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¿Quién paga a las primeras citas de la generación Z?

La superación de los mandatos de género y la diversidad de relaciones cambian hábitos típicamente machistas

Quien paga las primeras citas.
16/02/2025
5 min
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A mediados del siglo pasado todo el mundo creía que los hombres tenían que pagar en las primeras citas. De acuerdo con la división clásica de roles, a las mujeres les correspondía la vertiente reproductiva ya los hombres la productiva. Ellos eran los breadwinners, proveían la familia de los recursos económicos, por eso su valor se asociaba al poder adquisitivo y que él pagara a las citas era señal de poder. Además, no fue hasta 1978 que en España las mujeres pudieron abrir una cuenta bancaria sin el permiso de un hombre, habiéndoles vetado hasta entonces la autonomía.

El modelo se desmonta a medida que las mujeres entran en el mercado laboral y poco a poco se percibe como una manifestación de paternalismo que ellos paguen. "Hoy en día ya no funciona, nadie da por hecho que los chicos deben invitar", explica Miriam Aleman, filósofa especializada en la formación, prevención y sensibilización de las violencias sexuales y machistas en infancias y adolescencias.

Roles patriarcales desmontados

Los centenniales, nacidos entre 1997 y 2010, son la generación más joven, conocida como generación Z, que ya tiene relaciones de pareja y primeras citas. Toni, de dieciocho años, sólo ha tenido una primera cita, la que tuvo con su actual pareja. Ese día fue él quien invitó: "Me apetecía, fue un gesto de amabilidad, pero luego solemos repartir la cuenta, y de vez en cuando paga ella o yo". No cree que ser chico o chica determine ni obligue a invitar o ser invitado. "El pago a las primeras citas no debería ser una cuestión de género, la decisión no debería ser determinada por la identidad del género de cada uno", asegura Marta Mariñas López, psicóloga especializada en género y violencias machistas. Entiende que asociar la identidad de género a un rol concreto supondría perpetuar mandatos de género que es necesario deconstruir.

La diversidad de relaciones que existen actualmente rompe muchos de los mandatos que hasta hace poco se mantenían en las relaciones heterosexuales, sobre todo en el ámbito de la sexualidad. Seguramente por eso, para Laura, de veintisiete años, es indiferente si la primera cita es con un chico o una chica; normalmente pagan a medias, y si sólo paga una de las dos personas suelen quedar que a la siguiente invita a la otra. Admite que si insisten, deja que paguen, y haciendo memoria concluye que quizás los chicos insisten un poco más. "Creo que lo hacen por los estereotipos, todavía se mantiene la idea de que el chico debería invitar", explica. Entiende que cuando se queda por tomar algo es más sencillo invitar que si se entablan; entonces a todo el mundo le parece más justo pagar a medias.

Cuando deberían saltar las alarmas

Aleman argumenta que en las relaciones heterosexuales a menudo nos encontramos con actos que "pretenden ser un ejemplo de romanticismo cuando en el fondo existe un mandato de género". Otras manifestaciones de este supuesto romanticismo son la idea de casarse vestida de blanco, que simboliza a la mujer pura y virgen, o que el padre le acompañe a ella en el altar, pasando de las manos de un hombre a las de otro. Parece que estos mandatos van perdiendo fuerza, pero Aleman alerta de que aún perduran algunas de las ideas que se esconden tras la idea de amor romántico: "El patriarcado está menos instaurado y hay más conciencia de igualdad, pero hay que ver por dónde se cuela". Esto supone que debería sospecharse si las costumbres están segregadas por género, y sobre todo en las relaciones heterosexuales, uno de los miembros de la pareja hace determinadas cosas y el otro no. "Abrir la puerta a la otra es un acto de educación, pero si él siempre abre la puerta, pensando que es más fuerte que la chica, que necesita su ayuda, deja de ser una deferencia y pasa a ser un hábito impregnado de machismo", asegura la experta. No hace falta ser alarmista, pero es interesante tener esa mirada y fijarse si se reproducen detalles típicamente machistas.

Lo ideal sería que si paga al hombre, que sea casual, ya la siguiente pague ella por no perpetuar roles de desigualdad. "Por eso intento deconstruirme, no quiero tener la necesidad de invitar porque soy el hombre", explica Biel, un chico trans heterosexual de veintinueve años que reconoce la tendencia a invitar desde siempre. Incluso antes de saber que era Biel sentía que debía ser él quien invitaba: "La razón me dice que no debería querer invitar, pero me atraviesa el género. En las primeras citas a menudo se propone pagar a medias, aunque si las invito no se lo toman mal". Las veces que le han invitado tampoco ha supuesto un problema, entonces lo que propone es hacerlo él en la próxima.

La regla que suele seguir Olma, de veinticinco años, es que paga quien toma la iniciativa de invitar al otro a la primera cita. "Cuando soy yo quien da el primer paso me hace ilusión planearlo e invitarlo. Si es él, ya tengo la excusa perfecta para volver a quedar con un "Te debo una cena o una copa"", explica. En estos casos agradece ahorrarse el momento incómodo de decidir quién paga cuándo llevan la cuenta, propone buscar cualquier excusa y levantarse antes para ello. En cambio, cuando ve que la cosa no funciona ya sugiere pagarlo a medias. Dice convencida de que la idea de que el chico debe pagar está bastante superada, "aunque hay un tipo de personas que se sienten más cómodas invitando y otras siendo invitadas; en general, a todo el mundo le gusta que le inviten".

Qué hay que tener en cuenta en la primera cita

Las primeras citas permiten irse conociendo, detectar si la otra persona nos gusta, nos despierta deseo y sus comportamientos están alineados con lo que buscamos. La psicóloga Marta Mariñas recuerda que en las primeras citas se intenta agradar al otro, seguramente se esconden los defectos y la autenticidad absoluta puede estar comprometida. Teniéndolo presente, propone fijarnos en si la otra persona respeta nuestros límites y opiniones, independientemente de si está de acuerdo o no; cómo actúa ante los desacuerdos y las diferencias; si se dan dinámicas de desigualdad, si monopoliza o no la conversación y tiene un interés genuino en escucharte; si se interesa por ti, por cómo te has oído, te pregunta cómo estás o intenta corregir lo que esté ocurriendo en la cita para que te puedas sentir cómodo.

A la hora de pagar, si Judit, de veintiséis años, sabe que la otra persona tiene una buena situación económica, le parece bien que invite, pero si no sabe nada, no presupone que hay brecha salarial por el simple hecho de ser un chico o que no está precarizado si tiene un trabajo estable: "Porque hacerlo me parece clasista y". Coincide en que la práctica más generalizada es pagar a medias, pero cuando le gusta mucho la cita, ella recurre a la técnica que invite a una de las dos ya la siguiente paga a la otra. Admite que prefiere que la inviten por si no llega la segunda cita. Tiende a quedar más con mujeres: "Me atraen los chicos, pero prefiero vincularme afectivamente con ellas, creo que es más fácil. Cada vez hay más hombres revisados, pero todavía hay bastantes con los que la comunicación cuesta, suelen ser más conformistas y siento que están más estancados".

Para Alemán, las relaciones de pareja de los milenniales, la generación que va de los 30 a los 40 años, han sido relaciones más igualitarias hasta que han empezado a tener hijos, cuando se ha visto que no habían desmontado tantos mandatos de género como se creía. En general, la generación Z ha resuelto mejor el ritual del noviazgo más tradicional. "Lo que todavía es una asignatura pendiente es el terreno de la sexualidad; todavía es un tema tabú del que no se habla lo suficiente, con muchos mandatos de género que perduran, sobre todo en las relaciones heterosexuales", apunta.

¿Qué dicen las matemáticas?

En 2004 los matemáticos Uri Gneezy, Ernan Haruvy y Hadas Yafe publicaron el experimento The inefficiency of splitting the bill , relacionado con la teoría de los juegos. La teoría es una rama de las matemáticas que genera modelos para estudiar la toma de decisiones y las interacciones entre las personas que toman estas decisiones. Se trata de ver los beneficios que puedes obtener con tus decisiones y cómo esto afecta a los beneficios del resto de jugadores y sus decisiones. Lo que concluyen es que el comportamiento egoísta supone la pérdida de eficiencia –matemáticamente hablando– y surgen gastos innecesarios. Los escenarios que plantean son que cada comensal pague su parte, que uno invite al otro o que el restaurante les invite. Cuando se paga a medias el importe es superior a que si cada uno se paga su parte –siempre hay alguien que aprovecha para pedir cosas más caras–, y el importe sube aún más cuando les invitan a ambos.

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