Entierros

De ‘Pulseras rojas’ a oficiar funerales

El cierre de los escenarios por la pandemia aboca a los actores a buscarse nuevas vías de ingresos

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De ‘Pulseras rojas’  a oficiar funerales

Fue el doctor Abel en Pulseras rojas y el doctor Canut en La Riera. Forma parte del reparto de El llarg dinar de Nadal, premio Butaca 2015 a mejor espectáculo de pequeño formato y que vuelve ahora a los escenarios después de estar representándose durante cinco años antes de la pandemia. En cine ha rodado La hija del ladrón, protagonizada por Eduard Fernández y su hija Greta y que ganó el premio Goya a mejor dirección novel, y Blue Rai, premio del público en el festival de Málaga en 2017. En su largo currículum también hay locuciones de reportajes del 30 minuts o del Sense ficció. Se llama Ignasi Guasch y a sus 39 años hace casi dos décadas que trabaja de actor. El cierre provocado por la pandemia en la mayoría de sectores ha sido especialmente duro en el caso de las artes escénicas y ha obligado a Guasch a buscarse nuevas vías de ingresos para poder sobrevivir. Desde febrero de 2020 trabaja también de orador de funerales laicos. “Representa actualmente el 60% de mis ingresos”, dice.

Como la mayoría de actores, es autónomo. El 2019 fue un año especialmente malo para él y solo ingresó 10.000 euros sucios. “En esta profesión es habitual tener altibajos”, dice. En 2020 parecía que dejaba atrás esta mala etapa. En enero tenía un par de rodajes, uno relacionado con el Mobile y otro con una empresa farmacéutica, y de cara a verano tenía algunos bolos de teatro programados. Pero el estallido del covid lo paró todo. “Eran 11.000 euros, más dinero del que había ganado el año anterior, que de repente desapareció y me encontré sin prácticamente ningún ingreso”, detalla.

A través de un compañero actor que había trabajado oficiando ceremonias se puso en contacto con la responsable de la empresa En el Record, que impulsó también una actriz, para que le diera trabajo. La compañía trabaja para los servicios funerarios Àltima ofreciendo a las familias que quieren entierros laicos una persona que oficie la ceremonia. “La mayoría somos actores, muchos hemos acabado en este mundo por culpa de la pandemia”, asegura Guasch. Algunos de ellos son conocidos por el gran público, entre los cuales uno de los papeles protagonistas de la serie Ventdelplà, que se emitió en TV3 de 2005 a 2010, y que ha declinado participar en el reportaje.

“El primer día fue muy duro, pero no tenía ni un euro y lo tenía que intentar”, recuerda. Tuvo que oficiar cinco entierros en diferentes lugares del área metropolitana de Barcelona. En la empresa hace dos tipos de trabajos: leer directamente en la ceremonia el texto sobre la figura del difunto que previamente ha sido escrito por alguien más o bien empezar el proceso de cero. “Recibo un correo electrónico que me especifica cuántos funerales haré tal día. Llamo a cada una de las familias y les pido si me dejan hacer unas preguntas sobre la persona que ha muerto para elaborar el escrito”. Una vez acabado, se envía al tanatorio para que los familiares lo puedan leer y validar y, antes de la ceremonia, les pregunta si están de acuerdo con el contenido. “Es un trabajo muy heavy, te enteras de los entierros el día antes o el mismo día porque obviamente nadie planifica cuándo se morirá”.

Reconoce que sus estudios de filología catalana y el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP) lo han ayudado a poder hacer este trabajo con la rapidez que se requiere sin olvidar la sensibilidad. “Aún así, te encuentras con situaciones tan duras que no sabes qué poner”. Situaciones como difuntos víctimas de violencia machista, niños o adolescentes que se han quitado la vida... “Aprendes muchas lecciones, pero es un trabajo mal pagado, por la cantidad de tensión que acumulas en momentos muy delicados”, relata. Su vía de escape para rebajar este estrés es el sentido del humor que comparte con los músicos de las ceremonias.

A pesar de que en la empresa donde trabaja la mayoría están en nómina, él prefiere seguir como autónomo porque no quiere renunciar a ganarse la vida como actor. “Me organizo la agenda en función de mis trabajos de actor y, después, les digo qué días puedo trabajar. Me suelen dar trabajo una o dos semanas al mes”. Por todo un día de ceremonias (sean las que sean) cobra 130 euros sucios, y por medio día, 70. La cifra llama la atención si se contrasta con los 297,2 euros que Àltima hace pagar por el servicio de un orador por ceremonia, según las tarifas que se recogen en su página web.

Anécdotas tiene muchas: desde los asistentes a un funeral entrando con cervezas y cuernos en la cabeza brindando por el difunto hasta montar un concierto durante la ceremonia o una danza protagonizada por un grupo. “Es un trabajo que tengo muchas ganas de dejar, no por desprestigio, sino porque estar tan en contacto con la muerte es agotador”, repite en varias ocasiones, y añade: "Trabajo en ello para ganarme el pan. Ahora bien, mientras lo hago soy consciente del servicio que estoy dando, y esto las familias te lo agradecen”. En este punto recuerda que una de estas familias, a quien ofició el funeral de su madre, le pidieron unos meses después que también hiciera el de su padre.

No recibe apoyo psicológico, pero para llevar a cabo el trabajo sí hizo una formación sobre cómo tratar la espiritualidad en ceremonias laicas. Esta tipología de funerales crece “de manera sostenida” año tras año, según Servicios Funerarios de Barcelona - Grupo Mémora. “En estos momentos, el acumulado este año en Barcelona ciudad, considerada pionera en este tipo de ceremonias civiles en toda España, es de un 23%”, dice Fernando Sánchez, director de comunicación y relaciones institucionales del grupo. En 2005 el porcentaje en el área metropolitana de Barcelona era solo de un 4% y en 2015 casi del 17%.

La apertura progresiva de los escenarios ha hecho que poco a poco vuelva a tener algunos trabajos de actor. Actualmente combina el de las ceremonias con la representación de Cordèlia que está haciendo en Mallorca, una obra que se prevé que ahora se traduzca al castellano y le permita hacer bolos por España y por la que por nueve funciones y dos semanas de ensayos cobrará 1.800 euros sucios. “Desde Manacor preparo textos para algunos funerales por la mañana y después voy al teatro”, explica Guasch. También pronto empezará a ensayar Habitació tancada, que se estrenará en la sala Versus Glòries de Barcelona en noviembre y él estará en las últimas diez funciones para sustituir a otro actor. Además, el 5 de diciembre volverá a los escenarios con El llarg dinar de Nadal. Con todo esto, alguna locución que ha hecho y alguna ayuda que ha recibido de la administración por el impacto del covid, espera cerrar el año con unos ingresos de poco más de 20.000 euros sucios, una cifra similar a la que logró en 2017. El año pasado lo cerró con 17.000 euros. “Para vivir [paga un alquiler en Cornellà de Llobregat] necesito como mínimo 18.000 euros sucios, y aquí se le tienen que restar las cuotas de autónomos”, puntualiza.

En este país, asegura, es muy difícil vivir de la cultura, y todavía más de las artes escénicas. “En las programaciones anuales de los teatros siempre aparece la misma gente”, denuncia. Un estudio de la Fundación Actores Intérpretes Sociedad de Gestión Española (AISGE) publicado hace cinco años le da la razón. El informe, centrado en la situación sociolaboral de los actores y bailarines en el Estado, ya alertaba de que una tercera parte vivía, a pesar de trabajar también en otros ámbitos, bajo el umbral de la pobreza: cobrando menos de 600 euros mensuales. Además, solo un 8% podían vivir de interpretar y un ínfimo 2% cobraban más de 30.000 euros anuales. Otro estudio de la Unión de Actores y Actrices publicado en abril denunciaba que solo un 11% han podido acceder a la prestación extraordinaria para artistas debido al covid de este 2021.

A pesar de la escasez de ayudas durante la pandemia, desde la Asociación de Actores y Directores Profesionales de Catalunya (AADPC) denuncian que no es “extraordinario” que los artistas combinen su trabajo con otro para compensar la falta de ingresos. “El covid ha hecho visible una precariedad que ya era existente. Lo que pasa es que antes la mayoría iba tirando”, apunta el actor y presidente del AADPC, Àlex Casanovas, que añade que, ante esta situación, es urgente implementar el estatuto del artista. “Para poder tener derecho al paro (tener un año cotizado), un artista necesita dos y medio o tres de trabajo”, apunta. Y hace dos peticiones para revertir esta precariedad: “El mismo sector tiene que ofrecer y exigir contratos laborales y, finalmente, si de verdad creemos que la cultura es necesaria, importante y un bien esencial, se tiene que reflejar en los presupuestos del país”.

A Guasch le ha pasado por la cabeza mil veces decir “hasta aquí” e irse al Ripollès a hacer quesos con un amigo. “Trabajé de profesor durante cuatro años en una escuela, y lo dejé porque era licenciado en artes escénicas y quería dedicarme al teatro. Es muy duro -reflexiona-, pero en definitiva es lo que me gusta”.

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