Salud

Covid persistente en niños: cómo les afecta en la escuela y en su vida social

La fatiga, la sensación de tener la cabeza nublada y las cefaleas son algunos de los síntomas, en los casos graves sufren problemas respiratorios y cardiovasculares

Dana G. Smith, Dani Blum / The New York Times
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Niños en el patio en plena pandemia.

Nueva YorkUn macroanálisis publicado el 7 de febrero en la revista especializada Pediatricos recalca los perjuicios que puede causar la cóvida persistente a los niños. En algunos casos, la enfermedad puede provocar síntomas neurológicos, gastrointestinales, cardiovasculares y conductuales en los meses posteriores a una infección aguda.

“En Estados Unidos la cóvido persistente es un problema grave, tanto en adultos como en niños”, afirma el doctor Ziyad Al-Aly, jefe de investigación y desarrollo del Sistema Sanitario de Asuntos de Veteranos de Saint Louis y epidemiólogo clínico de la Universidad de Washington en Saint Louis. El doctor Al-Aly se dedica al estudio de esta patología, pero no ha participado en el nuevo análisis. En su opinión, el artículo, que se basa en numerosos estudios de la cóvido persistente en niños, es “importante” e ilustra que la enfermedad puede afectar a varios sistemas de órganos del cuerpo.

La nueva revisión asegura que entre el 10% y el 20% de los niños que han sufrido cóvido en Estados Unidos han desarrollado cóvido persistente. Sin embargo, la doctora Suchitra Rao, experta en enfermedades infecciosas pediátricas del Hospital Infantil de Colorado y coautora del análisis, reconoce que existen “muchas puntualizaciones” a realizar en relación con las estimaciones de la prevalencia que se han empleado para llegar a esa cifra. Por ejemplo, algunos de los estudios incluidos sólo analizaban el porcentaje muy limitado de niños que habían sido ingresados ​​por la covid. Como en los adultos, los niños que presentaban casos más graves de cóvido tenían un mayor riesgo de sufrir síntomas persistentes o nuevas complicaciones.

Los datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos apuntan a una prevalencia más cercana a entre un 1% y un 2% en los niños que contraen cóvido. El doctor Al-Aly añade que, muy probablemente, entre los adultos el porcentaje también debe ser de un solo dígito.

En términos generales, a la mayoría de padres no debería preocuparles que su hijo pueda desarrollar cóvido persistente, comenta el doctor Stephen Freedman, profesor de pediatría y medicina de urgencias de la Facultad de Medicina Cumming de la Universidad de Calgary (Canadá). “Después de diagnosticar una infección aguda, casi nunca me piden, si es que lo hacen alguna vez: '¿Tiene riesgo de desarrollar cóvido persistente a mi hijo?'. Y creo que hacen bien”, añade.

¿Cómo se manifiesta la cóvida persistente en los niños?

La cóvida persistente puede ser complicada de estudiar en parte porque, por la gran diversidad de síntomas que pueden estar asociados, es difícil de diagnosticar. En niños, establecer un diagnóstico es aún más complejo porque los síntomas pueden presentarse de forma diferente a los adultos. Por otra parte, las criaturas más pequeñas pueden no disponer de recursos lingüísticos suficientes para describir qué notan. Por este motivo, los investigadores recomendaban a los progenitores que observaran si existían cambios de comportamiento.

La fatiga, la sensación de tener la cabeza nublada y las cefaleas son algunos de los síntomas de cóvido persistente referidos con mayor frecuencia en los niños. Si bien se trate de molestias que están entre las más leves dentro de los síntomas posibles, pueden impedir que los niños participen con plenitud en las actividades escolares o de ocio. Los más pequeños incluso pueden llevarse mal, frustrados por no poder hacer fácilmente lo mismo que antes. La mayoría de síntomas mejoran en cuestión de un año, según los expertos, pero en algunos niños pueden persistir más tiempo.

Todavía no está claro qué impacto pueden tener estos síntomas sostenidos en el tiempo en el desarrollo infantil a largo plazo, afirma la doctora Laura Malone, directora de la Clínica Pediátrica de Rehabilitación Post-Covid del Instituto Kennedy Krieger de Baltimore ( Estados Unidos).

En los casos graves, hay niños que sufren problemas respiratorios y cardiovasculares persistentes, entre ellos la miocarditis, una afección cardíaca. Después de una infección por coronavirus, también pueden surgir diabetes o trastornos autoinmunes, aunque "tienden a ser mucho, pero mucho menos prevalentes en los niños" que los síntomas más leves, señala el doctor Al-Aly.

Incluso en niños con infecciones leves, pueden presentarse síntomas persistentes y graves, comenta la doctora Sindhu Mohandas, especialista en enfermedades infecciosas del Hospital Infantil de Los Ángeles. Éste fue el caso de Lucas Denault, quien, en el primer contacto que tuvo con el coronavirus en el 2021, no experimentó mucho más que una cierta congestión nasal. Lucas, que entonces tenía 15 años, se recuperó y volvió a la escuela, a los entrenamientos de atletismo ya las reuniones del consejo de estudiantes. Meses después empezó a tener dificultades para recorrer los pasillos de su instituto de Littlestown (Pensilvania, Estados Unidos). Le dolían el pecho y la cabeza, y tenía mareos y náuseas.

“Emperó muy deprisa”, comenta su madre, Karin Denault. Ni Lucas ni ella se plantearon que estos problemas pudieran tener que ver con su breve infección por coronavirus. Pero, siguiendo la recomendación de un pariente, el chico fue a visitarse a la Clínica Kennedy Krieger de Baltimore, donde le diagnosticaron cóvido persistente y síndrome de taquicardia postural ortostática, un conjunto de síntomas que provocan una fatiga extrema y pueden presentar a los enfermos de cóvido persistente.

¿Qué tratamientos existen?

No existen fármacos aprobados por el regulador estadounidense para el tratamiento de la cóvida persistente, por lo que los médicos se centran en el tratamiento sintomático y en ayudar a los pacientes a ser funcionales en su vida cotidiana. Algunos médicos prescriben medicamentos contra el dolor de cabeza y el dolor muscular.

La doctora Mohandas, que también ha participado en la revisión de estudios, afirma que gran parte del trabajo que realizan ella y otros facultativos gira en torno a validar las experiencias de los pacientes jóvenes. Muchos "habían sido muy sanos antes y, por eso, muchas veces todo el mundo tiende a poner en duda sus síntomas", comenta.

La doctora Malone dice que las escuelas deberían adaptarse a la situación de los niños que tienen dificultades para seguir las actividades, por ejemplo, introduciendo descansos a lo largo de la jornada y dándoles más tiempo para realizar los exámenes.

Los pequeños cambios han ayudado a Lucas. A modo de ejemplo, como le costaba levantarse de la cama, empezó a dormir incorporado para ponérselo más fácil. A propuesta de su médico, a veces dejaba caer los pies de la cama y escribía su nombre en el suelo con los dedos del pie para mejorar la circulación. Además, el médico le recetó varios medicamentos –entre ellos, uno para la tensión arterial– para tratar síntomas como la fatiga y la carencia de agudeza mental.

Lucas ya es estudiante de primer año en la Universidad de Princeton y la mayoría de síntomas han mejorado. Cuando estuvo visitando universidades, su madre tenía que empujarle con una silla de ruedas. El pasado fin de semana, fue al campus a verle jugar a baloncesto con el equipo de la universidad.

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