Así hace de padre

Àlex Cardona: "Lo que dice una niña de 6 años tiene el mismo valor que lo que diga una persona de 36"

Escritor, traductor, subtitula series y películas y es padre de Joan y Ernest, de 13 y 11 años. Publica 'Revelaciones de un padre de estar por casa' (Eumo), la crónica de un padre maravillado viendo cómo los hijos crecen, un texto lleno de humor y candor hecho a partir de las reflexiones y preguntas de los hijos, de su lógica extraña y rotunda.

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Àlex Cardona

BarcelonaDetesto la idea de que los niños son "el futuro". Es una forma de edadismo que deriva de la obsesión por la productividad. Deberíamos ir dejando atrás eso. Los niños, como los adultos, están presentes. Son personas ahora. Lo que dice una niña de 6 años tiene el mismo valor que lo que pueda decir cualquier persona de 36 o de 56. No sé por qué no deberíamos tomarnos en serio lo que dice los niños mientras aguantamos cada día un chaparrón de chorradas de los adultos.

Cierto. Pero, claro, es tan y tan importante lo de educar...

— Es necesario aparcar la condescendencia a la hora de conversar con los hijos. Hablando de tú a tú aprenderemos más que si nos acercamos desde arriba, desde la superioridad moral o cognitiva. Y nos harán reír igual, porque son geniales, porque si alguien es superior son ellos.

Bien, ahora quizás nos estamos yendo al otro extremo.

— Cuando eran muy pequeños, les llamaba superpequeños, porque eran superhéroes. Es totalmente asombroso lo que hacen los niños los primeros tres o cuatro años de vida: pasan de ser una salpicadura, literalmente, a ser capaces de comprender el mundo, de llamarlo. Es alucinante lo que hacen.

Lo que hacen de forma extraordinaria es pensar. Por ejemplo, menciono un par de preguntas suyas que apuntas al libro: "¿Este señor es un payaso de verdad o va disfrazado? Los relojes, ¿cómo saben qué hora es?"

— Cuando recopilé los textos para realizar el libro, me di cuenta del peso que tenía la cuestión del tiempo y, concretamente, de los relojes. Es un tema candente, el del tiempo, en las relaciones paterno-filiales. Creo que los niños viven ajenos a la dictadura de las horas y los minutos hasta que son bastante mayores, y esto es una de las cosas que genera más fricciones y conflictos con mis padres. En casa, las batallas matinales por la puntualidad han llegado a la épica y al drama. Quizá tenga razón, los niños, que todo esto de la hora es un montaje de los adultos, que nos agobiamos demasiado.

Tempus huido. Ser padre es cómo admirar un paisaje desde el tren. Justo en el momento en que algo te maravilla, ya lo dejas atrás.

— El momento en que esto se hace más evidente es en la pubertad. Cuando llegó el hijo mayor, sufrí una crisis notable. Empezó a ir al instituto y percibí que el niño, "mi niño", ya no estaba. Emocionalmente, me había volcado demasiado en la crianza. Había puesto demasiados huevos en la misma cesta y, de repente, el niño ya no estaba. Era una ausencia. Me hundí bastante, francamente, durante unos meses. Fue una forma de luto.

No sé si de las cosas que te han dicho los hijos, ninguna te retrate como padre.

— Me retrata bastante una sentencia de Ernest. Sobre si vale la pena tener hijos, me dijo: "Es mejor no tenerlos, estás más tranquilo, puedes hacer lo que quieres y nadie te molesta". Supongo que, cuando lo dijo, me debió de ver bien jodido. Así pues, parece que les he transmitido que me ponen nervioso, que son un obstáculo a mi libertad y que molestan. Y esto es triste.

Sospecho que los hijos nos conocen mejor a nosotros que nosotros a ellos.

— Cuando eran pequeños no lo percibí. Hasta que al mayor le llegó la pubertad. Desde entonces sí que no lo entiendo en muchas cosas, se ha convertido en imprevisible, un arcano. Y él, en cambio, parece que me lea el pensamiento. Ahora sí que lo percibo, eso que dices. A veces incluso me siento algo vulnerable por esa capacidad de adelantarse a lo que le voy a decir o haré.

Queda claro en el libro que el humor es una forma muy poderosa de unión.

— Los niños y niñas, a pesar de ser maestros en la generación de situaciones cómicas, son unos pésimos creadores de chistes. De hecho, cuando quieren reír, a menudo se hacen pesados. El humor lo crean sin querer, ahí se parecen un poco a los gatos. Lo que sí tienen es un gran sentido del humor pasivo, es decir, se ríen mucho ya corazón qué quieres. Captan pronto formas de humor relativamente sofisticadas. Más adelante, comienzan a desarrollar el humor activo y el primer día que te hacen reír queriéndolo, con un comentario procaz o con cualquier ocurrencia, te quedas asombrado. Es uno de esos momentos en los que empiezas a mirarlos de manera diferente.

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