Haz caso y llévate bien: ¿es bueno ser demasiado obediente?
Hablamos con Xavier Guix, psicólogo y autor del libro 'El problema de ser demasiado bueno'
Barcelona“Este libro me lo debía a mí mismo”, me confiesa el psicólogo Xavier Guix, quien considera que toda la vida ha sido un niño bueno y lo ha sufrido. Un niño que ha sabido reconocer después de años de recibir pacientes en su consulta que también habían caído en la trampa de ser "demasiado buenos".
“Sé bueno y llévate bien. Calla y sé obediente. Si no te gusta, te aguantas. Deja de molestar. Si los demás vieran cómo estás en casa… No seas tan payaso. Así no te querrá nadie. No sacaremos nada de esta criatura.” ¿A quién no le resulta familiar alguna de estas frases?
No son pocas las personas que se han criado sintiendo alguna de estas sentencias, hasta el punto de haberse hecho un “guión de vida” del que es difícil salir. "Me han venido pacientes de 60 años sin autoestima asegurando que, desde pequeños, creen que molestan", lamenta Guix. "Lo han ido interiorizando y al final siempre se han creído que, hagan lo que hagan, molestan y son un problema para los demás", continúa el psicólogo, que acaba de publicar el libro El problema de ser demasiado bueno (Arpa Editores, 2024). Un manual pensado para despertar a todas aquellas personas que han confundido el hecho de ser una buena persona con dejar de ser uno mismo, no generar ningún conflicto y cumplir siempre con las expectativas de los demás.
“Los niños buenos suelen seguir tres guiones principales de vida: deben esforzarse mucho, no deben equivocarse nunca y deben ser complacientes con los demás”, explica Guix. Unas creencias que, con el tiempo y sin ser conscientes de ello, se les filtran dentro y les resulta muy difícil darse cuenta y cambiarlo. En palabras del autor, estas personas practican una "mala bondad" que les puede acabar causando desequilibrios internos como la culpa, la vergüenza, el rechazo, la exigencia y la ansiedad por querer encajar y agradar siempre.
“Es ese runrún en la cabeza que te dice que deberías haber dicho esto, en vez de eso, y que te hace sentir a disgusto porque crees que no has sido lo suficientemente bueno y que ahora quedarás mal o pensarán tal cosa de tú”, pone de ejemplo. Todos estos pensamientos generan angustia ya menudo hacen que, para evitarlo, se actúe desde el principio de forma complaciente, sorteando todos los posibles problemas que puedan surgir.
¿Y qué ocurre si siempre nos estamos conteniendo por miedo a caer mal oa ser rechazados? Que aparece la ira contenida. “Muchas veces, ante las injusticias de los demás, preferimos mordernos la lengua y aguantarnos por miedo a que nos riñan o nos dejen”, lamenta Guix. Hasta que un día, inevitablemente, acabamos explotando: “Y entonces sí lo hacemos mal, porque a menudo es desproporcionado y fuera de lugar. Esto hace que nos arrepentimos tanto, que en el futuro nos seguimos reprimiendo, y todo acaba siendo un juego inacabable”.
A veces, esta ira se transforma en pequeñas malas que se hacen cuando nadie mira. "Como cuando los niños comen algo que no deben comer o los adolescentes se vuelven rebeldes", explica Guix. En este caso, el psicólogo asegura que el niño rebelde no deja de ser un personaje, al igual que también lo es el niño bueno: “Los dos están atrapados, uno en ser bueno y otro en ser malo. No son libres para elegir”.
Y en esta no libertad para ser uno mismo, hay toda una serie de perfiles de personas que todos podemos reconocer. Unos son los que en público se muestran muy simpáticos y entusiastas, pero en casa son unos ruidos. “Suelen ser el alma de la fiesta y hacen reír a todo el mundo, pero después se desgastan y en casa necesitan estar consigo mismos y no se relacionan ni tratan bien a la familia”, explica Guix, que considera que en este caso hay una mala compensación. También puede que sean personas que, por miedo a ser rechazadas, se adelantan y son ellas las que rechazan a los demás. “En el fondo son buena gente, pero temen que los hieran”, continúa el psicólogo, que en el libro analiza otros muchos perfiles derivados de practicar una “mala bondad”.
Ser capaces de no confundirnos entre ser buenas personas y dejar de ser nosotros mismos requiere un trabajo interno importante, asegura Guix: “El primer paso es darnos cuenta de que nuestra personalidad nos lo hemos dado a lo largo de la vida, pero que podemos modificar muchas de las creencias sobre cómo somos y cómo son los demás”. El siguiente paso es que, una vez eres autoconsciente de ti mismo, empieces a tomar más responsabilidades sobre tus actos. Por eso, según Guix, es muy importante actualizarnos en nuestra capacidad de pensar, de ser y sentir. En definitiva, volver a ver al mundo con otros ojos.