Lucy Sante: "He hecho la transición en el momento ideal de mi vida"
Escritora. Publica 'Retrato underground'
BarcelonaCompartió piso con Jim Jarmusch, hizo amistad con Allen Ginsberg y, más adelante, publicó libros como Bajos fondos (1991) y Mata a tus ídolos (2007), donde explora la historia y las escenas musicales, artísticas y literarias de Nueva York. Poco después de editar Retrato underground en inglés, anunció que empezaba a hacer la transición. Lucy Sante (Verviers, 1954) ha pasado por Barcelona para presentar el libro, publicado por Libros del K.O., una nueva compilación de textos donde vida y cultura se entrelazan con habilidad.
Escribe que le interesa investigar sobre las cosas poco conocidas. Casi no sabemos nada de su niñez en Bélgica antes de irse a Estados Unidos. ¿Tiene algún recuerdo que quiera explicar?
— Recuerdo un viaje a la ciudad de Spa, conocida por sus termas. Fuimos al zoo con mis padres y me impresionó mucho un tigre que se movía de un lado al otro de la jaula. Era una jaula con barrotes. A lo mejor es el primer recuerdo que tengo.
¿Y de Nueva York?
— Nos mudamos a un barrio residencial de Nueva Jersey por primera vez en 1959. No vi Nueva York hasta que tuvimos que volver a Bélgica al cabo de algunos meses. Los padres quisieron hacer el viaje en barco. Nos íbamos el día de Halloween. Era la primera vez que veía la ciudad. Era Halloween, que en aquellos momentos en Europa no se conocía. Había miles de niños disfrazados en la calle. ¡Me pareció que eran totalmente libres! Quizás esto hizo que, más adelante, quisiera vivir en Nueva York.
Acabaron pasando allí unos cuántos años y convirtió la ciudad en materia literaria.
— Viví allí del 1972 al 2000. Entonces me fui al upstate [el norte del estado de Nueva York].
¿La ciudad lo echó?
— No. Nos marchamos porque lo quería mi mujer. Acabábamos de tener el primer hijo y ella quería que se criara afuera. Además, yo había empezado a impartir clases en el Bard College [a 180 km al norte de Nueva York]. No me habría ido, pero lo tuve que hacer.
En alguno de sus reportajes y artículos encontramos una visión crítica con la Nueva York actual. La evolución de la ciudad parece, más bien, un proceso de destrucción.
— Pasa en todas las ciudades. Es culpa del neoliberalismo. La gente joven ya no puede vivir con dignidad en una ciudad como Nueva York. En mi época era diferente. Mi alquiler costaba cuatro duros. Había bares, librerías y tiendas de discos donde podíamos ir. Y vivía en el mismo barrio que mis amigos. Ahora, si te quedas en Nueva York, estás obligado a vivir muy lejos del centro, no puedes crear vínculos con nadie y cada vez hay menos lugares para ir. Los negocios cierran porque es demasiado caro mantenerlos.
Usted vivía en el Lower East Side. ¡Fue compañero de piso de Jim Jarmusch!
— Éramos amigos en la universidad. Compartimos piso durante dos años y medio, mientras él estudiaba cine. De hecho, yo actúo en dos de sus películas que rodó como trabajo de carrera. Por suerte, no se pueden ver en ningún sitio.
Uno de sus mejores amigos fue Allen Ginsberg.
— Todavía lo echo de menos. Vivimos en el mismo edificio durante diez años. Era un lugar que se conocía como la Casa de los Poetas porque, gracias a Allen, se instalaron muchos poetas allí.
"Necesitava emanciparme de la disciplina de la iglesia y de los trabajos remunerados sin ningún sentido", leemos en Retrato underground : "Quería llegar a la claridad del estado mental que la poesía requería".
— Escribí poesía hasta los 20 años. Entonces me di cuenta de que mis versos se hacían cada vez más largos, hasta que se acabaron convirtiendo en prosa. Todavía me considero una poeta, a pesar de que ya no escriba versos.
¿Consiguió huir de los "trabajos remunerados sin sentido"?
— Mi primera pieza firmada en la revista New York Review of Books apareció el 1981. Dejé aquel trabajo cuando hice 30 años. A partir de entonces quise vivir solo de lo que escribía. Al principio fue complicado, pero a finales de aquella década más o menos ya lo conseguía.
Dice que todo el mundo lleva "un año grabado en la frente", que coincide con el momento en que dejó de formar parte del presente. ¿Cuál sería el suyo?
— El 1982. Fue el momento en que los especuladores empezaron a comprar edificios para revenderlos. También fue un año en que la heroína causó estragos. Muchos amigos míos murieron o ingresaron en clínicas de desintoxicación. La cohesión social de la escena de la cual formaba parte se hundió.
Venía del mundo del punk y de la no wave. La palabra destruir era importante.
— Fuimos una generación marcada por el nihilismo. Esto no nos empujó a poner bombas: jugábamos con las ideas e intentábamos abrirnos camino.
Ahora escribe sobre la generación anterior a la suya, la que quedó marcada por The Velvet Underground.
— Oí hablar de los Velvet por primera vez en 1968, cuando tenía 14 años. Sus últimos conciertos fueron en 1970: quería ir, pero mi madre me lo prohibió. Muchos años después me propusieron escribir la biografía de Lou Reed y, al poco de firmar el contrato, me di cuenta de que, en vez de explicar los secretos de Reed, lo que quería hacer era escribir sobre The Velvet Underground y su momento histórico. El contexto del Lower Manhattan del principio de los 60 es fascinante y no se ha escrito nada sobre ello desde mi aproximación.
¿En qué se centrará?
— Era el momento en que se estaba saliendo de la generación beat y todavía no había empezado el movimiento hippie. Se juntó la vanguardia, la protesta social, el uso de las primeras drogas psicodélicas y los happenings. Quizás eran un centenar de personas, las que hacían cosas, pero fueron muy influyentes. Nueva York era una ciudad especial en muchos aspectos. Podías encontrar a todo el mundo que viviera en la ciudad en la guía de teléfonos. Por ejemplo, Ígor Stravinski.
¿No le llamó nunca?
— No. Era demasiado tímida.
¿Y ahora? ¿Le llamaría, si fuera vivo?
— Quizás sí. Desde que he hecho la transición he perdido gran parte de mi timidez.
Empezó la transición hace apenas un año.
— Sí.
¿Podríamos decir que también lleva el 2021 grabado en la frente?
— La transición no me ha hecho recuperar la juventud. Ha sido un renacimiento, eso sí.
Fue una aplicación telefónica, FaceApp, la que le cambió la vida.
— Me acababa de comprar un teléfono y probé la aplicación. Modifiqué una foto para ver qué aspecto habría tenido si fuera una mujer. Todavía no me lo explico, pero ya no pude parar: fui buscando más y más fotos mías, desde que tenía 12 años hasta el presente, y cambiaba mi aspecto. En vez de borrarlas, que es lo que habría hecho en cualquier otro momento de la vida, las guardé. Acababa de darme cuenta de una evidencia que ya no podía negar más: que era una mujer.
¿Cuánto tiempo tardó en explicar lo que acababa de descubrir?
— Una semana. Primero se lo dije a mi psicólogo, después a mi pareja y entonces a mi hijo. De aquí pasé a mis amigos. Y un poco más adelante lo comenté al personal de administración de la facultad. Había dejado de ser Luc Sante. A partir de entonces me llamaría Lucy.
¿La reacción entre los amigos y familiares fue positiva?
— Sí. Me sorprendió. He hecho la transición en el momento ideal de mi vida. Es verdad que soy mayor, pero la gente de mi edad me conoce y acepta el cambio. Hace décadas que tenemos relación y pueden contextualizar la decisión que he tomado. No les parece tan extraña ni incoherente.
¿Qué hizo que usted negara hasta hace un año lo que ahora califica de evidencia?
— No era una cuestión generacional, sino de mi propio contexto. Diría que hay dos razones, fundamentalmente. La primera, que me atraen las mujeres (y creía que si hacía la transición me rechazarían). La segunda, que el cambio topaba con mis ambiciones de escritora. En aquellos momentos, si hubiera hecho la transición, solo habría podido escribir sobre este tema, y no quería.
Pero al final hará un libro sobre su transición.
— Sí. Lo estoy escribiendo. Si hubiera hecho la transición hace veinte o treinta años, mi trayectoria como autora habría sido otra.
Usted ha encontrado su identidad. ¿Nueva York la ha perdido definitivamente?
— Tengo un amigo que está a punto de publicar un libro sobre el verano del 2020 en Nueva York. Yo no estaba en la ciudad, en aquellos momentos. Fueron los meses más álgidos de la pandemia. Según escribe mi amigo fue entonces, cuando toda la gente rica de la ciudad se fue, que la vieja Nueva York volvió. Fue un verano de euforia, en que los neoyorquinos volvían a llenar los parques y volvía a haber música por todas partes... Pero se acabó enseguida. El alma de la ciudad continúa viva. Lo chafan el dinero y ciertas personas que podríamos catalogar de consumidoras. No les interesa el arte, solo lo que está de moda. Son capaces de alquilar un piso, amueblarlo y, al cabo de poco, cuando se van a otro lugar, tirarlo todo a la basura.