Cuerpo y Mente

¿Por qué los antiguos filósofos amaban tanto a los jardines?

Descubrimos a través de un nuevo libro cómo estos espacios naturales son una invitación al pensamiento y la escritura

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BarcelonaDesde la era clásica, una gran cantidad de filósofos, novelistas y poetas han hecho de los jardines a sus aliados artísticos e intelectuales. Como si de una compañía más se tratara, estos espacios naturales creados por el hombre han servido de inspiración y de fuente de tranquilidad y reflexión durante milenios.

Aristóteles enseñaba a sus alumnos mientras paseaban por el parque. De hecho, su Liceo albergaba uno de los primeros jardines botánicos que se conocen y uno de sus discípulos y sucesores, Teofrasto, escribió el primer tratado sobre botánica y ofreció el jardín para todos los que quisieran estudiar filosofía y literatura. La Academia de Platón se hallaba dentro de un bosque sagrado. Epicuro se retiró a su finca de Atenas para llevar una vida tranquila y austera, y en su escuela se la conocía como el jardín. A él se le atribuyen las palabras que dicen: "Aquel que sigue la naturaleza es autosuficiente en todas las cosas". Durante siglos, los romanos más cultos tenían la costumbre de ir a los jardines para dedicarse a la conversación y al estudio. Y ya al final de la era clásica, casi mil años después, el teólogo platónico San Agustín se convirtió en un jardín al cristianismo.

En otras palabras, durante un gran período de tiempo, la filosofía se hacía al aire libre. De todo esto habla el libro Filosofía en el jardín. La naturaleza como invitación al pensamiento y a la escritura (Ariel, 2023), del filósofo y escritor Damon Young. Una obra donde no solo se explora la pasión de los clásicos por los jardines, sino que también repasa la relación de este espacio natural con otras muchas grandes figuras históricas, así como los pensamientos que se engendraron.

A lo largo de las páginas se habla sobre cómo la escritora Jane Austen buscaba consuelo en la perfección en el jardín de su casa, cómo el escritor Leonard Woolf comparaba sus manzanos helados con la precaria brutalidad del mundo o Marcel Proust se consolaba con la presencia de tres bonsáis en su habitación. También se explica que la autora francesa Collette sentía paz cuando observaba los rosales o como un enfermizo Friedrich Nietzsche veía a los árboles como una fuente de valor y fortaleza. Según el autor, todos ellos tenían en común "un compromiso con la vida de la mente y el reconocimiento de que el jardín la mejoraba y enriquecía".

Huir del mundo

“Los jardines pueden consolar, calmar y elevar el ánimo, pero también pueden desconcertar y provocar”, expresa Young, quien considera que éste es precisamente el valor filosófico que se ha perpetuado hasta la era contemporánea. Eso sí, tal y como apunta, “el jardín no es necesario para la filosofía ni para una vida de libertad intelectual”. Este espacio, simplemente, "es una oportunidad para la meditación y la contemplación", y para conseguirlo "no hace falta que sea grandioso ni exótico".

Una de las ventajas de los jardines, según el autor, es que constituyen "una fortaleza contra las distracciones". “El Liceo permitía que Aristóteles y sus discípulos se escaparan del altercado de la vida urbana y se concentraran en sus elevadas argumentaciones sobre lógica y metafísica”, apunta Young. Sin embargo, en la Antigua Grecia ser intelectual no quería decir tener una vida sedentaria. Había mucha preocupación por mantener un buen estado físico y las primeras escuelas también eran gimnasios donde poder hacer pruebas de velocidad y luchas cuerpo a cuerpo. Incluso hacer jardinería también era considerado como una suerte de ejercicio, según apuntaba Sócrates.

Y en toda esta fuga del mundo, el jardín se convierte en la unión perfecta entre humanidad y naturaleza. "Cada jardín es una invitación a pensar en el mundo y en nosotros mismos", continúa el filósofo, quien considera que la condición que hace especial el jardín es que su naturaleza está controlada y transformada por el hombre. "Las plantas y las piedras siguen siendo reconocibles como tales, pero están dispuestas, cultivadas y mantenidas con elegancia e ingenio", escribe. Es la naturaleza humanizada, pero también un pequeño cosmos que permite realizar una separación y romper con la actividad humana cotidiana. La misma palabra jardín ya lo indica: en inglés, yard se refiere a un recinto cerrado, lo que necesita dos elementos: algo que se acordona (la naturaleza) y alguien que lo acordone (la humanidad). "Desde los bosques sagrados del Liceo, todos los jardines tienen este tipo de unión: la naturaleza separada, delimitada y transformada por el ser humano", escribe Young.

Y al final es esa creación botánica que, en conjunto, nos invita a adentrarnos en la filosofía y pensamientos más trascendentales. Ya lo sabían los antiguos filósofos y lo han sabido los intelectuales que les han ido precediendo.

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