Crítica de series

'Big boys', en Filmin: ¿la ternura es el nuevo punk?

La ficción británica vive una nueva ola de series de comedia a partir del trauma que no olvidan la conciencia de clase

3 min
Jonathan Pointing y Dylan Llewellyn en 'Big boys'
  • Jack Rooke para Channel 4
  • En emisión en VOSC en Filmin

“Siempre comentabas que los barrios que todo el mundo decía que eran una mierda, a ti no te lo parecían en absoluto. Que para ti estos sitios estaban llenos de amor, de ternura y de sentido de la comunidad. Salvo tu barrio, que, efectivamente, era una puta mierda”, recuerda Jack (Dylan Llewellyn), el protagonista y narrador de Big boys, que le contaba Danny (Jon Pointing), su mejor amigo. Danny es un joven al que han jugado en contra todas las circunstancias. Sin padres a la vista, con una abuela que empieza a sufrir demencia, en un barrio de mierda, por fin se decide a ir a la universidad con veinticinco años, como última oportunidad de hacer algo con una vida sin horizontes de futuro. En el campus, lo instalan en un barracón con Jack, con quien se hace amigo enseguida. Y, sin demasiadas esperanzas de sacarse el curso, se dedica a salir de fiesta, colocarse e intentar atar. Pero los antidepresivos que toma le dificultan empalmarse... Probablemente, si hubiera vivido los ochenta, Danny habría sido un punk. Pero en las ficciones juveniles británicas del siglo XXI, el desencanto social ha dado paso al malestar mental, y la rabia juvenil se ha transformado, extrañamente, en ternura.

En el caso de Big boys, este cambio de paradigma se explica en parte por la perspectiva queer de la serie. El creador Jack Rooke adopta una aproximación hiperempática tanto con los protagonistas como con el resto de personas de su entorno. La ternura es la nueva forma de transgresión: frente a un contexto hostil y unas circunstancias difíciles, los personajes responden con una capacidad extraordinaria para entenderse mutuamente y congeniar con la familia y los amigos. La serie incluso trata con simpatía a personajes que no dejan de resultar algo ridículos o fuera de lugar, como Julio (Katy Wix), la voluntaria superentregada. Esa mirada cálida en una ficción queer juvenil no es ninguna novedad. Heartstopper adopta un tono similar en su retrato del instituto como espacio de despertar sexual. Y también conecta con Sex education en lo que se refiere al registro amable del humor procaz y en la visión desinhibida pero en ningún caso incómoda de muchos aspectos de la sexualidad juvenil, del poliamor al sexo anal pasando por las disfunciones eréctiles.

Big boys también se sitúa en esta nueva ola de comedias británicas que, en la línea de Fleabag, se acercan al trauma desde el humor. Como la creación de Phoebe Waller-Bridge y la reciente Mi reno de peluche de Richard Gadd, Big boys funcionó como pieza teatral estrenada en el Festival de Edimburgo antes de convertirse en serie. Y Rooke explora igualmente una etapa concreta de su vida, el primer año en la universidad, tras pasar una depresión por la muerte de su padre y aún pendiente de salir del armario. La serie alcanza el equilibrio imposible entre el humor sin complejos, el abordaje de cuestiones muy dolorosas y la encantadora ternura.

Big boys aún mantiene conexiones con otro estreno reciente, Such brave girls, creada por Kat Sadler, que igualmente aborda la superación del trauma desde la comicidad, aquí mucho más punk, desgarrada y en femenino. Lo que también comparten estas series británicas es el retrato sin complejos del ambiente popular en el que se mueven los personajes. Aunque ahora la rabia social se traduzca en mala salud mental, Big boys o Such brave girls mantienen una conciencia de clase evidente a la hora de representar a una clase obrera sin maquillajes, con sus gustos, costumbres y estéticas específicas.

Trailer de 'Big boys' en versión original
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