1. Dispersión. La proliferación de candidaturas en el espacio independentista es prueba evidente del desconcierto que impera en ese magma ideológico. Y pone en evidencia a quienes les cuesta reconocer que la sociedad catalana está en otra etapa y que la memoria del 2017 ahora mismo es melancolía. Esa es precisamente la debilidad de la candidatura de Puigdemont: tiene cartel, icono de un momento singular, o histórico si se prefiere decirlo así, pero el mismo tiempo lleva la insignia del pasado.
Cuando a un proyecto político las cosas le van de cara la tendencia está en la concentración. Poco o mucho, todo el mundo deja las diferencias de lado para encaminar el voto a una o dos fuerzas que puedan ser decisivas. Como es sabido, el sistema electoral beneficia la concentración de voto y la dispersión no hace más que debilitar al conjunto, en este caso el independentismo. ¿Qué sentido tiene esa multiplicación de candidaturas? Dejamos de lado las vanidades personales, que están en el origen de algunos éxitos pero también de muchos fracasos. La proliferación de propuestas –siempre los últimos en llegar se presentan como los más auténticos– evidencia la desconfianza en la victoria o, más concretamente, la percepción de que el Proceso está atascado y que es momento de volver a remover la olla. En estas circunstancias prolifera uno de los virus de la política, lo que impulsa la psicopatología de las pequeñas diferencias. Las rivalidades de cada casa.
Hay conciencia, pues, de cambio de etapa, de que la sociedad catalana no está ahora mismo para volver a los furores del 2017, y al mismo tiempo cuesta pensar cómo afrontar este nuevo período, mientras los otros partidos intentan obtener ventaja del desconcierto. ¿Quiere decir esto que la política catalana dará un vuelco? Lo que puede ocurrir es que se produzca un impasse difícil de desatascar. Que se den unos resultados que no hagan posible a una mayoría de gobierno. Ya hablaremos de ello si pasa. ¿Serán unos y otros capaces de encontrar acuerdos transversales para un nuevo período?
En cualquier caso, sí me atrevería a decir que todo dependerá de la participación. Y que si fuera alta el panorama evolucionaría sensiblemente. No parece lo más probable. Quienes no han ido a votar en estos últimos años no está claro que vuelvan masivamente y una parte de los que han ido esta vez podrían quedarse en casa. La frustración castiga. Seguramente una de las razones de la proliferación de listas independentistas es llevar a votar a estos descontentos.
2. Salida. ¿Quién está mejor situado para capitalizar esta coyuntura? ¿Hacia dónde irá parte del votante que fue independentista pero que no quiere volver en octubre del 2017 y asume que estamos en otra etapa? Evidentemente, en quien primero se piensa es en los socialistas. Y Salvador Illa da suficientes señales de moderación para poder captar en territorio de la antigua Convergència o de los desaparecidos Ciudadanos. Pero demasiados gestos conservadores podrían restarle opciones en su propio electorado o en el de los comunes, ahora en horas bajas. Es evidente que el PP capitalizará la irritación españolista y subirá, pero todos sabemos sus límites en Catalunya. Y los comunes arrancan campaña tocados por la frivolidad de haber provocado la convocatoria de unas elecciones en un momento delicado para ellos, no ajenos a la crisis de Sumar y Podemos, enésima demostración de la dificultad de cierta izquierda de conseguir la estabilidad. Los comunes, probablemente, no esperaban la respuesta de Aragonés a su bloqueo.
Naturalmente, queda el factor Puigdemont, un impacto en la campaña que se va normalizando rápidamente, en la medida en que da razones para dudar de si es consciente de la situación. Su propuesta de manejar a los candidatos a debatir con él en la Catalunya Nord no llega ni al nivel de demagogia. Más bien tiene un punto de supremacismo, como si pensara que está por encima de los demás aspirantes y con derecho a moverlos. Sin embargo, siempre puede haber alguna mano, del sector del poder judicial que va detrás de él, que le aporte voto solidario.
El activismo continuista de Aragonès, fiel al guión de fuerza tranquila de Esquerra Republicana, ¿le permitirá salvar el efecto Puigdemont? Es una de las incógnitas de estas elecciones. Que tienen un curioso telón de fondo: la exquisita formalidad de unas elecciones en el País Vasco que son una balsa de aceite. Pero esto es para otro día.