Historia

¿Quién salvó a Freud de morir a manos de los nazis?

Andrew Nagorksi detalla en un libro cómo huyó de Viena el psicoanalista vienés

Freud en Francia, de camino a Londres, después de huir de Viena. Le acompañan Marie Bonapart y el embajador estadounidense France William Bullitt
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BarcelonaCuando los soldados alemanes atravesaron la frontera con Austria en marzo de 1938 y se produjo la anexión al Tercer Reich, muchos judíos realizaron las maletas. Sin embargo, Sigmund Freud (1856-1939) se resistía a abandonar su casa, en el número 19 de la calle Berggasse de Viena. Tenía 81 años y estaba enfermo de cáncer. El psicoanalista tenía muchos motivos para estar alarmado: los nazis ya se habían presentado en su casa y habían irrumpido en la editorial Internationaler Psychoanalytischer Verlag, que publicaba sus obras. Finalmente cedió y un grupo muy heterogéneo de amigos, familiares y admiradores logró sacarlo de Austria en junio de 1938, y llevarlo a Londres. Freud murió en la capital británica, en septiembre de 1939. En Austria se quedaron cuatro hermanas suyas, que murieron en los campos de concentración nazis.

"Freud conocía bien todo lo que estaba sucediendo a su alrededor y también la fuerza destructiva y el daño que podía hacer el hombre. Tenía ideas radicales sobre la mente humana, pero era muy conservador en cuanto a sus hábitos. Seguía sus rutinas y estaba enfermo de cáncer, no quería dejar su casa. Se aferraba a la esperanza de que Austria no dejaría que ocurriera lo que estaba sucediendo en Alemania", afirma el periodista y escritor estadounidense Andrew Nagorski, que indaga precisamente sobre lo que ocurrió ese año en el libro Salvar a Freud. Una vida en Viena y su fuga en Londres (Crítica).

"En nuestros círculos hay mucha inquietud. La gente teme que las extravagancias nacionalistas de Alemania puedan extenderse a nuestro país. Incluso me han aconsejado que huya de forma inmediata a Suiza o Francia", escribe Freud en la también psicoanalista Maria Bonaparte en marzo de 1933. Freud, sin embargo, aseguraba que todo eran "beneiteries": "No creo que aquí haya ningún peligro y, si llega, estoy decidido a esperarlo aquí. Si me matan, bueno , es una clase de muerte como cualquier otra. Sin embargo, probablemente tan sólo son bravatas de aceite.

"Hubo algo que hizo decidir a Freud finalmente a dejar Viena: la detención de su hija Anna por parte de la Gestapo. Los nazis soltaron a Anna después de interrogarla, pero Freud sabía que si él y su mujer no se marchaban de Viena, tampoco lo haría Anna. Estaban muy unidos tanto por el vínculo familiar como profesionalmente, porque Anna también era psicoanalista y era la única que no había dejado la casa familiar y tenía cuidado de su padre", explica Nagorski.

Un burócrata nazi en el grupo de rescate

El grupo que se unió para salvar a Freud era bastante heterogéneo. Compartían la devoción para el psicoanalista, pero apenas tenían nada en común. Estaba Ernest Jones, un médico galés que aprendió alemán para leer a Freud; Anna Freud, la más pequeña de los seis hijos del psicoanalista, el embajador estadounidense en Francia William Bullitt, que había sido paciente de Freud; Maria Bonaparte, la bisnieda de Napoleón y que también ejerció como terapeuta, y el médico Max Schur. El más disonante del grupo era seguramente un burócrata nazi, Anton Sauerwald.

"Uno de los objetivos de los nazis era quedarse con el patrimonio y el dinero de las familias judías. Sauerwald fue el encargado de hacerse cargo de Freud, de ir a su casa y hacer un inventario de todo lo que tenía. Claramente, era un nazi, pero era lo suficientemente inteligente y sensible como para quedar impresionado con toda la tarea que había hecho Freud", detalla el autor. En el primer encuentro, Sauerwald fue bastante violento y agresivo, pero con el tiempo se fue suavizando. Fue el aliado más inesperado y fue de suma importancia. Sabía que la familia de Freud tenía cuentas corrientes en el extranjero, algo que era ilegal desde que se había producido la anexión de Austria a la Alemania nazi. Sin embargo, esta información no la utilizó para impedir la salida de Freud. Haber ayudado a salvar a Freud no tuvo consecuencias para Sauerwald, que siguió trabajando en el régimen nazi.

"Freud decía que, fuera de Austria, el único lugar donde viviría sería Inglaterra. Quedó impresionado por cómo lo recibieron. Se sintió muy bien acogido. Creo que murió tranquilo porque vio que su hija pequeña, Anna, podría hacer carrera allí y tener una vida", explica Nagorski. En Londres tuvo un encuentro con Dalí. El pintor ampurdanés fue a ver a Freud acompañado del escritor vienés Stefan Zweig el 19 de julio de 1938. Zweig no enseñó el retrato que había hecho Dalí: "Nunca me atreví a enseñarle porque Dalí, clarividente , ya había plasmado la muerte en su rostro", escribió Zweig. Freud estuvo contento de haber conocido a Dalí y agradeció a Zweig que le hubiera llevado: "Hasta ahora pensaba que los surrealistas, que parece que me han adoptado como un santo patrón, eran unos locos rematados. Este joven español, con sus cándidos ojos fanáticos y su innegable maestría técnica, me han hecho cambiar de opinión", dejó dicho Freud en una carta a Zweig.

Meses después de llegar a Londres, Freud murió. Encaró la muerte con mucha serenidad. Su amigo Max Schur le administró morfina. Habían quedado así que cuando el cáncer fuera ya insoportable Schur sería el encargado de poner fin al sufrimiento. Fue el 23 de septiembre de 1939, pocos días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

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