Los conflictos cotidianos de cada día: ¿cómo sobrevivimos a ellos?

La convivencia entre padres e hijos implica conflicto, que no supone en ningún caso ni violencia ni agresión. Aceptarlo significa también no personalizarlos ni tampoco dramatizarlos

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La coherencia, la constancia y la firmeza son tres calidades básicas para resolver conflictos entre padres e hijos

Abrid la puerta de la habitación de vuestros hijos. Les habíais dicho y repetido que la ordenaran, que llevaran la ropa sucia al cesto de la lavadora, pero cuando lo habéis comprobado, no lo han hecho. Y están en una situación de no quererlo hacer. Empieza el conflicto. “No pongáis hostilidad, es decir, no gritéis, usad el sentido del humor, haced el payaso, y si notáis que tenéis el grito a punto, reíd porque conseguiréis bajar la tensión, y entonces todo será más fácil”, explica Amaya de Miguel, fundadora de la escuela de padres y madres Relájate y Educa. Decirlo, es decir, escribirlo, es fácil, pero el día a día desmonta todas las teorías y la práctica demuestra que “mantener la serenidad” es la mejor opción. “Si queremos conseguir que los hijos nos hagan caso, tenemos que estar tranquilos y relajados”, repite De Miguel, que es autora también del libro que lleva el mismo nombre que su escuela, Relájate y educa (Plataforma Editorial).

Y dicho esto, ¿qué es un conflicto? ¿Cómo se podría definir? “La convivencia implica conflictos, y es así a todas las edades”, afirma Maria Helena Tolosa, maestra, psicopedagoga y autora del libro Els nostres conflictes de cada dia. Manual pràctic per a la gestió familiar diària (Edicions del Serbal). Ahora bien, aceptar el conflicto no significa tolerar la violencia ni la agresión. “Cuando hay falta de respeto, que puede ser de forma bidireccional, de los hijos a los padres y de los padres a los hijos, entonces entramos en una agresión, hecho que es muy grave”, dice Tolosa. Dicho con otras palabras, tolerar el conflicto no significa aceptar la agresión en ningún caso ni bajo ninguna circunstancia, porque son conceptos diametralmente diferentes.

De hecho, los niños empiezan a entender el concepto de respeto desde que son conscientes de su yo, es decir, entre los 18 y los 24 meses. “Entonces, que es cuando empieza la primera rebeldía, es cuando se tienen que instalar las bases del respeto de padres a hijos y al revés, porque el respeto mutuo es el ingrediente sin el que no se puede avanzar en una convivencia familiar positiva”, afirma Maria Helena Tolosa.

Corresponsabilidad y bienestar

Entre los 2 y los 4 años, los niños también pueden empezar a aprender la corresponsabilidad de las labores de casa, el hecho de sentirse dentro de una comunidad familiar en la que lo que uno hace influye en los otros. “El bienestar familiar depende de todos, y este sentimiento lo pueden aprender desde pequeños si los padres los hacen sentirse responsables de pequeñas acciones relacionadas con el hogar”, afirma la psicopedagoga, que añade que el hecho de que sean pequeños no significa que los padres siempre se lo tengan que hacer todo. 

Siguiendo el hilo del conflicto, la psicopedagoga también subraya que los adultos no los tienen que dramatizar ni tampoco personalizar. “Son inherentes, porque convivimos con ellos, pero en el momento en el que los vivimos como un drama los podemos convertir en un verdadero problema”, dice la psicopedagoga, que subraya que el papel del adulto es esencial para resolver los conflictos cotidianos. “Tenemos que recordar que nosotros somos los adultos y, por lo tanto, tenemos que saber gestionarlo emocionalmente y comunicativamente; tenemos que saber más que los hijos, porque, a última hora, los conflictos que generan son los propios de la edad”. Por ejemplo: “Si piden comer una golosina antes de comer, la tarea de los padres es saber comunicarse sin miedo y con tranquilidad para decirles que no lo podrán hacer porque es la hora de comer". 

Los adultos no tienen que dramatizar ni tampoco personalizar las situaciones de conflicto.

Por todo ello, la psicopedagoga Maria Helena Tolosa sostiene que la coherencia, la constancia y la firmeza son tres calidades básicas para resolver conflictos entre padres e hijos, que tienen que ir ligados siempre al afecto, la comunicación y la presencia. “Como padres esperamos que los hijos hagan una cosa por si solos cuando todavía ni siquiera el hecho se ha convertido ni en hábito ni en norma, y entonces no pasará, no lo harán”. Si queremos que pase, “la criatura necesita nuestra presencia”, dice Tolosa, que deshace el mito según el cual solo por el hecho de que los padres digan una cosa la criatura la hará. Por ejemplo: si los hermanos siempre se pelean, aunque digamos de palabra que no lo tienen que hacer, no dejarán de pelearse. “En cambio, si estamos cuando se pelean, si les decimos de hablar, nos paramos y nos explicamos qué está pasando, entonces estaremos generando un cambio en el conflicto”. Con la norma “no os peleéis”, dicha de palabra, no bastaría. De hecho, la psicopedagoga sostiene que de los conflictos hay que ocuparse y no preocuparse. “Y ocuparse quiere decir hablar, preguntarles qué les pasa, encarar el conflicto, dedicar tiempo y dialogar”, concluye.

7 consejos de Amaya de Miguel para sobrevivir a los conflictos cotidianos entre padres e hijos
  • 1. Mantened la serenidad, es decir, no gritéis, porque si lo hacéis añadiréis hostilidad. Una manera de conseguirlo es recurrir al humor. Es la manera de rebajar la tensión y de hacerlo todo más fácil.
  • 2. Acompañad a las criaturas en las labores que les encomendéis siempre que sea posible. Si les encargáis ordenar la habitación, hacedlo juntos porque con vuestra presencia habrá conexión y ayuda. De este modo habrá un día que ya lo harán solos. El hecho es que las tareas que los adultos consideran esenciales ellos no las consideran así, por eso el camino para que lo aprendan a hacer es compartiéndolo juntos.
  • 3. Explicadles qué normas son las de la casa. Una que tiene que quedar clara es referente al uso de las pantallas. Si no hay pautas de uso, querrán usarlas a su gusto, y cada día será una discusión. En cambio, cuando hay una norma, y se sabe cuándo y cuánto tiempo se pueden usar, se reduce el nivel de conflicto.
  • 4. Anticipaos, preparadlos antes del cambio que queréis que hagan. A las criaturas, sobre todo a las pequeñas, les cuestan las transiciones. Si están haciendo una actividad, la viven en el ahora y en el aquí, y no la quieren cambiar. Para que la cambien, idlos avisando desde la proximidad: decidles mirándolos que en un rato os marcharéis, y que esa actividad que están haciendo tendrá que acabar.
  • 5. El hecho de que las criaturas no hagan caso no es un problema. No lo tenemos que considerar un problema, y ellos tampoco lo tienen que percibir de este modo. En realidad es una dificultad que tienen en un momento concreto, y el adulto lo tiene que ayudar a superarla porque es un hecho pasajero.
  • 6. Manifestadles el amor, que noten que estáis, que tenéis conexión, porque el aprecio es lo que ayuda a resolver los conflictos.
  • 7. Quererlos no significa ser permisivos. Los adultos son los que establecen las normas, establecen los valores que hay que respetar y, en resumen, dibujan una estructura que no implica en ningún caso tener enemigos. Padres y madres pueden ser firmes pero no duros, ni tampoco tienen que usar un lenguaje verbal o corporal que haga daño.

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