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Perseguir lo sublime en un mundo como el nuestro

Natàlia Romaní viaja a varios puntos del mundo en su nuevo libro, 'Las rutas de lo sublime', con el objetivo de experimentar la mezcla de belleza y miedo que provoca esta categoría estética popularizada durante el Romanticismo

La escritora y periodista Natàlia Romaní
20/01/2025
4 min
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Barcelona"Yo me aproximo poco, a los abismos. El miedo me da mucho miedo. Pienso que en cualquier momento podría perder el control y dejarme caer", asegura Natalia Romero (Tarragona, 1967), que dedica su nuevo libro, Las rutas de lo sublime (Univers, 2024), a explorar una categoría estética con una larga historia y metas literarias, musicales y pictóricas memorables que describen la mezcla de belleza y terror que se experimenta en contacto con paisajes singulares –o, en algunos casos, considerados sagrados– y frente a fenómenos naturales como una erupción volcánica, un huracán o una tormenta. "El terror y lo divino siempre a tocar el uno del otro en una misma emoción", leemos.

Tal y como la propia narradora explica en este texto "inclasificable, entre la literatura de viajes, el ensayo, la crítica y la narrativa", el concepto de sublime arranca muchos siglos atrás, con un tratado de retórica atribuido a Longí, datado entre los siglos III y I a. C., que no fue traducido y divulgado hasta el siglo XVII. "Es a partir de entonces que el concepto empezó a adquirir resonancias modernas –continúa Romaní–. Según Longí, el artista sublime era una especie de figura sobrehumana, capaz de elevarse por encima de los acontecimientos y experiencias arduas y nefastas de la vida para producir un estilo noble y refinado”.

Fue poco antes del Romanticismo que la palabra llevó a artistas, escritores, compositores y filósofos a priorizar la relación de lo sublime con situaciones "intenses fuera del control consciente que amenazaban la autonomía individual". Entre los primeros pensadores que reflexionaron se encuentran Edmund Burke y Immanuel Kant. El primero consideró sublimes aquellas "experiencias provocadas por aspectos de la naturaleza que, por su inmensidad u oscuridad, no podían considerarse bellas y que, de hecho, provocaban un cierto horror". El segundo desplazó al centro de atención desde el fenómeno natural hacia la concepción subjetiva: lo sublime no se encuentra tanto en un paisaje o un desastre como en la forma en que la mente humana la experimenta. De este modo, habla "de lo que nos ocurre cuando nos encontramos ante algo que no tenemos la capacidad de entender o controlar, algo excesivo". Para Kant, lo sublime es "la única experiencia que te permite sentirte vivo, aquí, ahora".

Vivir en un viaje perpetuo

Con todo este bagaje, Natàlia Romaní, que debutó como novelista en el 2021 con la exigente y ambiciosa La historia de la nostalgia (Universo), se planteó si en un mundo como el de ahora experimentar lo sublime es todavía posible. , comenta la autora. A partir de la descripción de las conversaciones y comidas en la taberna Kostas, la narradora pasa revista a algunos viajes conectados con la persecución de esta categoría estética. "Durante muchos años he tenido la sensación de vivir en un viaje perpetuo –añade–. He pasado largas temporadas en Roma, Skopje, Sarajevo, París y Bruselas. Ser extranjera me fascina".

Uno de los cuadros arquetípicos que transmite lo sublime al que le mira es 'Monje junto al mar', de Caspar David Friedrich

Tras trabajar durante más de una década en la Comisión Europea y en el servicio de prensa del Consejo de Europa, fue asistenta de Toni Comín en el Parlamento Europeo. Desde hace unos meses, Romero ha vuelto a su ciudad natal para dirigir el Diario de Tarragona. "La primera etapa de Las rutas de lo sublime fue en Berlín –recuerda–. Fue durante un viaje con Toni que me escapé para ir a ver un cuadro de Caspar David Friedrich que me fascina, Monje junto al mar". Pintado en 1809, presenta una pequeña figura "curvada como un signo de interrogación" bajo el peso ingrávido de un cielo gris y frente a un mar oscuro y enigmático. "Lo sublime de Friedrich me conectó con la música de Wagner, y Wagner me llevó a pensar en mi padre, una figura que nunca he sabido cómo colocar, que después de la Segunda Guerra Mundial perdió la ilusión y se convirtió en un hombre ausente, siempre de mal humor –explica Romero–. Es así como funciona mi cerebro de escritora, de un sitio me voy a otro, y de ahí a otro...".

El trayecto que plantea el libro continúa en Kaliningrado, ciudad donde había vivido Kant, cuando, como parte de la antigua Prusia Oriental, se llamaba Königsberg. "Hace unos años leí un breve sobre un tiroteo con balas de goma que acabó con un herido –recuerda la autora–. El motivo de la disputa era cuál de los dos hombres amaba más a Immanuel Kant". En Königsberg, la experiencia sublime de Romero tiene lugar al borde de la tumba del filósofo. La siguiente etapa del recorrido es Japón. La conexión con la naturaleza se hace evidente gracias al profundo contacto con la naturaleza más cercana –el conocido satoyama–, que se manifiesta también a través de haikus de clásicos como Matsuo Basho: "En la montaña, / ah, lo sublime tiene forma / de violeta". Uno de los puntos más impactantes es el recuerdo del accidente nuclear de Fukushima del 2011. "Fui a Japón años antes del desastre, pero el libro lo he escrito mucho después –explica–. Los japoneses viven las catástrofes con gran resiliencia . Las asumen con naturalidad. De hecho, viven convencidos de que un día un terremoto arrasará Tokio".

El periplo de Las rutas de lo sublime comienza y termina en Grecia. De la isla donde se instala la protagonista el lector irá a parar hasta "en el ombligo del mundo", el santuario de Delfos, donde durante mucho tiempo hubo dos inscripciones en la entrada: "Conócete en tú mismo" y "Nada en exceso". Estas dos normas morales ayudan a quitar el entramado a la narradora del libro de sí todavía, en un mundo como el nuestro, vale la pena perseguir lo sublime.

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