Paula Bonet: "Si la maternidad es el único centro, estamos volviendo atrás"
Artista, publica 'Los diarios de la anguila' (Anagrama)
BarcelonaPaula Bonet (Villarreal, 1980) empezó a viajar con una cajita con seis pastillas de pintura, tinta china y un lápiz, y veinte cuadernos después ha acabado recorriendo el mundo con una mochila llena de material para pintar y solo una riñonera para el móvil y los documentos. Ahora se publican Los diarios de la anguila (Anagrama), cinco de estos cuadernos de viaje apretujados de retratos, reflexiones, impresiones, rostros, fetos, fotos y un epílogo escrito en 2021. Son viajes hacia afuera, en Marrakech y en su querido Chile, en 2018, que le sirven también para mirar hacia dentro. También funcionan como punto de partida del proyecto literario y pictórico de La anguila (Anagrama/Universo). Y son una entrada todavía más íntima a su universo, donde se ve la necesidad de no ser juzgada, de tener voz propia. La pintura como forma de reparación; y junto a la sombra del acoso, de la pérdida y la maternidad, también está el amor.
¿Qué es para ti un viaje?
— Hace años que estoy persiguiendo no dejarme llevar por la inmediatez, poder parar, parar esta saturación de imágenes, este consumo –una palabra que odio– inmediato, de digestión y defecación inmediata. La intención de los cuadernos es pausar la mirada y erigirme en sujeto. Es uno de los temas que hay: habitar un cuerpo de mujer que acaba siendo un reclamo. Tú estás buscando un lugar en el espacio público y acaban increpándote; aunque sea con palabras amables, acaba siendo una violencia, porque tu intención se ve rota porque, normalmente, los hombres heterosexuales piensan que les perteneces.
En Marrakech viajas sola para confundirte con el paisaje, sin tener filtros, y en cambio te propone matrimonio un señor. Y, al final, escribes que unos días después lees que han degollado a dos turistas en Marruecos. El peligro está en todas partes.
— Y al mismo tiempo es curioso, porque el espacio público es lo más seguro. Las violencias se ejercen dentro de casa, normalmente, en un lugar donde la intimidad acaba siendo una trampa. Para mí era interesante hacer evidentes las violencias que hay en el espacio público. Y hay veces que, para que sea verosímil, no tienes que poner todo lo que pasa porque parecería una exageración.
La explicación es la impunidad y la normalización.
— Exacto. El mundo se denomina en masculino, el poder es masculino y, aunque ahora seamos muchas las mujeres que estamos teniendo un "altavoz", entre comillas, porque pienso que aquí hay una trampa...
¿Qué trampa?
— Que el poder sigue siendo de ellos. Dejan hablar a quien saben que no hará daño, que de alguna manera formará parte de este fervor que todo está avanzando. Pienso que no se está avanzando. Las voces más importantes acaban en un hilo subterráneo, porque son las que pueden poner un espejo y provocar un cambio que es muy difícil.
¿A quién se ha silenciado?
— ¿Cuántos intelectuales hombres hablan de las obras que escribimos las mujeres? En las mesas de novedades, los libros escritos por mujeres son libros edulcorados. El último libro de Siri Hustvedt, Madres, padres y demás, lo explica muy bien: el mandato social de la buena madre es el que está en Instagram, las fotos de las madres con sus hijos en la cocina, con una belleza extrema y un amor incondicional. Claro que las maternidades están en el centro, pero tiene que haber más centros. Si la maternidad es el único centro, pienso que nos estamos equivocando, estamos volviendo atrás. ¿Por qué no hablamos de la no maternidad? A mí con Roedores (Literatura Random House, 2018) en muchos lugares me invitaban como la pobrecita que no puede tener hijos para que explicara mi necesidad de ser madre. Y justamente a mí tener dos abortos me colocó en un lugar mejor, me iluminó, me aligeró, me hizo entender que seguramente mi lugar no era este. Pienso que es importante que quede claro que la maternidad no es un derecho, porque si no acaban pasando cosas...
Barbaridades...
— Sí, como los vientres de alquiler. Y acabamos capitalizando una cosa tan bestia como es gestar, parir y crear un vínculo con un ser humano. Yo también tenía el privilegio de saber que mi no maternidad no era la única opción, jugaba con ventaja, no como otras mujeres que saben que no pueden y ponen en el centro este deseo, y quieren pararlo todo, pedir préstamos, poner el cuerpo al límite. Pensé que yo no quería ser este tipo de mujer; que tenía que encarar con la templanza más grande una cosa que puede ser muy visceral. Y me ayudó leer libros y revisar la historia del arte, Paula Rego, Celia Paul, Louise Bourgeois. Esto te va recolocando y vas encontrando un lugar que, en un primer momento, te sorprende porque está fuera de lo que te habías construido desde que tienes uso de razón, pero es un lugar del que puedes disfrutar. Cuando entiendes, abrazas y encaras tu realidad, creces.
Nos rodea una parte mínima de la exposición que hiciste en la Universitat de València para el proyecto de La anguila –obras que se podrán ver a partir del miércoles 18 de mayo en el espacio CreatiBEty de Barcelona (ps. de Gràcia, 19 bis, con cita previa)–. En un mural de la pared hay pequeños cuadros negros de embriones malformados.
— Con estos embriones convivimos muchas mujeres, en tres o cuatro embarazos, y hay mujeres que escogen hacer el embarazo entero. Esto es una realidad silenciada. Últimamente, aparecen libros como los de Dacia Maraini (Cuerpo feliz) y Anna Starobinets (Tienes que mirar), que me interesan porque no son edulcorados, pero hay mucho amor. Cuando inauguré la exposición, mi padre vio esta obra y me hizo un comentario que me emocionó: "Cuanto amor hay en estos embriones". El arte es una herramienta que tenemos que usar para visibilizar muchas realidades de mujeres que se sienten solas y taradas porque no encajan en un círculo pequeñito que les han marcado.
La anguila dispara muchas flechas. Una es el aborto, justamente ahora que se vuelve a cuestionar un derecho tan luchado como el del aborto en Estados Unidos.
— Simone de Beauvoir lo decía: "No deis por hecho lo que habéis conseguido porque se tarda mucho en conseguirlo y te lo quitan así" [chasquea los dedos].
Una de las imágenes más fuertes del cuaderno es una fotografía de tres pequeños fetos trigéminos.
— Yo tuve tres abortos, uno voluntario con 24 años y dos involuntarios a los 37 años, pero en La anguila me apropio de la historia de Priscila, que parió a tres mosqueteros. Ella ha mostrado esta imagen a menudo y le dicen que es asquerosa, pero ella ve belleza. Y yo pienso que tenemos que tener la posibilidad de verla, porque tiene razón y además porque es el símbolo de las otras imágenes que he visto para hacer las obras. Yo no he parido un niño muerto, no me enteré de nada, mi historia es más aséptica a pesar de que el cuerpo, la vida y lo que ya proyectos enseguida te cambia.
En el libro también está el making-of de la creación de La Madriguera, tu taller, donde compartes procesos creativos con otros artistas. Toda tu obra va de compartir el arte, la intimidad, de poner la voz y el cuerpo.
— Todo es comunicación y, si te cierras mucho, puedes acabar mirándote el ombligo. La plástica te lleva a un lugar abstracto que te permite mencionar más cosas que la palabra. Encontrar un lugar donde te sientes libre, sin la mirada masculina, un espacio de paz alejado de las violencias –bueno, con una persiana y dos cámaras...–, esto te permite como autora llegar a un lugar donde el control desaparece y florecen las cosas importantes. Muchas mujeres han verbalizado en La Madriguera experiencias muy heavies, abusos, agresiones, manipulaciones, han mencionado cosas silenciadas. Gracias a ver esto he podido escribir La anguila porque he visto que la historia que quería explicar no es para nada una historia individual o excepcional: el abuso de poder pasa todo el rato.
Hay muchas sombras de hombres peligrosos en el libro y la última que has hecho pública es que has sido víctima de acoso. Por eso las rejas y cámaras en el taller.
— Vivimos en un contexto que lo normaliza. Yo tardé un año y medio en denunciar, porque piensas: "Yo puedo". Viene a un lugar, informas a seguridad, le pides que se marche. Pero hay un momento que te rompe. Cuando aparece, me paralizo. Hay un abuso y un maltrato psicológico evidente, pero las mujeres tendemos a aguantar. Nadie quiere saberse víctima. Lo hice público por dos motivos, porque de joven he vivido con una persona violenta y sé que si convives todavía es más peligroso y estás más aislada, y porque temí por mi vida. ¡Con cuarenta años mi pareja me tenía que esperar en la puerta del taller! Si yo, desde el privilegio, con una red potente y una abogada, me he desestabilizado así, ¿cómo deben de estar tantas mujeres que no tienen a nadie y viven en una prisión destructiva?
Cuando te marchaste la primera vez a Chile hace veinte años ya huías de una relación de abuso de poder con un profesor. ¿Viajar es una escapatoria?
— Es curioso porque Chile no es una fuga, es un refugio. No es desaparecer, es aparecer. Recuperar el centro. Deshacerme de envoltorios absurdos, de la imagen pública, lo que se espera de ti, las propias exigencias. Es como estar en casa, donde no tienes que intentar ser nada de lo que no eres. Yo siempre lo busco, esto, pero el inconsciente te traiciona. La anguila para mí es aceptar quién soy. Todos los yos son únicos y esto es lo que tenemos que alimentar. Existe esta necesidad de homogeneizarlo todo: la feminidad, las maternidades, la manera de mostrarnos; todo acaba siendo una tendencia y un absurdo.
Reflexionas sobre el papel de la mujer artista. Si eres ambiciosa, tienes peajes: hacer temas masculinos, no hablar de tu intimidad, atrasar la maternidad...
— Yo estaba tan cansada de escuchar que pintaba como un hombre y que tenía tanta fuerza que hice aquellos dibujos delicados. Caí en la trampa. Lo siento como un punto débil.
Hablas de las ilustraciones de Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End (Lunwerg, 2014), que fueron tu estallido de popularidad.
— Me veo en mis alumnas, en su fuerza y pureza, y les digo: "No quieras gustar. No quieras más clics. No renuncies a quien eres. Tú tienes valor. Olvídate del mercado, del cliente. Sigue tu camino". Yo renuncié y caí en la trampa del mercado. Había hecho un cuaderno íntimo y Planeta lo cogió e hizo un álbum ilustrado con papel satinado para hacerte un póster con cada dibujo. Yo no había publicado nunca y todavía daba las gracias. A ver, no volvería atrás, pero sí que cuidaría más los dibujos.
La comercialidad lo fagocita constantemente todo.
— Suerte que tenía 30 años y lo vi rápido, y no lo alimenté nada, pero con diez años menos me destruye. ¡Me habían propuesto entrevistas con ropa interior! Yo no trabajo con mi cuerpo, pero continuamos siendo objeto. Juegan con la vanidad y el querer gustar. Tenemos que estar alerta. Con el 813 de Truffaut me quise cargar el anterior libro. Quise volver al centro, al que yo sabía que estaba.