Fotoperiodismo

De la droga zombie a la violencia contra las mujeres: así es el Visa pour l'Image 2024

El festival de fotografía pone el foco en varios conflictos mundiales en 25 muestras, del 31 de agosto al 15 de septiembre

6 min
Una mujer adicta con su muñeca, lo único que se llevó de casa

BarcelonaCuando el fotoperiodista francés Gaël Turine quiso fotografiar a las personas enganchadas a la droga que malviven en el barrio de Kensington, en Filadelfia, intentó hablar con las ONG, pero se cerraron en banda. Habían acordado no hablar con ningún periodista después de las malas experiencias que habían tenido con los youtubers. En un momento en que todo el mundo puede tomar fotografías y difundirlas en las redes, y existe la amenaza de la inteligencia artificial, ser fotoperiodista no es fácil. Cuando Turine empezó a trabajar, podía enviar las imágenes a más de una veintena de publicaciones y ahora la lista se ha reducido drásticamente: cada vez hay menos recursos. Sin embargo, los fotoperiodistas siguen intentando acceder a las zonas de conflicto y explicar las realidades más incómodas. El festival Visa pour l'Image, que se celebra del 31 de agosto al 15 de septiembre en Perpiñán, llega a la 36ª edición mostrando fotografías como las de Turine en Filadelfia y como las que Loay Ayyoub, ganador del Visa de Oro, hizo en Gaza entre el 7 de octubre de 2023 y febrero de 2024. Y también de otras historias que no ocupan demasiadas portadas.

Los efectos devastadores de la droga zombi

En Estados Unidos, el consumo de drogas mata a una persona cada cinco minutos. Actualmente, una de las drogas más devastadoras es la xilacina, también llamada tranq o droga zombi, un potente sedante de uso veterinario. Mezclada con opioides, como el fentanilo, o con heroína o crack, ha tenido unos efectos dramáticos porque es mucho más adictiva que cualquier otra droga y, por tanto, es mucho más complicado despegarse. Turine acudió por primera vez al barrio de Kensington con un periodista de Le Figaro. "Solo teníamos cuatro días, y yo lo veía imposible. Con cuatro días no puedes hacer nada porque necesitas tiempo para hablar con la gente y es un lugar muy peligroso, pero era eso o nada –explica Turine en el ARA–. Estábamos solos, nadie quería hablar con nosotros, ni las ONG, ni la policía, ni las autoridades. Al final hizo el reportaje, regresó a Francia, vendió las fotografías al diario francés y a una publicación japonesa, y con el dinero que obtuvo regresó a Filadelfia. "No puedes luchar contra los youtubers y todo lo que se mueve en las redes; no soy lo suficientemente naif para ser optimista, pero sí se puede trabajar bien e intentar llegar al máximo de gente", afirma.

Estuvo diez días más, en Filadelfia. Quería profundizar más y hablar con algunas mujeres, porque durante esos cuatro días solo pudo hablar con hombres. Encontró la manera de sacar la cámara sin que nadie le atacara. Lo primero que hacía era decir que no era un fotoperiodista estadounidense, sino que era europeo y que quería explicar los efectos de esa droga que aún no había llegado a Europa, para que todo el mundo pudiera ver sus efectos terribles", dice Turine.

"Te puedo asegurar que ninguna de las personas con las que hablé sabía que compraba droga mezclada con xilacina. Cuando empezó a introducirse en el mercado nadie lo sabía, y eso me lo confirmó tanto la policía como las enfermeras que trataban con estos adictos", recuerda Turine, que en la exposición muestra los efectos de la droga en los cuerpos y en las vidas de adictos de distintos puntos de Estados Unidos y de distintas clases sociales.

El fotoperiodista captó una mujer que, deprisa y corriendo, solo pudo coger algunas de sus pertenencias cuando la policía la desalojó del vertedero que había convertido en su casa. Otra fotografía muestra a una joven durmiendo junto a una muñeca. "Es la único que se llevó cuando se fue de su casa hace dos años", explica Turine.

Las nuevas generaciones ultraconectadas

Treinta y seis horas. Ese es el tiempo medio que los adolescentes franceses pasan cada semana ante las pantallas. El equivalente a un trabajo a tiempo completo. El fotoperiodista francés Jérôme Gence ha estado tres años hablando con niños, adolescentes y sus padres, observándolos, tomando notas y finalmente tomando fotografías. "Hoy las pantallas y las aplicaciones educan a nuestros hijos, los entretienen, los calman, les ayudan a dormirse... pero ¿a qué precio? Los efectos son devastadores, pero, como me dijo uno de los psicólogos con los que hablé, para curar a un niño de la adicción a las pantallas primero deberíamos curar a los padres", explica Gence. Tampoco ayuda la sociedad en la que vivimos. "Necesitamos el móvil para todo, para pagar, para comprar tiques... y plataformas como TikTok están diseñadas para crear adicción", dice Gence, que no tiene ni Instagram ni Facebook porque intenta evitar las plataformas tanto como puede.

Gence, que antes de ser fotoperiodista era analista de datos, ha observado cómo niños muy pequeños pasan mucho más tiempo con las pantallas que con los padres: "Los efectos son perniciosos porque al final quien los educa es quizás alguno youtuber o influencer, que acaba teniendo más autoridad que los propios padres. Los adolescentes tampoco son suficientemente maduros para acceder a según qué contenidos y, a veces, no distinguen entre la realidad y lo que ocurre al otro lado de la pantalla", asegura. Todo ello sin contar con que la mayoría de gente no es consciente de cómo se utiliza toda la información que facilitan. "Dan un gran poder a las plataformas; ¡no tienen ni idea de cómo se utilizará ese poder!", exclama el fotoperiodista.

Dos niñas, de 9 y 12 años, con teléfonos móviles.

Cuando el cuerpo de una mujer también es parte de la guerra

"Cuando era pequeña vi una fotografía que me impactó mucho. Mostraba al periodista italiano Indro Montanelli junto a su esposa, una niña de doce años", explica la fotoperiodista italiana Cinzia Canneri. En 1969, Montanelli admitió en la RAI, la televisión italiana, que había comprado la niña a su padre por 350 libras en 1935. Quería que fuera virgen para "no contraer ninguna enfermedad". En 1935, el periodista tenía 26 años y formaba parte de un batallón durante la guerra de Etiopía. "Seguramente esa fotografía me marcó y años después quise saber más sobre las mujeres de esta parte de África, que había sido una colonia italiana. Es de allí de donde vienen muchos de los inmigrantes que llegan ahora a Italia", explica Canneri.

La fotoperiodista empezó a trabajar fotografiando el viaje hasta Italia. "Hay menos mujeres y su viaje es mucho más lento y terrible, porque muchas vienen con niños", explica. Después decidió continuar el proyecto en el lugar de donde venían algunas de estas mujeres. "Descubrí que sus cuerpos se utilizan como arma tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, y quise explicar el drama de las mujeres de Eritrea y de Tigre (una región del norte de Etiopía)", afirma. Canneri muestra el drama de las mujeres que entre 2017 y 2019 huyeron de la represión y la violencia de Eritrea y buscaron refugio en Etiopía. Luego amplió su proyecto para hablar de la región de Tigre, donde estalló la guerra en el 2020. Tanto eritreas como tigriñas tuvieron que refugiarse en los campamentos de la capital de Etiopía, Adís Abeba, y en Sudán.

"Para poder fotografiarlas, construí una relación de confianza y trabajé en su comunidad; es un proyecto a largo plazo. Cuando ellas veían que conocía su historia y la situación que vivían, se abrían. Algunas ni siquiera han explicado a sus maridos que fueron violadas porque es un estigma. Sin embargo, no quieren que esto se silencie, por lo que se dejaron fotografiar", dice. Antes de ser fotoperiodista, Canneri fue psicóloga social durante veinte años. "Mis hijas eran demasiado pequeñas para que pudiera dedicarme al fotoperiodismo, pero mi experiencia como psicóloga conecta con la de fotoperiodista", añade.

"No creo que el fotoperiodismo tenga la misma fuerza que hace unos años, pero sí puedes hacer cambios a pequeña escala, en pequeñas comunidades. Y también se puede ser efectivo haciendo cosas más prácticas. He puesto en contacto a mujeres de diferentes sitios y he ayudado a construir proyectos para que puedan obtener sus propios recursos", explica Canneri.

A Kebedeshi la violaron cuatro soldados de Eritrea ya su hija de once años le echaron agua hirviendo para que dejara de gritar.
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