

Tras el anuncio de la Unión Europea sobre la necesidad de un kit de supervivencia para los ciudadanos, ya se han empezado a vender en los principales supermercados virtuales los primeros paquetes de material a tal fin. El precio oscila entre los 25 y los 120 euros. La medida es una de las treinta acciones clave para afrontar los desafíos de la geopolítica, la ciberseguridad y el cambio climático. Como dijo la comisaria europea Hadja Lahbib, el kit tiene que servir para resistir setenta y dos horas de crisis, aunque no especificó para qué tipo de crisis en concreto. No será necesario el mismo kit si se trata de un ataque nuclear, un gran apagón digital, un éxodo masivo, una catástrofe meteorológica, el impacto contra la Tierra de un superasteroide o una nueva pandemia. Lo que sorprendió y provocaba cierta alarma fue la frivolidad con la que Lahbib promocionó el kit: un vídeo en las redes sociales como si fuera una influencer sacando de un pequeño bolso, muy selecto, todo tipo de objetos: unas gafas, barritas energéticas, una linterna, unas cerillas, la documentación personal, dinero en efectivo, los medicamentos, una botella de agua, una navaja suiza, latas de conserva, un cargador, un aparato de radio e, incluso, una baraja de cartas para pasar el rato. "Eso nunca le ha hecho daño a nadie", justificaba la comisaria con la bromita final. Los nuevos kits a la venta incluyen cuerdas, brújulas, mantas térmicas plegables y todo tipo de artilugios más propios para escalar el Everest que para encerrarte en casa.
Parece que de la pandemia del covid no hemos aprendido nada, porque después de la afición por comprar toneladas de rollos de papel de váter, ahora de eso ni se habla. Y es raro, porque en caso de tener que huir o ponerte a cobijo en una estación de metro subterránea, ponerte en cuclillas es relativamente fácil, pero encontrar papel, no tanto.
En este kit de setenta y dos horas (que ya sabéis que siempre se alargan) faltan objetos esenciales. El más claro, un bolígrafo, aunque sea para escribir las últimas voluntades o despedirte de los parientes. Lógicamente, falta una libreta y, por supuesto, un paquete de post-its para dejar notas, un rastro personal o etiquetar las posesiones. Importante también un desodorante de bolsillo para resistir con dignidad sin molestar y una muestrita de perfume, que nunca se sabe qué otros malos olores ambientales convendrá enmascarar. Se puede añadir también un botellín de jabón de ducha robado en algún hotel. Un fular es básico. Sirve para abrigarse el cuello, para improvisar una mascarilla o taparte de cintura hacia abajo si tienes que cambiarte los pantalones a la intemperie. Si es posible, ropa interior de repuesto. Imperdonable que la Unión Europea no haya incluido un libro como elemento imprescindible. No existe circunstancia más oportuna para fomentar la lectura. Distrae los miedos, ameniza el rato y fomenta la conversación pacífica. Se necesitarían también tapones de cera y antifaz para descansar mejor. Esencial un repelente de mosquitos. Será necesario también un reloj analógico con cuerda de rosca. Si hay un apagón global, no sabremos ni la hora. Si es invierno, unos calcetines gruesos, porque los pies fríos dan mucho malestar. Y unas zapatillas cómodas, porque te hacen sentir como en casa en cualquier sitio. En verano, gorro y crema solar, aunque si es un ataque nuclear ya dará igual. En caso de tener criaturas bajo su responsabilidad, no olvide una bolsita de juguetes de madera para entretenerlos. Un bote de antiácidos en comprimidos para soportar la dieta de atún y barritas energéticas. Un enchufe universal por si nos hacen ir muy lejos, un manual para principiantes del código morse, un mapa plegable de la zona, un chaleco salvavidas, una barca hinchable y un sobrecito con semillas para empezar un huerto donde quiera que sea. Y sobre todo una buena dosis de cinismo para soportar el drama.