Cuando Tremp y Talarn se convirtieron en el Far West
Una intervención arqueológica documenta la vida cotidiana de los trabajadores que construyeron la presa de Sant Antoni


BarcelonaA simple vista no queda prácticamente rastro alguno del campamento que se empezó a construir en el norte del municipio de Talarn (Pallars Jussà) a partir de 1911. En esta zona boscosa durante cinco años se alojaron, primero en tiendas de campaña y después en barracones, trabajadores llegados de toda la Península. En total, llegaron más de 4.000 que debían construir, con sus manos, la gran presa de Sant Antoni, que debía permitir electrificar Cataluña. "La historia de estos trabajadores ha sido bastante marginada y olvidada, y la documentación que tenemos es muy escasa", asegura Laia Gallego Vila, arqueóloga de la Universidad Autónoma de Barcelona y responsable de la intervención arqueológica que está documentando cómo era la vida cotidiana y las condiciones de los trabajadores del campamento a través del material encontrado.
La llegada de más de 4.000 trabajadores a una zona rural bastante aislada y con poca población, porque muchos hombres jóvenes se habían marchado con la llegada de la filoxera, supuso una fuerte sacudida. En 1911, antes de la obra, en el Pallars Jussà vivían 18.996 personas, y en Tremp 4.682 personas. En pocos meses se multiplicaron los locales de juego y los prostíbulos, siendo también una oportunidad de negocio para una parte de la población autóctona.
La Central Hidroeléctrica de Talarn, abierta finalmente en 1917, tenía en ese momento la esclusa de mayor retención de agua de Europa y la séptima del mundo, y era propiedad de las empresas Riegos y Fuerza del Ebro (filial de Barcelona Traction, Light and Power Company Limited, conocida como La Canadiense). "Las grandes obras hidroeléctricas necesitaban mucha mano de obra, tanto por la envergadura y complejidad de los proyectos como por los escasos medios de la época", señala Gallego. La mayoría de los trabajadores procedían, sobre todo, de Murcia, Aragón y Andalucía, pero también de la comarca y del resto de Cataluña. En cambio, los ingenieros y directivos de Canadiense habían llegado de Estados Unidos y de Canadá. Las condiciones de los trabajadores eran muy duras, con jornadas laborales de doce horas, medios precarios, inviernos muy fríos y veranos muy calurosos.
Barracones de diferentes clases
El campament, que feia uns 400 metres de llarg, va ser arrasat quan va deixar de fer-se servir en algun moment abans del 1920. Tanmateix, amb la intervenció arqueològica, s'ha pogut reconstruir com eren els barracons: "N'hi havia set de molt llargs col·locats sobre uns sòcols formats per blocs de pedra o grans còdols, i per a les parets es feia servir el canyís", detalla Gallego. Tenían largos pasillos porticados y los tejados estaban formados por fibrocemento ondulado o chapa probablemente metálica. Había otros diecisiete individuales o familiares. Eran bastante mejor que los barracones colectivos tanto por la distribución como por el material utilizado. Tenían una planta cuadrada de máximo 50 m² con un acceso en puerta balcón o terraza. "Había diferencias entre los propios obreros. Algunos vivían de forma más acomodada", asegura Gallego. "En total, hemos encontrado unas 37 estructuras vinculadas al campamento y unos 300 objetos. Había tres marcas de ladrillos diferentes, algunos procedían de Escocia y otros eran catalanes. También hemos encontrado medicamentos y bebidas escocesas, por tanto, había abastecimiento internacional a principios del siglo XX", añade.
El impacto de las hidroeléctricas en el Pallars y la Noguera fue enorme. Se calcula que durante aquella segunda década del siglo XX llegaron unos 10.000 trabajadores que construyeron los aprovechamientos hidroeléctricos de Sossís (1912), Seròs (1914), Sant Antoni (1916), Camarasa (1920), Sant Llorenç (1930), Gavet (1931)3 Terrat (1931) y Terrat (1931). "Hubo miles de hombres jóvenes que llegan a un Tremp dejado de la mano de Dios al que no llegaba el agua potable a las casas, ni había alumbrado público ni alcantarillado. Cambió el ocio, las dinámicas de la población, pero también el paisaje", asegura la historiadora pallaresa Joana Franch. Los trabajadores en los momentos de ocio acudían a Tremp oa Talarn, donde también podían alojarse. "En Tremp todo el que podía alquilaba todo lo que podía y quería, incluso los pajares y los corrales a precios abusivos", explica Franch.
Las protestas de las mujeres
La convivencia no fue fácil con ese crecimiento de población tan exponencial. "La prensa conservadora de la época puso el grito en el cielo y la población pedía más dotaciones de la Guardia Civil. Los ingenieros acostumbraban a llevar armas de fuego y los trabajadores, cuchillos. Las mujeres iban en masa al consistorio para que se prohibiera el juego y hay documentos que detallan cómo alguien se había jugado todo el dinero, la casa." Hubo intentos de controlar todo, como cerrar las tabernas a medianoche y prohibir el juego en Tremp, pero entonces muchos locales, cafés, tabernas y locales de prostitución se trasladaron a Talarn, que estaba a unos dos kilómetros.
Franch ha localizado documentación que detalla que en aquella época había diecisiete prostíbulos entre Tremp y Talarn. "Fue una oportunidad de negocio para muchos. El sereno del pueblo era propietario de tres prostíbulos", destaca la historiadora. Según la legislación de la época, las casas de prostitución podían tener entre cuatro y siete chicas, pero debían estar empadronadas, tener la cartilla sanitaria y realizar revisiones médicas de manera periódica; y la mayoría provenían de Aragón y la Comunidad Valenciana y otras comarcas de Catalunya.
La realidad, sin embargo, era que había muchos locales clandestinos. Y en estos locales a menudo existían conflictos. Franch ha recogido una pelea que hubo entre trabajadores de La Canadiense y en la que el mismo sereno hizo uso de su arma. Ambos trabajadores tuvieron un mal final: uno murió de forma instantánea y el otro mientras le hacían la extremaunción. "Podría equipararse con el Far West. Los vecinos se quejaban mucho, pero también miraban hacia el otro lado porque todas estas casas pagaban impuestos", asegura Franch. No sería fácil para todas estas chicas que ejercían la prostitución. Según la ley, no podían pasearse por el pueblo y, a su vez, no podían vivir donde ejercían la prostitución. Aparte de los prostíbulos legales, estaban los cafés-cantantes. Funcionaban como un centro social con espectáculos en el piso de abajo, y en el piso de arriba las chicas ejercían la prostitución de forma oficiosa.
Largas colas en los prostíbulos
En la década de los setenta, el Diario de Barcelona publicó una serie de entrevistas a algunos de los obreros que trabajaron en la construcción de la presa. Antonio Pasqual, que hizo de topógrafo, explicaba cómo al principio vivían en tiendas de campaña. "Comíamos de unas latas que llevaban los americanos. Las tiendas eran enormes y las camas se plegaban como si fueran sillas. Pasábamos frío, pero a los canadienses les importaba un rábano. Nos bañábamos en el río cada día y uno se quedó, supongo que murió de un corte de dig. Los sueldos, según Pasqual, eran "ostentosos": "De tres a cinco pesetas por jornales de diez horas. Mi abuelo era archivero del ayuntamiento y cobraba tres pesetas diarias". Este trabajador también describía el impacto de la llegada de miles de trabajadores de distintos puntos del territorio español. "Los murcianos venían con el colchón a sus espaldas y los hijos en brazos, y muchos aragoneses lo hacían con el carro y caballos porque también los alquilaban a buen precio por el transporte", explica.
"Los de Tremp y Talarn se asustaron cuando vieron cómo llegaban todas aquellas familias famélicas y más aún cuando invadían los corrales abandonados y las cabañas", detalla Pasqual, que relata como uno de los barracones servía de comedor y cocina y otro, de hospital. Según recoge el diario, los capataces americanos llevaban pistola y, una vez, uno de ellos pidió si podía utilizar el látigo con los trabajadores. El ingeniero le respondió que hiciera lo que quisiera, pero que se atendiera a las consecuencias. El diario también hace referencia a la gran cantidad de prostíbulos que proliferaron y cómo se hacían largas colas que, a menudo, generaban conflictos que se resolvían con cuchillos y navajas.
En septiembre de 1918 un conflicto laboral protagonizado por los trabajadores de las obras de la central de Camarasa fue el detonante de la huelga de la Canadiense, un hito histórico del movimiento obrero. Entre otras cosas, se conquistó la jornada de trabajo de ocho horas. La huelga en Barcelona se inició el 5 de febrero de 1919. La capital quedó a oscuras y sin transporte público y las calles fueron ocupadas por huelguistas y policía. Se logró una gran corriente de solidaridad, pero la patronal no cedió. Se declaró el estado de excepción y empezó el fenómeno del pistolerismo: la patronal, que había optado por la intransigencia ante el movimiento obrero, contrató a asesinos a sueldo para atentar contra los sindicalistas. Durante esos cinco años el castillo de Montjuïc llegó a tener más de 3.000 obreros en las celdas.
La investigación arqueológica del campamento de Sant Antoni se ha llevado a cabo con el apoyo del MNACTEC, el Institut Ramon Muntaner (IRMU) y la colaboración de la asociación Pirineus.Watt.