Moda

No necesitas el 80% de la ropa que tienes en el armario

Conocer los procesos de producción de muchos de los objetos que acumulamos puede alejarnos de un consumismo insostenible y salvaje

Saber lo que compramos y actuar en consecuencia.
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BarcelonaNo es por querer estropear la fiesta, pero pocos días después de terminar las celebraciones navideñas, hay un fantasma que se acerca peligrosamente a nuestro horizonte económico: el siempre problemático mes de enero. Estos días cada catalán habrá gastado, de media, unos 750 euros y la mayoría de ese dinero se ha destinado a regalos. Presentes que, demasiado a menudo, ni necesitamos, ni nos hacen especialmente felices, pero que seguimos haciendo y recibimos con la misma inercia con la que vivimos el consumismo salvaje que ha invadido nuestros deseos y pensamientos. Ésta es una manera de actuar que, según todos los estudiosos, está impulsada por la publicidad y la presión social, y que tiene consecuencias muy negativas, tanto económicas como medioambientales. Y es que el problema ya no es gastar un dinero que nos puede hacer falta en otras cosas más importantes, que también, sino que nuestra afición consumista afecta a nuestro entorno.

"Una parte del vivir en este mundo globalizado implica aceptar que el mal es inevitable y que es nuestro deber minimizarlo". Cuenta Katy Kelleher, recién publicada La terrible historia de las cosas bellas (Alpha Decay, 2023) en la que la periodista e investigadora analiza cómo surgieron y qué precio –material y no material– hemos pagado por obtener algunas de las cosas que más nos gustan. Y en este campo es donde la moda suele llevarse el premio gordo, ya que a menudo no somos conscientes de hasta qué punto nos esconden los procesos de producción de las piezas que nos ponemos y cuál es su huella ecológica y humanitaria. Que sean las empresas textiles las que más gastan en greenwashing suele ser el mejor indicativo de que algo está fallando. "Un ciudadano que no muestra curiosidad y sentido crítico en lo que consume no sólo tiene más números para ser engañado miserablemente, sino que es cómplice, inconsciente, de injusticias laborales y medioambientales muy graves", explica Marta D. Riezu, que en La moda justa (Anagrama, 2021) reflexiona sobre cómo actuar –y vestir– éticamente ante la vorágine consumista que nos rodea. Según la ONU, la producción textil en todo el mundo es la responsable de un 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero y consume el 20% de los recursos hídricos del mundo. El ejemplo más claro de que no sólo no se están haciendo las cosas bien, sino que mejor no esparcirlas demasiado, es que para fabricar unos vaqueros se consumen unos 7.500 litros de agua, el equivalente a la media que bebe una persona en siete años.

Es por desbarajustes como éste, que no sólo son ecológicos –porque si entramos a valorar las condiciones laborales de algunas de las fábricas del sector de la moda y otras, se agravan–, que los especialistas apelan a intentar conocer con la máxima claridad posible los procesos de producción ya partir de ahí actuar en consecuencia: "No puedo permitirme comprar todos los productos orgánicos de todas las granjas pequeñas que tengo alrededor, pero puedo elegir los lujos con sabiduría", dice Katy Kelleher, quien reconoce que cuanto más investiga sobre lo que quiere comprar y entiende cómo se ha hecho, más se emociona con el objeto en sí: "Me gusta ver el sello del fabricante en una pieza de cerámica o el sello de un joyero. Me complace apoyar a personas que son buenas en su arte".

Esta forma de comprar se contrapone totalmente a conceptos como el de la moda rápida, muy estudiado por Marta D. Riezu. Durante años hemos oído que la fast fashion era la gran democratización de la ropa, pero la realidad es que el precio que se ha pagado por poder llegar ha sido desorbitado. "Inditex creó un método de producción veloz y exacto que les permitía saber qué era más relevante, qué volaba de las tiendas. En vez de dos colecciones estacionales propusieron novedades cada semana", recuerda Riezu, que cifra en unos 10.000 diseños diferentes anuales los que propone el gigante gallego. Esto no sólo es del todo insostenible, es que cambia el valor social de la ropa: "Es perverso, rechazamos una prenda de vestir no porque ya no sea útil, sino porque nos hemos cansado, porque ya no tiene un valor social – dice el especialista–. Después de años de comprar a precios bajísimos, muchos creen que todo lo que valga más de veinte euros es una estafa".

En este sentido, la periodista aboga por "educar en la calidad, las materias , los orígenes y la producción de la misma forma que cada vez somos más conscientes de lo que comemos”. Además, su recomendación es "huir" del verbo comprar: "Observar, evaluar y editar lo que ya tenemos. Usarlo mucho, redescubrirlo con alegría, asociarlo a buenos recuerdos. La Sustainable Apparel Coalition calcula que con un uso de diez años ya hemos neutralizado el impacto ecológico de una prenda Intercambiar ropa con amigos y familia Ajustar, reparar y mejorar prendas con ayuda de una modista: cuidar es subversivo Vender lo que ya no utilizamos en plataformas de segunda mano Si no queda otra opción, comprar de segunda mano; hay tanta oferta y circulación de ropa que estaremos comprando como nuevo, como quien dice".

La importancia del deseo

Una de las claves que definen el consumismo extremo del siglo XXI es el profundo ansia de deseo por la novedad constante. En La terrible historia de las cosas bellas, Kelleher explica cómo se dio cuenta de la necesidad que tenía de comprar maquillaje antes de terminarlo, lo que se abrazaba con la teoría de la gratificación inmediata, de Clark Hull, y de cómo el consumo nos puede proporcionar un sentimiento de placer o satisfacción, aunque no sea duradero: "El deseo es algo raro que necesitamos para seguir adelante", explica Kelleher: "La falta de deseo indica una depresión grave, porque es un movimiento adelante, un acto esperanzador". En este sentido, es necesario leer los estudios de Marta D. Riezu en relación con la ropa, y de cómo acabamos acumulando ropa que no utilizamos. De hecho, asegura que sólo nos ponemos un 20% de lo que tenemos en el armario.

¿La clave es seleccionar en vez de acumular? "Creo más en una selección realista y en un redescubrir y aprender a disfrutar de la repetición. La repetición conforma el estilo", explica la periodista catalana, que recomienda reevaluar lo que tenemos con una mirada satisfecha: "Con lo que hay en el armario haríamos por décadas. Otra cosa es la vanidad, la ansiedad por el estatus, el aburrimiento". Kelleher remata con una frase para reflexionar: "Los límites son necesarios. No podemos tenerlo todo, ni hacerlo todo".

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