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Laberintos naturales en tiempos de sequía

De paja en Sant Ramon y de maíz en Horta de Lleida, los organizadores de estas propuestas lúdicas han tenido que adaptarse a un verano con muy poca agua en Catalunya

Varias personas recorren el laberinto de paja de Sant Ramon (la Segarra).
5 min

LleidaLa creatividad ha permitido en los últimos años convertir la actividad agrícola en auténticos laberintos, una propuesta lúdica cada vez más consolidada en las comarcas de Lleida. Pero este año, esa creatividad ha ido más lejos. Sus impulsores han tenido que adaptarse a una sequía que hace estragos entre el campesinado. La mala cosecha o, básicamente, la pérdida total de las cosechas, han puesto en peligro una tradición que ha podido salvarse de nuevo con el ingenio.

En Sant Ramon (Segarra), los miembros de la Asociación la Mansa se han visto obligados a retrasar la apertura de su laberinto de paja porque el cereal ha sufrido más que nunca. Y es que muchos campesinos del secano han abandonado las cosechas por falta de lluvia y los organizadores de este laberinto, que lleva tres años ininterrumpidamente celebrados, han tenido que esforzarse mucho para encontrar las 400 balas que necesitaban para construirlo. "Normalmente, a mediados de julio ya lo tenemos operativo, pero este año hemos tenido que esperar a agosto para tener paja suficiente", reconoce Toni Domingo, uno de los integrantes de La Mansa. Incluso, esta vez las balas no pudieron hacerse a la perfección porque la paja era más pequeña de lo normal y la máquina acabó produciendo formas imperfectas. "Apilarlas con seguridad no ha sido una tarea fácil", añade Domingo.

Por último, decenas de hileras repartidas en un espacio de unos 500 metros cuadrados se han podido levantar para crear un espacio lleno de cruces, algunos sin salida, que ponen en juego la capacidad orientativa de los participantes. “Este año he visto a más gente perdida que nunca”, reconoce Aleix Pons, otro de los organizadores que a menudo se emparra sobre las balas para echar una mano a los más desorientados. “Sobre todo ayudamos a los más pequeños que han perdido de vista a su familia”, indica.

El laberinto de Sant Ramon no solo reta a los participantes a encontrar la salida en menos de treinta minutos. Propone también la solución de un enigma, a menudo relacionado con el conocimiento del territorio y la historia del municipio. Si el año pasado tenía que ver con la construcción del santuario del pueblo, un edificio del siglo XVIII conocido como El Escorial de la Segarra, este año se ha construido en torno a la histórica rivalidad entre Sant Ramon y el antiguo núcleo de la Manresana. A partir de fotografías colgadas de bandoleros ficticios (que responden al nombre de la Geperuda, Pell d’Ovella, Roca Massissa o Afilanavalles, entre otros), los visitantes deben elaborar un árbol genealógico que explique los orígenes de estas rivalidades. "Este año me temo que lo hemos hecho un poco más difícil de lo normal", admite Domingo, con una sonrisa maliciosa.

El laberinto de paja de San Ramón.

Una fiesta que inicialmente se había pensado para los niños del pueblo, ha terminado recibiendo más de 2.000 visitas anuales. La gente debe reservar para no encontrarse con el aforo completo. Vienen personas de todas las comarcas de alrededor, como Núria Piera, una madre de Tarrés (Les Garrigues) que junto a sus amigos reunieron a una decena de niños y niñas que se adentraron solos. “Nosotros hemos preferido quedarnos fuera del laberinto para que los niños se lo pase aún mejor”, dice Piera. Algunos jóvenes de este grupo, como Arnau, de doce años, tuvieron que pedir auxilio porque se habían quedado solos entre las callejuelas de paja. “Pero no he tenido miedo en ningún momento”, advierte Arnau envalentonado.

El laberinto de Sant Ramon estará abierto todas las noches hasta el 11 de septiembre. Los más atrevidos pueden optar por la opción nocturna, a partir de las 21 h, que les obliga a utilizar linternas y, al menos, la orientación de las estrellas para encontrar la salida a oscuras.

Un maíz más resistente

La Granja Pifarré está perdida en medio de Horta de Lleida. Ya hace años que sus herederos, los hermanos Joan, Carles y Pere Pifarré, decidieron reconvertir un negocio de cinco generaciones y diversificarlo para sobrevivir. O lo hacían, o deberían haber cerrado. En la tradicional cría de terneros y vacas, esta nueva generación de ganaderos han sobrevenido con el nuevo concepto de agrocultura, una propuesta que reconvierte la granja en un auténtico escaparate educativo y turístico que acerca el mundo rural a las escuelas, al público familiar y, en general, en el conjunto de la sociedad. Visitas guiadas, un museo de tractores, talleres de conservas, producción de cerveza artesana, experiencias de floración, conciertos, teatro, juegos de pistas y, desde hace siete años, un laberinto de maíz que ha tenido que replantearse este año. Este producto (en Lleida lo llaman panís) ha sido este verano descartado por muchos campesinos de Ponent por sus elevadas necesidades de riego. Muchos, incluso los Pifarré, han optado por cultivos mucho más adaptados a la sequía como el girasol y el sorgo, pero, por supuesto, inviables para hacer un laberinto.

Para evitar su cancelación, los tres hermanos acabaron plantando dos jornales de tierra (más de una hectárea y media) con una variedad nueva de maíz, mucho más resistente ante el estrés hídrico. La granja, que riega sus cultivos con el agua del canal de Pinyana, ha tenido que aplicar las restricciones impuestas por la comunidad de regantes, pero una empresa de entonces les ha suministrado un maíz entrenado para crecer en condiciones más secas. "Incluso necesita menos fertilizantes porque resiste a invasiones como la de la araña roja", asegura Joan Pifarré. Esta nueva variedad no dará mazorcas tan grandes ni abundantes como las tradicionales, pero al menos les garantizan la continuación del laberinto de una forma mucho más sostenible.

El laberinto de maíz de la Granja Pifarré, en Lleida (Segrià), una propuesta lúdica organizada por la propia empresa familiar.

Plantaron las semillas el 1 de junio y en un par de meses han conseguido una vegetación de casi dos metros de altura para habilitar su laberinto. “Este cultivo crece muy rápido”, explica Pifarré, que en otoño segará las plantas para alimentar a sus vacas.

El laberinto de los Pifarré es un recorrido con diecisiete pruebas que los participantes tendrán que superar también en media hora. Son básicamente preguntas sobre curiosidades del territorio y las tradiciones agrícolas. Una equivocación lleva a un callejón sin salida. Pero carece de pérdida. Al final todos acaban encontrando la salida, que da a un gran patio con servicio de bar, juegos rurales y un circuito de minitractores para alargar el rato de las familias. "Lo planteamos como una oportunidad para mostrar el mundo agrario de una manera lúdica, creativa y positiva", concluye Joan Pifarré.

El laberinto se estrena este sábado y estará abierto todos los fines de semana (tardes y noches) hasta el 28 de octubre, día en que se convertirá en un "pasaje de los horrores", amenizado por la compañía de teatro Hangar, únicamente apto para los más atrevidos.

Huérfanos de los pioneros

Las consecuencias más negativas de la sequía se la ha llevado el laberinto de Castellserà (Urgell), también de maíz y una de las propuestas pioneras de Ponent. Los propietarios de la casa rural Cal Tonet, conocida como la Masía Esperanza, habían abierto interrumpidamente cada verano su laberinto desde 2006. Ha sido todo un referente para el resto de laberintos. Más de tres hectáreas de una plantación que este año ha arrastrado serios problemas de crecimiento, sobre todo dados porque el canal de Urgell, desde donde riegan su finca, cortó el grifo a finales de abril por falta de reservas. "El maíz ha quedado tan bajo que lo ha hecho imposible", dice Josep Perera, uno de sus impulsores. Sin embargo, no desfallecen y en las próximas campañas insistirán en mantener el laberinto, si es necesario, buscando nuevas maneras de adaptarse al cambio climático.

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