario en viñedos viejos de 45 años.
Los enólogos de la bodega son Cristina Borrull, que con 29 años lleva ya seis o siete con ellos, y Toni Coca, que tiene la admirada y extraordinaria bodega Coca i Fitó. Cristina, joven como es, quería un vino más "joven". Y así lo han hecho: han despalillado la uva, la han puesto en contacto con las pieles, pero quizás menos días –¿unos veinte?– porque no buscaban "tanta tanicidad", es decir, esta aspereza de los taninos, ha terminado la conversión maloláctica (el ácido málico se convierte en ácido láctico) y lo han tenido. Lo han revuelto con el bastón (los franceses lo llaman bâtonnage, pero ¿cómo deberíamos llamar nosotros?) cómo se haría con el vino blanco. "Dudamos si ponerlo en huevo de hormigón, pero como nos gustó mucho como estaba, lo dejamos".
El vino que tienen en la copa es fresco, energético y vibrante, una joya. "Me hago mayor y antes quizás me gustaban más los cabernets, ahora los pinot noire. Y éste es como el pinot noire". El gusto cambia, pero no sólo con la edad. El mundo del vino va hacia ahí. Se aleja de los vinos potentes: "Antes, cuando no veía color, ya decía que no me gustaría". Es un vino sutil, elegante, con mucha fruta en boca. El paso por la boca es suavísimo y –por decirlo como Juanjo– “redondo”. Por ser un vino de la Terra Alta es muy fresco, y eso, sin duda, es esta variedad tan bonita que es la garnacha peluda. Tómenlo con carne blanca, cordero o algún pescado. Creo que es un vino de amigos y torta de recapte o pasta.
Las viñas están en Batea, tirando hacia Gandesa, en el collado del Moro. Crecen en el suelo panal, característico de la zona. La que hoy prueban es la primera añada, la 23. En el mercado pronto habrá la 24. Siempre, siempre, detrás de los vinos hay un esfuerzo de mucha tozuda gente como la garnacha peluda. Y ese esfuerzo, en esta botella, da mucho gozo. Llévela, "tapada", a una cena de amigos. Para jugar y aprender, nada como los monovarietales. Es el gran momento de conocer –y, por tanto, de amar– nuestras variedades, que son únicas en el mundo. Me encanta este vino y quienes lo hacen posible.
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