Los sacerdotes (y sacerdotisas) suecos que amenazan con hacer huelga
Un acuerdo entre sindicatos y patronal para una huelga histórica en la Iglesia luterana de Suecia
BarcelonaLlega el buen tiempo, y con él, la temporada alta de bodas, bautizos y comuniones. También en Suecia, donde en los últimos días sobrevuela la amenaza de que las ceremonias religiosas quedaran afectadas por una circunstancia histórica: una huelga del personal de la Iglesia luterana de Suecia, incluidos los clérigos. Una parte de los trabajadores, sobre todo personal administrativo y empleados de los cementerios y crematorios, iniciaron los paros el 29 de abril, después de meses de bloqueo en las negociaciones del nuevo convenio colectivo con la organización patronal de la Iglesia. El sindicato que engloba los sacerdotes y las sacerdotisas registró también su convocatoria de huelga para la semana siguiente.
Finalmente, sin embargo, el pasado martes las dos partes llegaron a un acuerdo que ponía fin a los paros. Esta ha sido la primera vez que los trabajadores de la Iglesia luterana de Suecia –la comunidad religiosa más grande del país, con 5,7 millones de miembros, un 55% de la población– han convocado una huelga. De hecho, llegar a este extremo es muy poco habitual en el país nórdico, donde el año pasado solo se registraron dos huelgas, que comportaron la pérdida de once días de trabajo, según la Oficina Nacional de Mediación, el organismo público que arbitra en los conflictos laborales.
Los principales puntos de conflicto eran las condiciones de despido y las posibilidades de reciclaje profesional, requisitos a los cuales la dirección de la Iglesia estaba dispuesta a acceder, pero a cambio de una reducción del plazo de preaviso por despido y una revisión de las garantías salariales en caso de reasignación. Los sindicatos argumentaban que la dirección pretendía "deteriorar las condiciones" de los trabajadores, mientras que la patronal consideraba que la propuesta de los sindicatos era demasiado cara de asumir.
Menos miembros, menos ingresos
Oficialmente separada del Estado desde el año 2000, la Iglesia luterana de Suecia lleva décadas experimentando una pérdida de fieles, que aportan aproximadamente el 65% de su financiación a través de un impuesto específico. Desde los años 70, la institución ha perdido casi un millón y medio de miembros, hecho que tiene un impacto directo en su economía. Aun así, en 2020 (el último con datos oficiales) registró un beneficio de 2.400 millones de coronas (unos 229 millones de euros), gracias sobre todo al rendimiento de la gestión de activos financieros (acciones y bonos), a pesar de los elevados costes de los otros activos, como las iglesias y los cementerios. Además, cuenta con los ingresos del impuesto de entierro, que pagan todos los residentes en Suecia y que en 2020 supuso un 24% de la entrada de capital.
La Iglesia luterana de Suecia tiene unos 25.000 trabajadores, en buena parte encargados de mantener los cementerios. Unas 2.500 personas están contratadas como músicos y directores de los coros, y 2.000 más trabajan como asistentes o educadores, en programas sobre todo dirigidos a niños y jóvenes. La mayoría de empleados de la Iglesia luterana sueca son miembros de diferentes sindicatos, que negocian los salarios, los horarios y otras condiciones laborales. Suecia es un país con un nivel de sindicalismo muy elevado: alrededor de un 70% de los trabajadores forman parte de alguna organización sindical.
Institución democrática
La negociación de las condiciones laborales de sacerdotes y otros empleados es una parte importante de las tareas de los órganos de dirección de la Iglesia, que se escogen a través de elecciones cada cuatro años, donde pueden votar todos los miembros de la institución de más de 16 años. Los feligreses pueden elegir a sus representantes tanto locales (parroquias) como regionales (diócesis) y nacionales (asamblea general). Algunas de las listas electorales están vinculadas directamente a partidos políticos tradicionales, como los socialdemócratas, el Partido de Centro y los ultraderechistas Demócratas de Suecia. Cada una pone el énfasis en cuestiones diferentes, como las escuelas cristianas, el trabajo social o la ideología.
Uno de los temas a debate de las últimas elecciones, que se celebraron el septiembre pasado, fue, por ejemplo, la objeción de conciencia de los sacerdotes. A pesar de que la Iglesia luterana de Suecia permite los matrimonios homosexuales desde el 2009 –el mismo año en que se aprobó la ley civil en el Parlamento–, los pastores no están obligados a casar una pareja gay si consideran que va en contra de sus principios. En 2017, una candidatura progresista presentó una moción en la asamblea general de la Iglesia para que los nuevos curas estuvieran obligados a oficiar casamientos de parejas del mismo sexo, una propuesta que fue rechazada por los obispos, que acaban teniendo la última palabra en cuestiones de doctrina.
La arzobispa de la Iglesia luterana de Suecia, Antje Jackelén, dijo en una entrevista el año pasado que esta obligación es "un requerimiento imposible", a pesar de que remarcó que las parroquias tienen la responsabilidad de asegurar que todas las parejas con derecho al matrimonio puedan casarse. Ella misma es defensora del matrimonio homosexual.
Jackelén también visualiza la igualdad en cuanto al género. Casada, con dos hijos y varios nietos, fue escogida en 2014 para ocupar el cargo más importante de la institución. Hasta entonces era obispa de Lund y se convirtió en la primera arzobispa del país escandinavo. Con todo, quitó hierro a esta circunstancia e hizo énfasis en el hecho de que en Suecia hay pastoras de la Iglesia desde los años 60. Fue justamente en 1960 cuando se ordenó la primera sacerdotisa, después de que el Parlamento sueco diera luz verde a la ordenación y así cerrara cuatro décadas de lucha. Ahora, 60 años más tarde, la institución ha logrado la igualdad. Según datos de la patronal, en 2020 había un 50,1% de mujeres y un 49,9% de hombres entre el clero sueco. Aun así, sigue habiendo sombras: la desigualdad se mantiene en posiciones más elevadas –a pesar de que el cargo más alto lo ocupe una mujer– y hay cargos, como el de diácono, que siguen dominados mayoritariamente por hombres.