'Un efecto óptico': atrapados en unas vacaciones en Nueva York (o Burgos)

Juan Cavestany dirige a Pepón Nieto y Carmen Machi en una insólita comedia fantástica

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Pepón Nieto y Carmen Machi a 'Un efecto óptico'

Barcelona“Es como si estuviéramos aquí pero a la vez no”, comenta Carmen Machi a Pepón Nieto durante sus vacaciones en una Nueva York inquietante que más bien recuerda Burgos “pero algo más grande”. En otra escena de Un efecto óptico, ya en cartelera, la hija del matrimonio se sorprende de la candidez de los padres: “¿Pero todavía no os habéis dado cuenta de que estáis en una película?” La extrañeza y el cuestionamiento de la realidad son la constante de este film desconcertante que dirige Juan Cavestany, francotirador de la comedia de autor y responsable de obras inclasificables como Dispongo de barcos y Gente en sitios, además de la serie de Movistar+ Vergüenza.

Tràiler d''Un efecto óptico'

Por Un efecto óptico le han llovido a Cavestany comparaciones con el surrealismo de José Luis Cuerda o los juegos narrativos de Christopher Nolan. Es lógico, si se tiene en cuenta que la historia mezcla ciencia-ficción, loops temporales y el costumbrismo cañí de un matrimonio de Burgos. “La historia no es tan críptica como parece –se excusa–. Simplemente se produce una repetición de unos hechos. La hija les explica el mecanismo y que se tienen que fijar en los detalles. Pasa que no hay una solución evidente al enigma, quizás porque el enigma no es tal. No me acaban de gustar las películas rompecabezas como Memento, y no sabría cómo hacerlas. Aquí hay una apariencia de juego, pero es más libre y lúdico. Y la solución no la encuentran los personajes ni el espectador, la encuentra la película”.

La película conduce a los personajes de Nieto y Machi por una Nueva York que no lo es y los convierte en turistas del nada que vagan medio perdidos por una realidad tan extraña como familiar. Es un comportamiento inducido por el dispositivo narrativo de Un efecto óptico pero que en el fondo no se aleja mucho de la irrealidad que impregna la experiencia del turismo de masas en el siglo XXI, de la sensación de estar obligado a pasárselo bien casi por decreto. “Es el mensaje con el que nos bombardea la sociedad de consumo –apunta Cavestany–. Estamos predeterminados a disfrutar como si participáramos en una competición invisible para ver quién se lo pasa mejor y que se ha acentuado con las redes sociales. Y esto es especialmente claro en los viajes, donde lo que se vende es una experiencia que, sin embargo, es difícil de conseguir y que no se puede comprar”.

Observando a los turistas

Estas reflexiones de Cavestany provienen de los años en qué trabajó como corresponsal de El País en Nueva York y observaba las oleadas de turistas que constantemente visitaban la ciudad. “En realidad están interpretando un papel –apunta–. Se ponen el disfraz de una ropa más cómoda que la habitual, se preparan el texto leyendo una guía que les dice cómo se tienen que comportar y se desplazan a una localización extraña de la cual tienen que volver con un tesoro de experiencia. Pero está programado de tal manera que es muy difícil de conseguir”.

El interés por la mercantilización de la felicidad conecta el trabajo de Cavestany con uno de los referentes confessos de Un efecto óptico: las fotografías de Martin Parr. De hecho, el director asegura que las influencias de la película son más fotográficas que cinematográficas y cita como ejemplo los trabajos de Parr pero también lo otros fotógrafos de calle como William Klein y Philip-Lorca diCorcia. “Me siento mucho más identificado que con el humor y el surrealismo por el cual siempre me preguntan –dice Cavestany–. Para mí lo que hago no es surrealismo, que asocio a Dalí y a imágenes muy locas, sino hiperrealismo, que tiene que ver con una mirada muy concreta y profunda. Es como mirar mucho cualquier cosa, que su significado empieza a mutar. Y cuando te fijas en unos gestos y rituales se revelan mecanismos muy curiosos”.

Entre la televisión y el cine

En Un efecto óptico también se puede identificar un discurso sobre la relación entre cine y televisión a través de la omnipresencia en el film de una pantalla televisiva que a veces se incorpora a la narración de la historia e incluso le proporciona un final feliz. La televisión también ha dado alegrías a Cavestany, que con las series Vota Juan y sobre todo Vergüenza consiguió el éxito que siempre le había esquivado en sus proyectos de cine –no en los teatrales, porque es el autor del libreto de Urtain–. Pero asegura que la serie protagonizada por Javier Gutiérrez y Malena Alterio nació como todos sus guiones de películas y que él fue el primer sorprendido por su transformación en “un fenómeno mainstream”. La clave, señala, es la llegada “de una nueva televisión en la que tienen cabida productos más de nicho” y el hecho de escribir los guiones con otro director, Álvaro Fernández Armero. “Pero sigue sin ser una serie para todo el mundo –dice–. A muchos de mis amigos del mundo del cine y los festivales les parece demasiado mainstream, y para algunos espectadores normales es muy extraña”.

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