Enric Miralles: el prodigio de la arquitectura catalana
Fue como un cometa fulgurante que todavía da luz. En 2020 se cumplieron veinte años de la muerte, a los 45 años, de Enric Miralles, autor de obras como el Mercat de Santa Caterina o el Parc de Diagonal Mar en Barcelona. Adorado por los arquitectos y desconocido por el gran público, nos adelantamos a los actos conmemorativos que empiezan la semana que viene para explicar, de la mano de colegas que lo conocieron, por qué fue el último gran prodigio de la arquitectura catalana del siglo XX
Es un día festivo y la calma reinante acentúa el impacto de recorrer en solitario el Cementiri Nou de Igualada, una obra maestra de Enric Miralles y Carme Pinós. Él mismo fue enterrado aquí en 2000 después de morir a los 45 años víctima de un tumor cerebral fulminante. El cementerio está ubicado al final de un polígono industrial donde solo trabajan unos pocos operarios de una empresa de bollería industrial. La valla del cementerio es lo primero que llama la atención. Es como una malla hecha con unas finas varillas de hierro. Por su fragilidad y carácter rústico, recuerda los viejos somieres que Josep Maria Jujol usó para hacer el esqueleto de la valla del santuario de Montferri. Desde la entrada, el cementerio es apenas visible y hay que seguir bajando para adentrarse en un “pequeño valle”, como dijo el mismo Miralles, donde los dos arquitectos quisieron ubicar esta obra que ganó el premio FAD de arquitectura en 1992 y es considerada uno de los grandes hitos de la arquitectura catalana y española de los últimos cuarenta años. En cuanto al mismo Miralles, ningún arquitecto catalán posterior ha igualado su potencia y su singularidad.
“Enric es el arquitecto más interesante de su generación”, dice el arquitecto Joan Roig, uno de los profesores que Miralles seleccionó cuando organizó su curso en la Escola d'Arquitectura (ETSAB) y el comisario de los actos conmemorativos del vigésimo aniversario de su muerte. Se celebran con un año de retraso, por la pandemia, e incluyen una serie de exposiciones y otras actividades que empezarán la esta semana, impulsados por la Fundació Enric Miralles, el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat. “Como le pasó a Gaudí, los años posteriores a la muerte fueron de silencio. Enric fue un arquitecto muy singular dentro de su generación, pero al mismo tiempo viene de la cultura clásica de Barcelona”, añade Roig. La gran exposición de homenaje a Miralles se hará en el Saló del Tinell, el mismo lugar donde se hizo la de Antoni Gaudí treinta años después de su muerte. “Enric -explica Roig- fue un poco como Gaudí: Gaudí fue un arquitecto generacional dentro del Modernismo, pero muy singular. Tenía la esencia del Modernismo pero se escapaba hacia otros horizontes. Con Enric pasó un poco lo mismo: venía de la cultura clásica de la Escola de Barcelona, pero por sus hallazgos de conocimiento y expresivos fue más allá y abrió caminos a mucha gente que pudieron ir avanzando”.
“Es un firme candidato a ser el arquitecto catalán más importante después de Gaudí”, subraya el arquitecto y crítico Jaume Prat, que fue estudiante de Miralles. “Es una figura que identifica la arquitectura catalana. Enric Miralles revive el debate entre los modernistas y los noucentistas y se alinea completamente con los modernistas, actualiza su lenguaje”. “En el siglo XX hay cuatro grandes arquitectos: Gaudí, Sert, Coderch y Miralles”, afirma Carolina B. García-Estévez, profesora de la ETSAB y la editora, junto con Josep Maria Rovira, de los escritos de Miralles. “Es un personaje bastante irrepetible”, afirma el arquitecto Pau Sarquellas. “Querer hacer arquitectura como él es muy difícil”, añade.
El pavimento del cementerio está lleno de troncos empotrados en el hormigón. Efectivamente parece, como han dicho algunos autores, que han llegado arrastrados por una riada que quedó contenida por los muros del cementerio. “En el cementerio de Igualada se para el tiempo”, recuerda Prat. Cuanto más tiempo pasas, más surge la duda de sí es una obra contemporánea o si podría ser un hallazgo arqueológico de una civilización desconocida. El hecho de que el cementerio esté excavado añade gravedad a la experiencia y uno de los grupos de nichos parece una barca encallada. “El cementerio de Igualada es una mirada muy fuerte sobre el tema de la topografía, y la manera en la que Miralles trabajó a partir de la topografía de los lugares influyó mucho en su generación”.
Mensajes de recuerdo de todo el mundo
La tumba de Enric Miralles está ubicada en un panteón en el nivel superior, cerca de la capilla, un espacio también sobrecogedor por la jácena gigantesca en forma de cruz que sostiene la cubierta. En la lápida de Miralles está su firma y un dibujo infantil. En la pared adyacente sus seguidores de todo el mundo, desde Japón hasta Argentina y el Uruguay, han escrito infinitos mensajes encima el hormigón: “Gracias por enseñarme a escribir y a pensar”, dice uno de los mensajes. “Gracias, Enric, por querer la vida con tanta generosidad”, se puede leer en otro. La suma de testimonios parece un tatuaje abigarrado. Un tercer mensaje recuerda un artículo escrito a cuatro manos con la arquitecta Eva Prats, que entonces trabajaba para él: “Cómo acotar un cruasán”. Y otros son de agradecimiento y reflexiones suscitadas por la misma visita: “Gracias por enseñarnos a pensar los espacios en todas sus facetas”. “El punto donde se encuentran dos fuerzas origina una nueva luz de esperanza, de creación”, dice otro escrito. Y también hay un fragmento de la memoria del mismo edificio: “Un cementerio no es una tumba. Es más bien una relación con el paisaje y con el olvido”. Ante el alud de mensajes que dejaban los seguidores, la familia colocó una cajita de madera para guardarlos, pero ahora parece que hace tiempo que está vacía, quizás porque su muerte prematura provocó que sea conocido sobre todo entre los arquitectos y que todavía no lo sea suficientemente entre el gran público. “Es difícil encontrar un arquitecto que no te diga que Miralles fue un genio”, dice Oriol Cusidó, fundador y codirector del Premio Europeo de Intervención en el Patrimonio Arquitectónico del AADIPA. Al gran público, sin embargo, le cuesta más ubicarlo.
Conocido por su gran capacidad de trabajo, Miralles despuntó junto a Carme Pinós, compañera de trabajo y vida en los primeros años. Participaron en concursos que preparaban mientras él trabajaba al despacho de Helio Piñón y Albert Viaplana -colaboró en el proyecto de la Plaça dels Països Catalans de Barcelona- y ella en el estudio de Lluís Nadal. Era torrencial y a lo largo de veinticinco años de profesión hizo más de 150 proyectos. “Para Miralles el dibujo es esencial”, dice el también arquitecto Josep Ferrando. “Como decía John Berger, para él dibujar era descubrir. Cuando dibujaba no representaba un edificio sino intuiciones, ideas, conceptos, construcción, material, estructura, todo al mismo tiempo. También las intenciones, la sociedad, el movimiento de las personas...” Para Ferrando, Miralles era un “artesano”. “El grado de complejidad de su arquitectura es tan alto que resulta muy difícil construir un relato unitario, una historia con unos hechos que se encadenan”, considera García-Estévez. “Creía que cada obra que construía podía explicar el mundo entero. Miralles hacía un esfuerzo titánico para explicar el mundo desde el mundo, de empezar cada vez desde cero. Decía que los proyectos nunca se acababan, que cuando dejaba uno quedaba inacabado indefinidamente; esta era su manera de entender la vida y la arquitectura”.
Un dúo de arquitectos jóvenes y audaces
El grueso principal de las obras propias que Miralles vio construidas se remontan a su etapa inicial cuando hacía dúo con Pinós. La primera obra que construyeron fueron las cubiertas de la Plaça Major de Parets del Vallès, y pronto recibieron reconocimientos, como el premio FAD de interiorismo y rehabilitación por el instituto de secundaria La Llauna, en Badalona. También ganaron los concursos de dos grandes edificios deportivos: el Palacio de Deportes de Huesca, cuya construcción fue sonada porque se hundió la cubierta durante la construcción, y el Centro Nacional de Alto Rendimiento de Gimnasia Rítmica en Alicante. “Estos edificios hicieron que la mirada sobre los edificios deportivos cambiara de perspectiva y fuera hacia otro lado, donde ya habían estado los polideportivos de los Juegos de Múnich. Él los recuperó y añadió variaciones”, dice Roig. Durante estos años también hicieron las instalaciones olímpicas de tiro con arco, el Ayuntamiento de Balenyà y la escuela-hogar en Morella (els Ports).
La arquitecta Eva Prats se formó junto a Miralles como estudiante y colaboradora de su estudio, y ofrece un testigo privilegiado de aquella primera etapa. “Empecé cuando hacía segundo de carrera y colaboré con él durante nueve años. Él tenía treinta y yo veinte”, recuerda Prats. “Para mí Enric Miralles y Carme Pinós eran una pareja prodigiosa. Conseguían dibujar lo que se proponían, sus deseos, y hacían propuestas con mucha complicidad con las personas, y esto era muy alentador”. También recuerda el impacto que le provocó poder pasar horas dibujando con unos arquitectos jóvenes que eran rompedores, y cómo el ejercicio “de acotar el cruasán” surgió después de haber conseguido acotar una escalera con unos rellanos muy difíciles, una muestra de cómo Miralles y Pinós le transmitieron “la responsabilidad” de que todos los detalles son importantes, tanto “como construir una catedral”. “Trabajar con ellos era como una escuela paralela; cuando dibujaba con ellos recordaba las lecciones de la mañana de construcción y estructuras, era una escuela de precisión del dibujo. Aprendías que todas tus acciones, fueran las que fueran, las tenías que hacer como arquitecto, con la misma responsabilidad que cuando estás construyendo. Era bastante sorprendente y cuando te haces mayor te das cuenta que es así”.
El primer proyecto en el que colaboró Eva Prats fue el de un puente sobre el río Segre. “Era impresionante cómo multiplicaban las posibilidad de atravesar un río. Cuando te encontrabas en medio del río podías decidir volver por otro camino o seguir adelante. Tenías tres caminos cuando estabas en medio del puente. Era muy bonito porque se trataba de abrir posibilidades dentro de la realidad”. Eva Prats siguió trabajando para Enric Miralles cuando, después de la separación, él continuó su carrera en solitario, y explica que mantuvo aquella capacidad para dibujar lo que se propusiera. Otro detalle que Prats recuerda especialmente es “la incorporación de la parte lúdica en el trabajo”, en un momento en que al estudio de Miralles se podía dibujar tranquilamente sin prisas; antes de que creciera como lo hizo en los últimos años.
Un referente para los jóvenes
“La figura de Enric Miralles es un referente desde el primer año de la carrera para intentar entender sus ideas, que eran muy complejas y de las cuales cogías solo algunos detalles”, dice el arquitecto Pau Sarquellas, que tiene un estudio con la arquitecta Carmen Torres. “Empezamos a estudiar en 2004, cuatro años después de su muerte, y los profesores que tuvimos lo habían tratado y muchas veces habían sido compañeros de clase y colegas en algunos proyectos. Una de las puertas de entrada en el ideario de Miralles y en sus proyectos es la geometría, y también está la del lenguaje y la materialidad”, explica. Para Sarquellas, la complejidad de Miralles deriva del hecho que extraía referencias de todas las disciplinas y también de sus viajes. “Leía mucho, viajaba mucho y era un erudito en muchas disciplinas, y todo lo que entraba por sus sentidos acababa transformándose en trazos, geometrías y detalles arquitectónicos”. Otro de los aspectos que Sarquellas destaca es el cromatismo. “Su idea del color aparece desde los primeros esbozos y collages y se ha estudiado muy poco”, explica. Como dice Jaume Prat, su influencia se nota en despachos como Harquitectes. “Sin Miralles no existiría, dentro de la arquitectura catalana, el actual interés por la cerámica y los materiales más crudos, o por la explosión, la joya formal y los colores. No sé donde estaríamos, pero no estaríamos aquí. Su influencia es incalculable, porque ya lo hemos asimilado, no hace falta ni que pensamos en él, está muy sólidamente arraigado en el imaginario de la arquitectura catalana; es una fuerza de la naturaleza”.
Enric Miralles murió el día 3 de julio del año 2000 en una casa de Josep Antoni Coderch en Sant Feliu de Codines, donde se había refugiado con la familia después de ser operado de urgencia en Houston del tumor cerebral que le habían detectado pocos meses antes. Al cabo de pocos días de haber vuelto -después de pasar tres meses en Estados Unidos- recibió el premio FAD de arquitectura por la reforma de una vivienda en el barrio barcelonés de La Clota, un galardón que fue también un gesto de la profesión para darle ánimos. Después de su muerte, su viuda, Benedetta Tagliabue, se puso al frente del estudio y durante los siguientes años acabó las obras que tenían en curso: la ampliación del Ayuntamiento de Utrecht (2001), el Parque de Diagonal Mar (2002), el Parlamento de Escocia (2004) -después de impedir en los tribunales que el estudio escocés con el cual colaboraba se quedara la obra-, el campus de la Universidad de Vigo (2004), el Mercat de Santa Caterina (2005) y la biblioteca de Palafolls (2007), a la cual pusieron su nombre. Aquel mismo 2007 se acabaron las obras de la Torre de Gas Natural, cuyo concurso había ganado Miralles pocos meses antes de enfermar, y quedó truncado el proyecto del edificio Fòrum para el Fòrum de les Cultures en 2004. “La continuación de las obras después de la muerte de Miralles fue muy lógica”, dice Salvador Gilabert, director de proyectos en el estudio Enric Miralles Benedetta Tagliabue (EMBT), coordinador de la Fundación Enric Miralles y autor del libro Enric Miralles. Procesos y experimentos (Ediciones Asimétricas). “Benedetta explica que el proceso de los edificios que todavía no estaban acabados se hizo del mismo modo que lo habría hecho él, con los dibujos y esbozos, y trabajando con la misma gente”. Benedetta Tagliabue acabó los edificios “de una manera sincera”, y desde entonces ha tenido su propia evolución. “Ha evolucionado de una manera muy parecida. Como decía Enric y después Benedetta, sin aburrirse, siempre intentando hacer las cosas de una manera un poco diferente y siempre experimentando. La experimentación no es banal, y tiene un fundamento teórico muy fuerte basado en teorías artísticas consolidadas de todos los ámbitos: arquitectónicas, plásticas y literarias; como el movimiento Oulipo, la patafísica y el surrealismo”, dice Gilabert. Y de los últimos años destaca cómo se ha acentuado el trabajo con materiales naturales como la madera. A pesar de todo, Enric Miralles murió en un momento de bonanza, años antes del estallido de la crisis del 2008, que castigó duramente el sector. “Seguramente habría hecho muchísimas más obras, pero también se habría encontrado con una crisis que seguro que le habría tocado, y le habría sido difícil continuar con el mismo número de proyectos”, dice Sarquellas.
Entre las obras tardías de Miralles, Carolina B. García-Estévez pone de relieve el Mercat de Santa Caterina, donde está toda “la intensidad y el dramatismo” de la obra de Miralles. Recuerda que el arquitecto había bromeado con la idea de ser un especialista en cementerios, por la necrópolis que se encontró en el subsuelo del mercado, un espacio que, como el barrio en que vivía y la rehabilitación de la cual repensó, era tan importante para él que le puso Caterina a su hija. “A pesar de que el mercado es solo una cubierta -porque un mercado es esto, sólo necesita aire y ventilación-, dentro de esta elementalidad Enric hizo una planteamiento de la cubierta que explica toda su complejidad”. Así, la cubierta está colgada en tres grandes arcos que se sustentan en una gran viga de hormigón que recorre todo el mercado y que al mismo tiempo sustenta la estructura antigua. “Para Enric era muy importante dialogar con el pasado y entender la vida de los edificios como un continuo en el tiempo”, dice García. La cubierta, que parece que tenga que caer, está inacabada porque no se construyó un cenador que la prolongaba por la avenida Cambó y que acababa hundiéndose en tierra.
Un legado muy frágil
La felicidad para Enric Miralles era, como dijo él mismo en una entrevista, “la conciencia del paso del tiempo”. En otra recordó como Josep Maria Jujol había asimilado los estragos de la Guerra Civil en sus obras hasta preguntarse si no estaban mejor así. Han pasado veinte años de la muerte de Miralles y ni el tiempo ni los hombres han sido generosos con algunos de sus trabajos. En vida vio como la oposición vecinal acababa con su remodelación del edificio olímpico de competición de tiro con arco, en el Vall d'Hebron, que fue derribado hace una década, y la Generalitat todavía no ha cumplido el compromiso de reconstruirlo. Pocos años después también fue destruida la sede madrileña de Círculo de Lectores, que había proyectado en solitario antes de fundar el estudio con Tagliabue. En el Cementiri Nou de Igualada la vida continúa: el crematorio que Carme Pinós proyectó hace unos años está colocado estratégicamente para no alterar la atmósfera del cementerio, pero clama al cielo que la capilla, una de las partes más impactantes del conjunto, sigue inacabada.
Habrá que actuar para que el tiempo siga pasando con suficiente dignidad para el cementerio y los otros edificios que dejó. “El legado de Miralles se está maltratando, y esta cuestión se tiene que poner encima de la mesa con motivo del aniversario”, reclama García, que también llama la atención sobre el estado de conservación de otra de sus obras, los cenadores de la avenida Icaria, construidas coincidiendo con los Juegos. Pero por encima de la funcionalidad y el carácter social de su obra, Jaume Prat destaca la fuerza emocional de sus edificios: “La arquitectura de Enric Miralles tiene una cosa muy bestia: su capacidad para hacernos soñar, para ilusionarnos, para hacer que el mundo sea algo mejor”.