Literatura

Del amor inmortal al amor tóxico: ¿cómo hemos amado a través de la historia de la literatura?

Desde la primera novela de la historia, escrita hace más de 2.000 años, el amor ha sido uno de los temas centrales, y todavía lo sigue siendo, incluso cuando se pone en duda

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Un libro abierto con algunas de las grandes historias de amor de la literatura, de 'Werther' a 'Drácula', pasando por 'Romeu i Julieta'

Barcelona"Hay pocos crímenes que tengan un castigo peor que darse totalmente a otro", escribió Simone de Beauvoir a El segundo sexo (1949). Este proceso de darse al otro en el que consiste el amor ha marcado la novela durante más de dos milenios. La exploración de ese sentimiento –sea romántico, fraternal, trágico, imposible o incluso tóxico– ha ido a menudo acompañado del castigo hacia la mujer, según recordaba la filósofa y escritora francesa en su ensayo.

En la tradición occidental, la epopeya homérica asentó, entre los siglos VIII y VII aC, las bases del amor a partir de dos situaciones muy diferentes: por un lado, el trastornador rapto de Helena por parte de París en la Ilíada; por otro, la añoranza serena del ausente Ulises por parte de su esposa Penélope en laOdisea. La fecha fundacional de la novela se remonta al último tercio del siglo I a. Como no podía ser de otra forma, la primera piedra de este género fue, sobre todo, una historia de amor. Calírroe, de Caritó de Afrodísias (que se podrá leer a finales de mayo en catalán en Adesiara, traducida por Jaume Almirall), comienza con el enamoramiento de dos jóvenes en Siracusa. Poco después de casarse, el marido sospecha de la infidelidad de su esposa Calírroe y la apalea con tanta brutalidad que la dan por muerta. Aun así, cuando una guerrilla de piratas abre la tumba para robar las joyas de la difunta descubren que está viva y se la llevan, salvo salida a una serie de aventuras marítimas. Ya en la primera novela de la historia el amor aparece no sólo como una pasión idílica: también comporta violencia, y quien la ejerce, como sucederá mayoritariamente más adelante, son los hombres.

Ilustración de la nueva edición de 'Tirant lo Blanc'.

La aventura de amar

Durante la Edad Media abundaron las peripecias, infidelidades y conspiraciones

Las grandes peripecias estuvieron atadas durante siglos al amor. Por ejemplo, a través de pastores como Dafnis y Cloe, de Longus, novela escrita en el siglo II dC: "Sus labios son más tiernas que las rosas, su boca más dulce que un chorro de miel; pero su beso es más picante que el aguijón de una abeja", leemos en la traducción que hizo Jaume Berenguer en 1963 para la Fundación Bernat Metge. El amor fue también un asunto central en la vida de los caballeros: en este sentido, hay que tener presente el triángulo que conforman el rey Arturo, su esposa Ginebra y la amante de ella, el caballero Lancelot, figura introducida por Chrétien de Troyes en el siglo XII. Aún en la tradición medieval tardía llegó la primera gran novela escrita en catalán donde el amor y el sexo tuvieron un papel fundamental, Tirando lo Blanco, de Joanot Martorell. Publicada en 1490, combina las hazañas del héroe con las conspiraciones íntimas para evitar que prospere la relación entre Tirant y Carmesina.

Las reminiscencias de la novela de caballerías, sumada a la sublimación de la amada tan presente en la poesía trovadoresca –recordemos el amor legendario y trágico entre Tristán e Isolda, fijado, entre otros, por Béroul– , desembocaron en el amor imposible que propone la primera novela moderna, Don Quijote de la Mancha (1605). El trastorno psicológico del antihéroe creado por Miguel de Cervantes convertía los molinos en gigantes y también imaginaba a una mujer hermosa y perfecta a la que dedicaba sus victorias inexistentes, Dulcinea del Toboso.

El amor ilícito entre Romeo y Julieta pintado por Ford Madox Brown en 1850.

El amor prohibido

La tragedia de 'Romeo y Julieta', fuente de inspiración de incontables novelistas

Un poco antes de que Don Quijote empezara a cabalgar por los paisajes áridos de la Mancha, William Shakespeare escribía Romeo y Julieta (1597), una obra de teatro que contribuyó a fijar un elemento común en muchas novelas posteriores: el amor prohibido. "Los amantes más famosos de Shakespeare expresan su desesperación ante la enemistad entre ambas familias y por culpa de la mala suerte de llevar sus apellidos", recuerda Cristina Nehring en el ensayo A favor del amor (Lumen, 2010; traducción de Ana Mata Buil). La pasión que Romeo y Julieta sienten uno por otro no evita que uno y otro acaben condenados a morir demasiado pronto. "La muerte, que te ha chupado el aliento de miel, / no ha conseguido marchitarte la belleza", dice Romeu hacia el final del acto quinto en la traducción de Miquel Desclot publicada en Proa en el 2017. Cuando ve Julieta muerta –en realidad no lo está–, Romeo toma la decisión fatal de envenenarse. Una vez traspasado, ella vuelve en sí y le besa los labios, desesperada: "Quizás aún te quede veneno / que, dándome la muerte, me reanime".

Shakespeare exploró muchas otras caras del amor –los celos en Otelo, la obediencia ciega a Macbeth, la tormenta en Antonio y Cleopatra–, pero la más influyente acabó siendo la de Romeo y Julieta, la del amor prohibido, apasionado y breve, pero paradójicamente también inmortal. Los amores ilícitos nutrieron buena parte del imaginario romántico, con ejemplos como Werther (1774), de JW Goethe (con un joven tan enamorado de una chica prometida con otro que, desesperado por la imposibilidad de su amor, se acaba suicidando), y Cumbres borrascosas (1847), de Emily Brontë (que recorre las vidas trágicas de Catherine Earnshaw y el turbulento Heatchliff). La novela gótica excavó en las pulsiones más tenebrosas del ser humano, vinculadas también a historias de amor imposibles como la que plantea Drácula (1897), de Bram Stoker: allí, el amor convencional entre Jonathan y Mina Harker era sacudido por el intento de dominio, apasionado y violento, por parte del temible conde vampiro. "Con la mano izquierda sujetaba ambas manos de la señora Harker, manteniéndolas alejadas del cuerpo, con los brazos estirados al máximo –leemos en la traducción que hizo Xavier Zambrano de la novela para Viena en 2022–. Con la mano derecha, el conde la tenía cogida por la nuca y la amorraba en su pecho. La camisa de dormir blanca de ella estaba manchada de sangre, y del pecho desnudo de él, desperdiciado con la camisa rasgada, manaba un chorrito de sangre".

La novela realista del XIX relacionaría también el amor prohibido con el adulterio, con casos paradigmáticos como los de Señora Bovary (1857), de Gustave Flaubert, y Anna Karenina (1877), de Lev Tolstoi. En ambos ejemplos, el comportamiento inadecuado de las mujeres protagonistas terminaba siendo castigado con la muerte. Víctor Català también castigaba a Mila, protagonista de Soledad (1905), cima del modernismo catalán: casada con un pena, la joven ermitana se enamoraba del pastor Gayetano, pero en el momento de dar el paso de lanzarse a sus brazos se daba cuenta de que era demasiado viejo; poco después, era violada por el Alma.

Un fotograma de la adaptación cinematográfica de 'Carol', con Cate Blanchett y Rooney Mara.

El amor contra la represión

El reto de escribir sobre la atracción homosexual

Ya en el siglo XX, la infidelidad se relaciona a veces con el descubrimiento de la propia sexualidad. Una novela paradigmática en este sentido es La habitación de Giovanni (1956), de James Baldwin, que Trotalibros acaba de presentar en catalán por primera vez, en versión de Dolors Udina. En el libro, un joven americano espera en París que la chica con la que quiere casarse vuelva de un viaje por España cuando, en un bar bohemio, conoce a un joven camarero, Giovanni, por quien se siente atraído enseguida, aunque a la vez se culpabilice de explorar una parte de su deseo que hasta entonces había reprimido: "Los motivos que me habían llevado a la habitación de Giovanni eran tan complejos, tenían tan poco que ver con sus esperanzas y deseos, y formaban parte tan profundamente de mi propia desesperación que me imaginé que jugar a ser ama de casa cuando Giovanni se iba a trabajar me procuraba una especie de placer".

El descubrimiento y aceptación de la homosexualidad ha dado muy buenas historias de amor, como la de Carol (1952), de Patricia Highsmith –donde la autora estadounidense tenía el acierto de no condenar moralmente el lesbianismo de las protagonistas–, y la de Celie con la antigua amante de su marido violento, en El color púrpura (1982), deAlice Walker: es gracias al cariño de la cantante que Celie puede recuperar el control de su vida.

El amor desigual

La parte poderosa no siempre gana la partida

Tras gran parte de las historias de amor ágiles y divertidas de autoras como Jane Austen se esconden relaciones marcadas por la desigualdad. En Orgullo y prejuicio (1813), Elizabeth Bennet –que, al igual que sus cuatro hermanas, debe casarse lo antes posible para que las propiedades familiares no se pierdan– tiene una larga serie de desavenencias con el prepotente aristócrata Fitzwilliam Darcy antes de acceder a casarse. "La parte más débil [que en el caso deOrgullo y prejuicio sería Elizabeth Bennet] gana poder gracias a la relación con el plus fuerte. El movimiento oscilante del poder imita al movimiento oscilante del sexo en sí mismo. Los tira y aflojas, los avances y retrocesos entre dos personas son, por naturaleza, íntimos y excitantes", explica Cristina Nehring.

"En mil novelas de amor occidentales la evolución de los sentimientos entre una mujer inteligencia inteligente y un hombre decidido se representa mediante una pugna que concluye cuando la mujer, al final, se deshace en el deseo romántico y una necesidad profunda de unión", escribía Vivian Gornick a El fin de la novela de amor (1997; traducción catalana de Martí Sales en L'Altra, 2022). Existen honrosas excepciones a la norma, como las de Daniel Deronda (1876), de George Eliot, y La señora Dalloway (1925), de Virginia Woolf. "En el momento exacto que sería necesario dar, a la protagonista femenina le coge una especie de frialdad interna", continúa Gornick. ¿Por qué ocurre esto? Porque las protagonistas han mirado su futuro con atención y se han dado cuenta de que tras la promesa de un amor romántico resplandeciente esconde la oscuridad del patriarcado.

Eliot y Woolf fueron dos de las precursoras a la hora de advertir de la toxicidad de buena parte de las nociones de amor transmitidas culturalmente ya través del arte. Las contemporáneas las relaciones de pareja están marcadas por su inevitable caducidad, y esto ocurre leyendo autores tan diversos como Sally Rooney, Michel Houellebecq, Jonathan Franzen y Eva Baltasar. "De un tiempo a esta parte, la duración de las relaciones se ha ido acortando más y más –afirmaba la socióloga Eva Illouz a El fin del amor (Katz, 2020), cuestión que también han explorado recientemente Byung-Chul Han y Lluís Calvo–. Cada vez es más difícil afianzar una relación de pareja. A menudo se evaporan incluso antes de empezar". Incluso en un ciclo de novelas como Mi lucha, de Karl Ove Knausgard, el amor estable de una pareja con cuatro hijos acaba hecho a añicos. Lo único que sobrevive al desbarajuste acaba siendo el amor hacia uno mismo del propio autor, que le permite completar los libros en plena crisis personal y convertirse en una figura literaria admirada por medio mundo y cuestionada por el otro medio.

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