¿Qué ocurre en Ucrania ahora que todo el mundo mira a Israel?
Relegada a una segunda posición mediática, las tropas ucranianas afrontan un momento decisivo de la invasión rusa
BarcelonaPregunto a un soldado ucraniano si está en el caso de la guerra entre Israel y Palestina. Tarda pocos minutos en contestar a través del chat de Instagram: “¿En serio? ¿Mi país lleva casi diez años en guerra, cada día mueren civiles y tú me preguntas por lo que está pasando en Israel?”.
Solucionado el malentendido –es decir, una vez aclarado que la pregunta forma parte de un artículo sobre Ucrania–, el soldado Dmitro opta por una respuesta menos nerviosa: “No, no me interesa la guerra de Israel. Aquí seguimos luchando por proteger nuestra tierra de los invasores rusos”.
Desde el 7 de octubre, cuando Hamás lanzó una ofensiva inédita contra el país de Benjamin Netanyahu, el conflicto israelí-palestino ha relegado a una segunda posición mediática –y política– la invasión rusa de Ucrania, que llevaba más de año y medio acaparando la actualidad internacional. Es especialmente ilustrativo un tuit reciente del politólogo estadounidense Ian Bremmer, profesor en la Universidad de Columbia y uno de los expertos más solicitados para analizar la guerra: “Después de 20 meses, es la primera vez que alguien me pregunta sobre Ucrania”, decía. Todo el que le requirió durante la semana pasada quería hablar de Israel, de Hamás y de las intenciones –que nadie conoce– de Benjamin Netanyahu.
La paradoja es que las tropas ucranianas afrontan ahora uno de los momentos más delicados de la guerra: cinco meses después del inicio de la esperada contraofensiva, los hombres de Volodímir Zelenski luchan a contrarreloj por presentar algún éxito a los aliados occidentales antes de que llegue el invierno ruso. De momento, la ofensiva no parece haber salido como Kiiv y, especialmente, Estados Unidos esperaba. No se quiere hablar de fracaso, pero las ganancias territoriales de Ucrania han sido discretas y sus soldados se han visto sorprendidos por la resistencia defensiva de los rusos.
Tres frentes, pocos avances
El gran objetivo de la contraofensiva sigue siendo dividir la zona invadida por los rusos en la costa del mar Negro y cortar el corredor existente, que conecta el Donbás con la península de Crimea. Para ello, Zelenski se había propuesto centrar sus esfuerzos en el frente de Zaporíjia para intentar tomar el control de Melitópol, una ciudad que antes de la invasión tenía 160.000 habitantes y que ahora se considera el eje de los territorios ocupados por Moscú. Pero Melitópol está todavía tan lejos –a 70 kilómetros de las tropas de Kiiv– que nada hace pensar que pueda ser recuperada en breve.
Un objetivo más realista, en cambio, es la ciudad de Tokmak. Reconquistarla sería un paso importante para Ucrania: tendría al alcance de su fuego de artillería una línea de ferrocarril y una autopista, la M14, que Kremlin utiliza para enviar suministro hacia Crimea. Una veintena de kilómetros separan a los hombres de Zelenski de Tokmak. Se calcula que quedan unas cuatro semanas antes de que se intensifiquen las lluvias del otoño, que empantanan el terreno y, por tanto, limitan aún más los avances.
Más allá del frente de Zaporíjia, los combates siguen también en el Donbás –al este– y en Kherson –al sur–. En ninguno de estos dos frentes ha habido movimientos importantes. En los últimos días, se ha intensificado la batalla en el este, alrededor de las ciudades orientales de Avdíivdka y Kupiansk. Allí, quien lleva la iniciativa son las tropas de Vladimir Putin y varios informes apuntan a que el Kremlin está lanzando la mayor operación desde la poco exitosa ofensiva del pasado invierno. Moscú intenta rodear a Avdíivdka, a sólo una veintena de kilómetros de Donetsk, y las batallas, feroces, lentas y con un alto coste humano, recuerdan las de Bakhmut.
En la región de Kherson, la situación sigue bastante enquistada. El río Dnipró hace de trinchera natural en buena parte del frente y el contundente entramado de fortificaciones rusas –un paisaje que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial– ha dificultado muchísimo todo avance ucraniano. La semana pasada, dos brigadas de Kiiv lograron atravesar el río y acercarse a las localidades de Poima y Pischanivka. La respuesta del Kremlin fue bombardear la asediada ciudad de Kherson. Algunos analistas consideran que esta incursión –y otras similares– anticipa una estrategia más agresiva de Kiiv en el sur. "Las acciones ucranianas en Kherson parecen ser más importantes que las observadas anteriormente y pueden responder a un interés por reactivar el frente sur", apunta un informe del Institute for the Study of War.
La 'competencia' israelí
Nada de eso tiene sentido si se obvia una premisa –casi un mantra– que se ha repetido hasta el aburrimiento desde el inicio de la invasión, hace veinte meses: Ucrania depende totalmente del dinero y de las armas de Occidente por sobrevivir a la guerra rusa.
Por eso, cuando estalló la guerra en Israel y Estados Unidos –y después la Unión Europea– se apresuraron a ofrecer "todo el apoyo necesario" en Tel-Aviv, muchos en Kiiv se preguntaban qué impacto podía tener para ellos. Oficialmente, el mensaje de Washington –es decir, de la OTAN– ha sido claro: tenemos potencial para ayudar a Ucrania e Israel a la vez. La semana pasada, Joe Biden se comprometió a reclamar al Congreso estadounidense una partida extraordinaria de 60.000 millones de dólares en asistencia militar para los aliados ucranianos y otra de 10.000 millones para los israelíes.
No parece que esto haya calmado demasiado a preocupaciones de Zelenski. Puertas adentro, las dudas crecen entre su gobierno, que teme que la perspectiva de una guerra larga en Gaza –con posible invasión terrestre incluida– pueda acabar menguando la ayuda que recibe su país.
Más allá de la fatiga política y social que puede suponer hacerse cargo de dos grandes guerras, existe un aspecto puramente práctico que es incluso más decisivo: ¿El arsenal de la OTAN, que ya estaba al límite de existencias antes de la ofensiva de Hamás, ¿será suficiente para alimentar a los dos ejércitos? Aunque son dos tipos de guerras considerablemente diferentes –la de Ucrania es una guerra de desgaste, con tácticas propias de la Primera Guerra Mundial, e Israel, en cambio, se prepara para una lucha urbana en un escenario densamente poblado como es la Franja–, puede darse el caso de que Kiiv y Tel-Aviv necesiten el mismo armamento.
El The New York Times, de hecho, publicaba, citando fuentes de la inteligencia estadounidense, una lista de armas que ambos ejércitos piden a Washington. Había hasta siete tipos. Esto puede provocar situaciones incómodas como la que destapaba la semana pasada el portal Axios. Según esta información, la Casa Blanca negó al ejército ucraniano un paquete de 300.000 proyectiles de artillería –que ya tenía apalabrado con Zelenski– para que lo utilizaran las tropas de Netanyahu.
“Hay un riesgo de sufrir las consecuencias si la atención internacional se aleja de Ucrania”, avisaba Zelenski el 10 de octubre, sólo tres días después del ataque de Hamás, en una entrevista en la televisión francesa. Muy probablemente, el rechazo de los soldados ucranianos a hablar sobre lo que ocurre en Israel también se explica por este recelo.