Educación

Profesores quemados: "Me voy, han destruído mi vocación"

Hablamos con docentes que han decidido dejar la profesión porque no pueden más

Núria Rello dando una clase. Arquitecta y profesora de ESO.
7 min

BarcelonaJoan (nombre ficticio como el resto de testimonios porque prefieren mantener el anonimato por motivos laborales) ya ha entrado en la cuarentena y trabaja como profesor de Formación Profesional (FP) en un instituto de la demarcación de Tarragona. Sin embargo, hace unas semanas ha empezado a buscar trabajo en el sector privado. "He recibido una bofetada de realidad, no me esperaba ese descrédito de la educación postobligatoria ni la desidia de muchos docentes que se quejan pero no denuncian", lamenta.

Hace sólo cuatro años decidió hacer el mismo camino que ahora pero en sentido contrario: dejó su puesto de trabajo en una empresa privada para hacer de profesor. "Hasta entonces combinaba mi trabajo con clases en la universidad porque siempre me ha gustado la docencia, es muy vocacional y quise dar el paso, toda mi familia se dedica", explica.

Joan forma parte del tercio de personal docente de Cataluña (36%) que, según un estudio del sindicato USTEC-STEs (IAC) presentado recientemente, está dispuesto a dejar su profesión. Las conclusiones de este informe son fruto de una encuesta que ha recibido más de 14.000 respuestas entre los más de 90.000 docentes que trabajan en centros públicos en Cataluña.

La entrada de Joan como docente sustituto en FP fue dura. Era el 2021 y todavía estaban vigentes muchas restricciones por la pandemia del cóvid. "Sustituí a una persona de un día para otro, me hicieron tutor sin ningún tipo de acompañamiento, había mucha improvisación y sentías mucha presión", recuerda. Justo terminado el curso, el 29 de junio, le comunicaron que el profesor titular había pedido el alta. "Me quedé sin cobrar vacaciones y sin saber si tendría trabajo o no el próximo curso". Pero en septiembre le volvieron a llamar del mismo instituto, en este caso para realizar una sustitución hasta Navidad. "De nuevo en el último día de clase antes de las fiestas el profesor regresó". Lo que quedaba de curso 2021-22 aún le dieron otras dos sustituciones en un segundo instituto. "La última era de una persona que vivía en la ciudad donde estaba el centro con un horario lleno de agujeros y pensado exclusivamente para ella, yo, que residía en otra ciudad, empezaba a trabajar por la mañana y tenía clases hasta el tarde”, explica. Cuando llegó en verano, a finales de junio, y por tercera vez consecutiva se quedó sin empleo porque el docente que sustituía regresó. "Me enteré por un sms de la Seguridad Social", recuerda.

Para evitar pasar de nuevo por esta situación, en el verano del 2023 se quitó las oposiciones "desencantado con el sistema, pero movido por mi vocación". Después de una nueva sustitución, finalmente este curso ha vuelto a incorporarse al segundo instituto en el que ya había trabajado.

En todo este periplo, en la mayoría de centros donde ha estado se ha encontrado sin realizar las programaciones de todo el curso de las asignaturas que impartía. "Es incomprensible, porque el centro conocía con antelación qué materias eran", lamenta. Asimismo, ha estado muy solo en el proceso de integración en algunos de los institutos. "En uno nada más entrar me dieron una lista de todo lo que tenía que hacer y con quien tenía que hablar sin saber ni dónde estaba el lavabo", recuerda.

Ahora bien, lo que más le molesta es el valor excesivo que se le da a la antigüedad del docente. "A la hora de repartir las asignaturas no se hace por la especialización del profesorado sino por cuáles son los mejores horarios que puede tener el docente que lleva más años trabajando. Estoy impartiendo materias que no son mi especialidad y en cambio hay otros docentes que están dando mi especialidad, aunque no tienen la formación sólo porque por antigüedad quieren escoger un mejor horario". Esta situación, asegura, no ocurre en la universidad: "Te cogen por el nivel de especialización y te asignan más clases por tu valía". Cuando lo ha comentado alguna vez en institutos en los que ha trabajado la respuesta que recibe siempre es la misma: "ya tendrás estos privilegios dentro de cuatro años". Lo mismo ocurre, apunta, con las tutorías (que suponen cobrar 60 euros más al mes). "El profesorado más antiguo puede escoger y te las asignan si nadie las quiere. Es un trato claramente discriminatorio sólo por llegar más tarde", denuncia.

"La FP es una farsa"

Joan también está decepcionado con el nivel educativo: "La FP es un poco una farsa, hacemos de monitores de colonias y por una ley no escrita debe aprobarse el alumnado sí o sí, si no te penalizan poniendo la lupa sobre ti, en lugar de preguntarse si realmente los alumnos tienen suficiente nivel. solo tiene que venir a clase y entregar las labores", concluye.

Ante esta situación tiene claro que la única salida para recuperar la motivación es volver a la empresa privada. "Lo tengo claro, han destruído mi vocación de profesor, me voy". Le da igual cambiar el trabajo por uno con menos sueldo. "Lo único que quiero es que me dé para vivir y sentirme valorado", apunta mientras añade que actualmente hay poca vocación de docente y "a quienes la tienen e intentan salir un poco de este sistema establecido poniendo en el centro a el alumno les cortan las alas", concluye.

"Hay muchos casos de bullying, ya aprenderás a relativizarlo"

Laura, de 33 años, tampoco quiere oír hablar de volver a trabajar de profesora. En su caso, ella estudió Traducción e Interpretación y el master de formación de profesorado. "Tenía claro que quería ser docente porque era vocacional", apunta. Enseguida encontró trabajo y después de pasar por dos institutos, el tercer año ya le ofrecieron plaza fija en un tercer centro en la demarcación de Barcelona. Los problemas llegaron cuando en el segundo año en ese instituto le asignaron la tutoría de un curso "difícil". "Tenía 28 alumnos, me encontré a dos niños con hiperactividad, una niña con un trastorno alimentario que cada dos semanas necesitaba un ingreso hospitalario, un niño con depresión y otros alumnos con muchos problemas familiares como separaciones, etc.", recuerda. "Las familias me exigían mucho, me pedían reuniones continuamente pero no tenía tiempo material para hacerlas, y me hacía sentir muy mal porque estaba participando en un sistema que no te permite atender a los alumnos y familias como se merecen", añade. Laura que en ese momento tenía 27 años.

La gota que colmó el vaso fue cuando uno de sus alumnos estomó a un compañero y acudió a la jefa de estudios para pedir que le abrieran un expediente. La respuesta que recibió la recuerda perfectamente: "Hay muchos casos de bullying, con los años ya aprenderás a relativizarlo". "Salí de allí llorando". Los días siguientes, aparte de no abrir ningún expediente al alumno, se encontró en la dirección controlándole cómo daba las clases. Cuando llegaron las vacaciones de Navidad comunicó que lo dejaba. "Me ofrecieron quedarme sin tutoría pero lo rechacé porque veía a compañeros de trabajo de 45-50 años muy quemados y que no se iban porque no sabían a dónde ir, no me quería ver en esa situación", relata.

Al quedarse sin trabajo echó varios currículos en escuelas concertadas y también en una empresa de marketing que buscaban traductores. Un centro la llamó. "Acepté el trabajo para darme otra oportunidad pero a las dos semanas dije lo suficiente", apunta y se fue a trabajar a la empresa de marketing. "He visto a muchos docentes con muchas ganas de hacerlo bien, innovar, mirar por el alumnado; pero también he visto un sistema, equipos directivos y familias muy exigentes que acaban con la vocación de estos profesionales", apunta. "He descubierto que aunque se cobre menos, fuera está mejor", añade.

"Me superó la cantidad de alumnos"

Mercè, que ahora también tiene 33 años, admite que a diferencia de Laura o Joan, no tenía vocación de docente. Cuando terminó la carrera de filología inglesa, todo el mundo le decía que apostara por la educación porque tendría trabajo seguro y bien remunerado. Pero ella optó por hacer de profesora a una academia de inglés donde estuvo varios años hasta que empezó a estudiar una segunda carrera: artes escénicas. Para poder combinar mejor estudio y trabajo dejó la academia por hacer de administrativa. Justo entonces salió la opción de poder apuntarse a listas sin el máster de profesorado pero con el compromiso de hacerlo si conseguía trabajo. Empezó a trabajar en un instituto de la demarcación de Barcelona y paralelamente se matriculó en el máster. Tenía 30 alumnos y era tutora. "Me superó la cantidad de alumnos, todo el mundo me decía que era una cifra normal, pero a mí no me lo parecía porque puedes hacer que la clase vaya más o menos bien a nivel académico pero todo el mundo tiene problemas y debes tener tiempo para atender tanto a los niños como a sus familias", relata.

A esta falta de tiempo se sumó el exceso de informes y burocracia y la dificultad de combinarlo todo con el día a día en el instituto. "Llegaba a casa y aparte del trabajo que me quedaba pendiente, como persona comprometida que soy, me costaba mucho desconectar". Mercè asegura que es consciente de que esta situación pasa a otros muchos puestos de trabajo pero a ella, admite, le cuesta gestionarlo. Cuando llevaba casi dos años trabajando de profesora, se le añadió un problema de salud. "En junio del 2023 dije lo suficiente, no podía más, estaba desbordada", recuerda.

Durante este año y pico no ha vuelto a trabajar y ha optado por formarse, lo que le ha ayudado a crecer personalmente. "Cuando eres profesor hay mucho trabajo, nunca se acaba, hay que aprender a gestionarlo bien y yo me excedí". Pero el departamento, añade, también debe hacer su trabajo: deben reducirse los ratios a un máximo de 20 alumnos y de forma definitiva para que se pueda atender al alumnado como se merece. Mercè no descarta volver a trabajar de profesora: "Con la distancia puedes ver dónde has fallado tú y dónde falla el sistema y conseguir encontrar un punto medio para gestionarlo bien".

¿Cómo frenar la gran renuncia docente?

El elevado número de maestros y profesores que quieren dejar la profesión ya se conoce como la gran renuncia docente, pero ¿qué medidas deberían tomarse para frenar este fenómeno?

·Mejorar las condiciones laborales. "Cuando ves el volumen de horas que debes dedicar a casa en el trabajo es cuando te das cuenta de que no está bien pagada", explica Iolanda Segura Corrales, portavoz nacional de USTEC·STEs(IAC). El salario, añade, debería ser de alrededor de 2.500 euros netos para los que se incorporan.

·Reducir los ratios. "Actualmente hay muchas aulas masificadas", apunta Segura. Tanto para Laura como para Mercè, éste ha sido el principal factor para dejar la profesión.

·Reducir la burocracia. "No puede que vayamos ahogados para realizar trabajos inútiles: la actual programación se ha convertido en una herramienta que no es práctica en el día a día, las evaluaciones las tienes que hacer con un tipo de herramientas con las que se pierden muchas horas", denuncia la portavoz sindical.

·Eliminar el decreto de plantillas: Según Segura, por culpa de este decreto las direcciones están erradicando la democracia del centro y el departamento lo está fomentando. "Antes el funcionamiento en un centro era horizontal y la dirección era la gestora y ejercía un liderazgo productivo, ahora hay mal ambiente de trabajo, mucha competitividad y en muchos casos las direcciones fiscalizan el trabajo, lo que genera muy mal ambiente", apunta .

·Más recursos para los centros para atender la diversidad. "Estar frente a un aula con mucha diversidad y ver que no se llega a todo el alumnado genera mucha frustración", lamenta la portavoz de USTEC-STEs (IAC).

·Establecer un protocolo que garantice la seguridad del profesorado cuando hay alumnado conflictivo.

El sindicato ya ha hecho llegar el estudio a Educació y no descarta pedir una reunión con la consellera Esther Niubó. Por lo que respecta al departamento, asegura que es consciente de la situación del profesorado y que es lo primero que se preocupa por el bienestar y las condiciones de los docentes. "Estamos tomando medidas para mejorarlo", apuntan desde la conselleria sin dar más detalles.

Más hombres que mujeres quieren dejarlo

Según el estudio realizado por el sindicato mayoritario del sector educativo, los que tienen más ganas de abandonar son los hombres (42%), sobre todo los que tienen entre 31 y 44 años, como es el caso de Joan. Entre las maestras y profesoras el porcentaje baja hasta el 34%. Por etapas educativas, el personal más quemado son los docentes de centros de formación de adultos (40%) y los de la ESO (38%), seguidos de cerca por los de bachillerato (30%).

¿Pero cuáles son los motivos que hacen decir lo suficiente? Quienes más se repiten son los conflictos con otras personas, la carga mental y de horas de trabajo y la burocracia.

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