Salto al abismo en Cannes: un musical trans con narcos y Selena Gomez
Jacques Audiard estrena 'Emilia Pérez', una temeridad en una jornada que también acoge 'Oh Canada' de Paul Schrader
Enviado especial a CannesDespués de ganar la Palma de Oro en 2015 con Dheepan, Jacques Audiard se ha intentado alejar del cruce entre drama social y cine criminal en el que le quisieron encasillar a raíz del éxito deEl profeta. Primero con el magnífico western humanista Los hermanos Sister (2018) y después con el tríptico de relatos sobre romanticismo e incomunicación de París, distrito 13 (2021). Sobre el papel, un drama sobre narcos mexicanos sería un regreso a las coordenadas estéticas de sus inicios, pero Emilia Pérez, presentada este sábado en el Festival de Cannes, es un temerario salto al abismo que no tiene parangón con ninguna película anterior del director: un musical sobre el líder de un cártel mexicano que quiere cambiar de sexo y de vida.
El francés se pone el sombrero de mariachi para dirigir ese culebrón arrebatado y lleno de giros inverosímiles en los que los números musicales van del dúo íntimo a la coreografía multitudinaria. La historia de la narco transexual se narra desde el punto de vista de la abogada brillante –pero frustrada profesionalmente– que le ayuda a dejar atrás su vida de crimen, una Zoe Saldaña que aparca a los suyos Guardianes de la Galaxia y Avatares para recuperar la lengua de los padres –es hija de una puertorriqueña y un dominicano– y construir un vínculo de amistad transformadora con la protagonista, a la que interpreta la actriz trans madrileña Karla Sofía Gascón. El tercer vértice es la mujer del narco, una Selena Gomez que vuelve a ampliar registros interpretativos pero que, pese a sus orígenes mexicanos, habla el español con un deje robótico, posiblemente fruto de un aprendizaje fonético del texto.
En la ambición artística deEmilia Pérez hay algo de disparate a contracorriente que le emparenta con otros musicales desencajados, como Bailar en la oscuridad o Anette, sobre todo en escenas tan pasadas de vueltas y kitsch como el número musical en una clínica de cambio de sexo, pero el filme de Audiard va cojo de solidez y entidad, e incluso de auténtica locura. Es inevitable pensar qué habría hecho Almodóvar con este laberinto de pasiones turbias, y también imaginar cómo sería el filme con un director y un reparto realmente mexicanos, aunque el artificio inherente al género musical disimula bien la ensalada de culturas y acentos .
La generación 'Euphoria' llega a Cannes
Este sábado ha sido el día en el que el nuevo star system de Hollywood ha centrado el foco en Cannes. La competición oficial ha acogido la nueva película de Jacob Elordi, el actor que Euphoria convirtió en ídolo juvenil y que ha elegido con astucia sus papeles en el cine: después de Saltburn y Priscilla llega Oh Canada, la adaptación que Paul Schrader ha dirigido del libro de su amigo Russell Banks, de quien ya adaptó Affliction (1997). Ahora se trata de una historia testamentaria sobre la última entrevista que concede un aclamado documentalista enfermo terminal de cáncer, con la que pretende hacer las paces con sus demonios vomitando todos los pecados y errores del pasado que le atormentan.
Si un Elordi algo tenso (y ausente de Cannes) da vida a los recuerdos de juventud del protagonista, de su encarnación madura y agonizante se encarga uno de los mejores Richard Gere de los últimos años, que se reencuentra con el director que le convirtió en estrella y sex symbol con American gigolo (1980), y que según ha explicado en rueda de prensa se ha inspirado en su padre, fallecido a los 101 años poco antes de rodar la película. Oh Canada parece un filme tan personal para Schrader como seguramente frustrante para el espectador, que ve cómo la confesión se va descomponiendo en hilos de recuerdos que se pierden en el laberinto de una conciencia confusa por la enfermedad y el dolor, incapaz de reconstruir el relato de la propia vida. No existe la contención bressoniana de sus últimos tres filmes, pero conecta temáticamente a través de la imposibilidad de una redención que viene a reivindicar, como decía Francis Ford Coppola hace unos días, que lo que importa al final de la vida son las cosas que has hecho, no los arrepentimientos ni el perdón de nadie.