Arte

Miquel Barceló: "Cuando murió el obispo que me encargó la capilla de Palma pensaba que me despedirían"

El artista mallorquín conversa con el cineasta Albert Serra en el marco de la exposición 'Barceló. Todos somos griegos'

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Miquel barceló y Albert Serra en La Pedrera

BarcelonaEn una charla entre Miquel Barceló y Albert Serra como la que ha tenido lugar este jueves en el Auditorio de la Pedrera –y que cerraba las actividades de la exposición Barceló. Todos somos griegos el público ríe, aprende y descubre la naturalidad y el genio de dos artistas gigantes, pero quienes más disfrutan son ellos dos: Barceló y Serra han hablado por los codos durante cerca de hora y media, pisándose el uno al otro en un tuya-mía donde no cabe la impostura ni el regate retórico, sólo para el interés genuino y la generosidad con el otro.

Serra ha llevado la batuta y ha dirigido el foco siempre al pintor, pero a su estilo: cargándose las convenciones de estos actos, ha obviado totalmente la exposición ("Hablaremos de lo que queramos", ha dicho) para dedicar casi media hora a comentar dibujos y pinturas de De la vida mía, una especie de autorretrato ilustrado de Barceló publicado sólo en Francia que el público, de hecho, no podía ver. "Así las imágenes son más misteriosas", ha comentado divertido Barceló. Y ha sido ciertamente insólito, y también estimulante, ver a los dos artistas discutir con entusiasmo sobre los detalles de una pintura mientras los espectadores debíamos imaginarla.

Con dos conversadores tan desbordantes, los temas han surgido sin cesar. "Cuando era joven, en Mallorca, todos mis amigos eran poetas –ha explicado Barceló–. Todos morían jóvenes". "Cómo es de obligación", sentencia Serra. Barceló reconoce que escribe sus cuadernos ("Tengo 300 o 400 y no sé qué sentido tienen", dice) en un francés "un poco primitivo" para evitar las "veleidades de escritor" que tendría si escribiera en catalán. Aun así, asegura, solo escribe "cuando no queda más remedio". "Si puedo dibujarlo, no lo escribo –añade–. Si escribo es que algo no va bien". Y son muchas las cosas que pueden no ir bien en el proceso creativo de un artista que reclama "el derecho al fracaso", en un cuadro o en proyectos de gran envergadura como la cúpula de la sala de los Derechos Humanos de la ONU de Ginebra: "A los seis meses lo sacamos todo, pensaba que era una mierda. Y el ministro de allí me invitó a cenar y yo le conté mi derecho a fracasar. Él me dijo que no me preocupara, que todo saldría bien".

Barceló también ha recordado su celebrado trabajo en la capilla del Santísimo en la catedral de Palma. "Fue difícil improvisar cada día, sobre todo algo tan grande. Con la cerámica no puedes dar marcha atrás. Y cuando el cristo ya estaba terminado alguien dijo: «Tiene los cojones demasiado grandes»". El artista tenía muy presente el riesgo de aceptar un encargo de la Iglesia. "Gaudí ya trabajó en la catedral de Palma cien años antes que yo y, cuando murió el obispo que le había encargado la obra, le echaron. Yo, cuando murió el obispo que me había encargado la capilla, pensaba que pasaría lo mismo. De hecho, la obra estuvo parada un tiempo. Y si la terminé fue, creo, porque el obispo pidió ser enterrado «en la capilla de Barceló»".

"Me gustaba mucho venir a Barcelona a ver a los toros"

Pintor y cineasta se han confesado admiración mutua ("Conozco el cine de Albert desde el principio, desde Honor de cavalleria y El cant dels ocells", dice Barceló) y comparten pasiones: la literatura francesa y la tauromaquia, a la que Serra acaba de dedicar un documental que está acabando de montar, Tardes de soledad. "La película captura la muerte del toro, son tres o cuatro minutos de agonía –explica el director–. Y como, a diferencia de las personas, el toro no tiene conciencia de sí mismo ni de la vida, no es consciente de que va a morir. Las imágenes reflejan de una manera inequívoca, casi material, cómo la vida lo abandona y se va separando de él". "Es que el toro es un toro hasta el último momento –apunta Barceló–. Ver morir a los animales es algo que me tranquiliza, porque lo hacen bien. Lo hacen bien todo, y los humanos lo hacemos todo mal. Los toros son un resumen de la vida y la muerte. Me gustaba mucho venir a Barcelona a ver a los toros, lástima que ya no haya".

La conversación también ha derivado hacia el arte rupestre, una obsesión de Barceló que Serra reconoce no compartir pero que ha empezado a entender gracias a las reflexiones del artista en De la vida mía, que por cierto publicará en España Galaxia Gutenberg en noviembre. El pintor recuerda la admiración que le provocó en los 80 visitar las cuevas de Altamira ("Ves la mano de un solo artista y eso es magnífico", subraya), pero las pinturas rupestres que más le fascinan son las de las cuevas de Chauvet. "Tienen 45.000 años, no hay nada más antiguo y es una obra maestra. Todos los leones tienen su propia vida, un relato. Como lo haría aquel tipo para acercarse tanto a un animal tan peligroso... Y tiene soluciones prácticas que después utilizó Tintoretto". Barceló destaca un búho "pintado con el dedo" que memorizó y reprodujo él mismo muchas veces. "He llegado a la conclusión que lo hizo en nueve segundos. Más rápido no se puede hacer, y más lentamente tampoco", asegura.

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