La fascinación del joven Kennedy por el fascismo y el nazismo

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Kennedy leyendo cartas en la cama durante unos días que se halló mal en el viaje.
  • John F. Kennedy
  • Vegueta
  • Traducción de Lidia Pelayo Alonso
  • 232 páginas / 19,90 euros

El éxito del nazismo en Alemania y el fascismo en Italia no se entiende sin la fascinación que estos regímenes y sus líderes provocaban más allá de sus fronteras, incluso en democracias tan consolidadas como la de Gran Bretaña o Estados Unidos. Es conocido que Winston Churchill alabó más de una vez a Mussolini y que el aviador Charles Lindberg, muy famoso en su época, simpatizaba con el nazismo e hizo campaña en contra de la involucración de Estados Unidos en la guerra.

Ahora nos llega otro ejemplo de esta fascinación, o al menos visión acrítica, de la mano de un diario de viaje escrito por un joven John F. Kennedy de apenas 20 años y que la editorial Vegueta ha titulado, creando unas expectativas que después no se cumplirán, El diario secreto de John F. Kennedy. Éste Kennedy casi adolescente hizo en 1937 lo que antes y después han hecho muchos hijos de la clase alta norteamericana: un viaje iniciático por Europa, tanto para conocer, en su caso, sus raíces, como para admirar los tesoros culturales del Viejo Continente. No se trata de un dietario pensado para ser publicado, sino más bien como un recuerdo, lo que le otorga más valor como documento historiográfico de una época concreta que como vía para conocer más detalles de una biografía que ha estado más que estudiada. El dietario, hasta hace poco escondido en la Biblioteca Presidencial de John F. Kennedy de Boston, muestra textos y fotografías del futuro presidente y un amigo, Lem Bilings, con el que recorrerá a bordo de su coche un continente que vive completamente ajeno a la realidad tenebrosa que le espera, y que pasa por Gran Bretaña, Francia, Italia, Austria, Alemania y Bélgica antes de regresar a Londres.

Kennedy haciendo malabares en Nuremberg durante su viaje del verano de 1937.

¿Y qué dice el joven Kennedy en estas páginas que haga que valga la pena leerlo más allá de la mitomanía kennedyana? Pues resulta interesante comprobar que, cuando pasa por Alemania, hace afirmaciones que podrían satisfacer perfectamente a un nacionalsocialista pero que a la vez son un preludio de lo que vendrá: “Todas las ciudades son muy bonitas, lo que demuestra que las razas nórdicas ciertamente parecen ser superiores a las latinas. Los alemanes son demasiado buenos; por eso la gente se reúne en su contra, lo hacen para protegerse...” Susan Sontag bautizó este fenómeno como “fascinating fascim” en 1974, tal y como apunta el historiador Oliver Lubrich, responsable también de la edición del libro, en el interesante epílogo que cierra el libro. Tanto Kennedy como Billings aprovechan el viaje para hablar con gente y comprobar sobre el terreno el efecto de la propaganda nazi y fascista, pero en realidad ambos están más preocupados por ver cosas, hacerse fotos y conocer chicas (sobre todo Kennedy), que por la política internacional.

El libro saciará la curiosidad del lector, que a la vez lamentará no tener más detalles de las aventuras del joven Kennedy por esa Europa al borde de la catástrofe. Por eso la edición se completa con un prólogo de Santiago Muñoz Casado que ayuda a situar la figura de Kennedy y un epílogo que profundiza en la relación del futuro inquilino de la Casa Blanca con Alemania hasta llegar a uno de los momentos culminantes de su presidencia cuando, el 26 de junio de 1963, pronunció en Berlín su emblemática frase: “Ich bin ein Berliner”. Faltaban cinco meses para su asesinato.

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