Literatura

La mala salud de hierro del cuento

Con la excepción de algunos nombres, como los de Sergi Pàmies y Carlota Gurt, la narrativa breve sigue siendo un género a menudo eclipsado por la novela. Este noviembre han publicado novedades destacadas Maria Barbal, Damià Bardera, Lucia Berlin y Eloy Tizón

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Maria Barbal, Damià Bardera, Lucia Berlin y Eloy Tizón.

BarcelonaAunque Sergi Pàmies lideri la lista de libros más vendidos desde que publicó, a principios de septiembre, A las dos serán las tres (Cuadernos Quema) y que la nueva recopilación de cuentos de Carlota Gurt, Biografía del fuego (Proa/Asteroide), haya logrado también una muy buena repercusión entre los lectores, son dos excepciones en el panorama narrativo, dominado desde hace años por la novela. Las letras catalanas tienen cuentistas insignes desde hace décadas, de Víctor Catalán a Mercè Rodoreda, Pere Calders, Quim Monzó y Empar Moliner, y el género se ha renovado gracias a voces como las de Borja Bagunyà, Yannick Garcia, Anna Gas, Víctor García Tur, David Gálvez, Jordi Masó y Clara Queraltó.

Durante los últimos cinco años, editoriales como Godall, Comanegra, L'Altra y Periscopi se han propuesto enmendar este desequilibrio apostando a menudo por la narrativa breve. Periscopio ha publicado recientemente el primer libro de Joan Enric Barceló, Morir sabiendo pocas cosas. Godall ha descubierto talentos autóctonos como los de Caterina Pérez y Marçal Arimany, pero también ha ofrecido traducciones de Kim Ae-Ran, Juana Bértholo, Fiódor Dostoyevski y Yoko Tawada. Y Comanegra está a punto de llegar al número 15 de la colección Cuentos portátiles: este otoño ha publicado una recopilación inédita en catalán de Italo Calvino, El último es el cuervo, y ha traducido por primera vez Angela Carter con la antología La compañía de los lobos.

Escogemos cuatro novedades de narrativa breve de este noviembre de autores de generaciones y estilos diferentes que merecen llegar a un público más amplio.

María Barbal.

Maria Barbal

Un tesoro poco conocido y parcialmente inédito

Hace más de una década que Maria Barbal (Tremp, 1949) no publicaba un libro de cuentos. En Cada día pienso en ti (Columna, 2011) los animales tenían un protagonismo destacado, como ya había ocurrido con anterioridad a Desde la jaula (Edelvives, 1992) y Espaguetti Miu (La Granada, 1995). Nunca hasta ahora había podido leerse, reunida en un único volumen, toda la narrativa breve de la escritora. "Cuando me lo propusieron se me hicieron una montaña dos cuestiones –dice Barbal–. La primera fue cómo leería algunos cuentos antiguos y si estaría contenta. La segunda, si los encontraría todos: por desgracia no he sido muy ordenada".

Barbal debutó como cuentista con La muerte de Teresa (Empúries, 1986), sólo un año después de publicar Piedra de canchal. "Los escribí de forma espontánea a partir del impacto de una imagen, de una experiencia personal o de una anécdota –recuerda–. Releyéndolos me di cuenta de que debía ser permisiva con la autora que era entonces ". Barbal detectó una coherencia entre lo que escribía entonces y el presente. La filóloga y traductora Carme Arenas, que se ha ocupado de la edición del volumen, piensa lo mismo, por lo que ha planteado ordenar los cuentos temáticamente. Lo primero que el lector encontrará en el apartado inicial, Como si delante tuvieras un espejo, apareció en el Libro de la Maratón de 2012; el segundo, Lo bueno que es todo, sólo se había podido leer antes en El Punt Avui; el tercero, Felisa, formaba parte de La muerte de Teresa. "De los 91 cuentos hay 68 que habían aparecido en libros de la autora, 20 que formaban parte de antologías o que habían salido en publicaciones periódicas y, finalmente, encontramos tres inéditos –comenta Arenas–. Antes de ponernos no éramos conscientes de que la dimensión de los cuentos de María fuera tan grande”.

La exigencia de escribir cuentos

Todos los cuentos (Columna, 2023) supera las 700 páginas y permite tener una visión distinta de la breve narrativa de la escritora. "El cuento tiene una exigencia muy grande, ya veces es más difícil conseguir que una novela –asegura–. Es un género muy libre". Releyándose con el material aseado, Barbal ha dejado atrás "el espanto inicial" y ha terminado "ilusionada y satisfecha". Entre los blogs temáticos del libro está la importancia de los orígenes, conectado con el Pallars nativo de la autora, las relaciones de familia, los enamoramientos y las relaciones insólitas. "Uno de los inéditos, Despertar, explica la transformación de un personaje después de conocer a alguien, el interés y la euforia que vive –dice la escritora–. Otro, El niño de las peonzas, está inspirado en el nieto más grande que tengo. Y Miedo a volar, el más largo de todos, podría haber dado lugar a una novela. Habla del contraste entre una de esas personas que nos consideramos cultos, en este caso una pintora, y alguien aparentemente más sencillo". Como ocurre en las novelas, la humanidad y la empatía de la autora con los personajes se gana los lectores enseguida.

El escritor Damià Bardera

Damià Bardera

Cuentos divertidos y absurdos por leer en menos de cinco minutos

En la época de la inmediatez y la fugacidad, los cuentos de Damià Bardera (Viladamat, 1982) son ideales. Aquí no hay excusa para quienes no tienen tiempo: cada relato ocupa menos de cuatro páginas, en la tendencia ya característica del escritor gerundense de servir historias breves que dejan un regusto entre divertido e inquietante. Se abre el telón (La Segunda Periferia) reúne una cincuentena de cuentos con el universo propio de Bardera, que es autor de títulos como Los hombres del saco (El Cep y el Asa, 2012), Niños de leche (El Cep y la Asa, 2016) y la antología Un circo en el patio de casa (Empúries, 2019). Sin embargo, en esta ocasión el autor ha hecho una voltereta estilística y ha vestido todos los cuentos con el formato teatral. Inspirado en Javier Tomeo, Bardera imagina en el escenario esqueletos llenos de vacío, un león de peluche que berrea, médicos con prácticas poco convencionales y payasos en plena borrachera. Para escribirlos, el escritor se sumergió "en un estado de absurdidad muy absorbente" que le llevó a construir situaciones surrealistas y, al mismo tiempo, con algún elemento anclado a la realidad. "Lo más complicado de estas historias es el punto de crítica social; debía obligarme a que estuviera, pero que no fuera explícita. Y todo ello en un mundo de locura en el que sería inasumible vivir siempre", subraya Bardera.

Humor negro y responsabilidad

Las historias de Se abre el telón oscilan entre la inquietud y la sonrisa. A través del humor negro, el autor rebaja el tono perturbador de los relatos –hay algunos suicidios, personajes bicéfalos y hombres maltratadores– y transforma su impacto. "Sin el humor serían inaguantables, pero también me sirve para hablar de responsabilidad. Toda estética tiene una ética y eso también está, en mi obra", subraya Bardera. Los espectadores son un personaje más de los relatos e incluso tienen un papel fundamental, porque interaccionan y reaccionan con lo que ocurre en escena. "Son un muñeco más en el escenario, y yo soy el autor que va moviendo los hilos. Las acciones del público no son previsibles pero sí son verosímiles. No habría funcionado si sus comportamientos fueran razonables", explica Bardera.

Sus relatos teatrales son irrepresentables, pero no los ha escrito para que lleguen a los escenarios sino para que sean leídos. "En toda mi obra ya está el absurdo. Aquí está incrementado y eso es, en parte, gracias al teatro", señala Bardera. A pesar de haber publicado más de una decena de títulos, en el ecosistema literario él siempre ha estado ubicado en los márgenes y en Se abre el telón lo ha aprovechado para ir aún más allá. "Cuando apuestas por hacer cosas rompedoras u originales siempre existe el riesgo de hacer el ridículo. Esta vez me he pasado de frenada, con una apuesta estéticamente radical como es el teatro, y lo he hecho de forma consciente –señala el escritor –. Hice el libro con una voluntad de fracaso, pensando que no interesaría a nadie, porque creo que en la vida debes dejarte sorprender".

Lucia Berlin

Lucia Berlin

La cara más personal y desconocida de la escritora

"Mi madre era una persona muy romántica, siempre quería estar enamorada. Si hubiera podido casarse ocho veces, lo habría hecho", explica Jeff Berlin, hijo de la escritora estadounidense Lucia Berlin (Alaska, 1936 – California, 2004). Su obra había quedado relegada al olvido hasta el 2015, cuando la prestigiosa editorial Farrar Straus and Giroux publicó la antología Manual para mujeres de trabajos (La Otra / Alfaguara, 2016) y la convirtió en una de las voces literarias más relevantes de la última década. Desde entonces se han publicado varios volúmenes con los cuentos de Berlín, con una cantidad de lectores remarcables en todo el mundo. La escritora no fue demasiado prolífica, pero de su legado habían quedado algunos textos inéditos que aún no habían visto la luz. Por eso uno de sus hijos, Jeff Berlin, tomó el encargo de Alfaguara y configió Una nueva vida, que reúne cuentos, artículos y fragmentos del diario de la escritora. Se trata de uno de los volúmenes más íntimos de Berlín, donde se despliega su vertiente más personal y desconocida. "Todo lo que escribía estaba relacionado con su vida. Ella creaba para reflexionar sobre lo sucedido, para transformar una mala experiencia en una buena historia", subraya Jeff Berlin. Lo hizo desde el principio: en el cuento Manzanas, el primero que firmó, transforma un hecho trágico –la muerte de su vecino– en un relato luminoso y juguetón. En Mamá y papá retrata el amor a la tercera edad sin obviar el sufrimiento de hacerse mayor.

Contar la vida a través de la literatura

Hay una experiencia que atraviesa nueve cuentos de Berlín y que, en paralelo, llena sus diarios: el año en que la escritora estuvo en México cuidando a su hermana, enferma de cáncer. Incluso en esta ocasión, Berlin se apropiaba de los sentimientos que la atravesaban y los utilizaba de materia literaria con historias como Fuego, en el que una mujer recuerda la infancia y el vínculo fraternal. "Para ella era más fácil contar su vida a través de la literatura, y esa fue una época importante", dice Jeff Berlin. En los periódicos, la mirada perspicaz e irónica que caracteriza a los cuentos de Berlín se vuelve más racional y fáctica. "Los escribió entre finales de los años 80 y principios de los 90, después de conseguir estar sobria y de haber ido a terapia durante meses. Encontramos una Lucía más reflexiva, menos centrada en los adornos narrativos y más centrada en hablar de lo que le pasa y de lo que siente", señala su hijo.

Con Una nueva vida, Berlin deja de tener textos inéditos para convertirse en una escritora con toda la obra publicada. Ella no ha logrado verlo con vida, pero según su hijo quizás tampoco habría gozado de la fama. "No le gustaba ser el centro de atención y, además, odiaba las críticas y el rechazo. No estaba cómoda en una posición en la que podía ser juzgada", dice Jeff Berlin, que añade: "Gaudia viviendo su vida, escribiendo y viendo que la publicaban. Tenía una editorial pequeña y también colaboraba con revistas. Era feliz así".

Eloy Tizón.

Eloy Tizón

Un narrador valiente y todavía imprevisible

"La ambición, al cabo de los años, resulta casi entrañable", comenta con una sonrisa Eloy Tizón (Madrid, 1964) en relación al peso que supuso, en su trayectoria, el éxito de crítica y público de su primer libro de cuentos, Velocidad de los jardines, publicado en 1992. "Mi debut fue una sombra que me siguió por todas partes durante mucho tiempo, pero también fue una suerte tener tan buena acogida", reconoce. Desde entonces ha combinado la novela y el relato en paralelo a los talleres de escritura creativa. Cada diez años ofrece una nueva dosis de cuentos a los lectores, y la última entrega, Plegaria para pirómanos, acaba de llegar a las librerías editada por Páginas de Espuma, editorial madrileña que sólo publica narrativa breve desde hace un cuarto de siglo.

"El cuento es el género que más me estimula, quizás porque no siento que haya adquirido una seguridad o conocimiento que me permitan dominarlo –sigue–. Es un género que no tiene una forma establecida. Esto es apasionante". Tizón reconoce que todavía le puede costar meses o años llegar al final de alguno de sus cuentos, que en el caso de Plegaria para pirómanos tienen un personaje que se repite, uno posible alter ego del autor. "Es una estrategia que nunca había puesto en práctica, y que se me ocurrió cuando ya tenía tres o cuatro cuentos escritos –dice–. Pensé: «¿Y por qué no sigues por ahí?» Lo importante cuando te dedicas a escribir es la valentía".

Escribimos entre el deslumbramiento y el terror

En su último libro, Tizón dispara hacia direcciones temáticas y estilísticas muy diversas. Tan pronto puede adentrarse en un laberinto metaliterario como el de Grafía, donde reflexiona sobre diversos tipos de escritores –"parece que la literatura sea una actividad muy cerebral, pero mueve resentimientos y venganzas", admite–, cómo construir una pieza fragmentaria a partir de los ensayos de una obra de teatro fracasada, inspirada en hechos reales, en Mi vida entre caníbalas, y ofrecer una enumeración lírica e inspirada de cosas vividas en Dichosos los ojos, donde aparece desde la tumba de Borges en Ginebra hasta el robot Perseverance recogiendo muestras de polvo de Marte o una gódola negra que lleva un ataúd por un canal sombrío veneciano. "A veces la vida tiene una enorme belleza que te hipnotiza. En otras ocasiones es terrible. Escribes entre el deslumbramiento y el terror, llevado por un exceso de felicidad o de tristeza", explica el autor, que descubrió el placer y la tortura de la escritura a través de los dietarios. "Fueron una forma de terapia –recuerda–. La timidez me ha acompañado durante mucho tiempo, y diría que es un rasgo generacional que en parte se ha perdido con la expresividad de redes sociales como Twitter, TikTok y YouTube. La literatura puede servir también para mostrar tu intimidad, las rarezas y la oscuridad que te configura. Es un buen camino de autoconocimiento".

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