Cataluña frente al espejo electoral

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Votos en un recuento electoral.

La decisión del presidente Aragonés de adelantar las elecciones, junto al fin de la legislatura europea, comporta que los catalanes tengamos una doble cita electoral en menos de un mes. Como demócratas, más allá de nuestro estado de ánimo o de nuestro grado de satisfacción con la política, siempre debemos ver las elecciones como oportunidad. Sabemos que un voto cambia pocas cosas, pero también sabemos que muchos votos en una misma dirección pueden cambiar escenarios. Recordemos que la abstención, tan legítima como el voto, no sólo no influye para nada, sino que puede engordar las opciones que menos deseamos. En política, los espacios vacíos no existen. Los que no ocupamos nosotros, les ocupan otros. Es una regla que nunca falla.

De los cuatro grandes escenarios que nos afectan como ciudadanos, dos quedaron orientados el año pasado: sabemos quién gobierna en cada pueblo y en cada ciudad, y sabemos que en España, al menos de momento, gobierna Pedro Sánchez con una mayoría multicolor y precaria, en estos momentos sin alternativa. En las próximas semanas desvelaremos la fisonomía de los dos otros escenarios que nos quedan por salir: cómo se gobierna Cataluña y cómo se configura Europa. Dos ámbitos que nos afectan de lleno y que influirán sobre nuestras vidas en los años venideros.

El domingo 12 de mayo se decide si la mayoría soberanista que se engendró en el 2012 y que se ha mantenido desde entonces aguanta o cae. Dicho de otro modo, averiguaremos si el pueblo de Catalunya mantiene el pulso con el Estado o baja la guardia. Que quede claro que mantener el pulso no significa necesariamente que Catalunya sea independiente en los próximos cuatro años, ni siquiera que pueda celebrar ningún referendo acordado. Significa simplemente seguir el rumbo, por errático que pueda parecer, o cambiar el rumbo para volver a aguas más conocidas pero mucho menos ambiciosas. No nos engañemos sobre la lectura que se hará del resultado del 12-M: el independentismo suma y gana, o se queda corto y pierde. Las consecuencias de uno u otro escenario no serán neutras ni inocuas, serán trascendentes.

Si el independentismo suma, como yo desearía, se abre la incógnita de si este hecho comporta necesariamente la formación de un gobierno soberanista. Desgraciadamente, la garantía no existe. El comportamiento de la CUP no invita al optimismo, y la tentación de un nuevo tripartito siempre se cierne sobre el horizonte. Los republicanos pueden utilizar dos argumentos, si les conviene: Junts se marchó del gobierno, y es necesario un gobierno de izquierdas en Cataluña ante un ciclo que puede llevar un gobierno de ultraderecha reaccionaria a España. Sin embargo, no es necesario realizar demasiados esfuerzos para entender que la opción del tercer tripartito se convertirá en realidad tangible si los catalanes deciden debilitar el independentismo.

La otra gran cuestión que está en juego el domingo 12 de mayo está en el fundamento ideológico del nuevo gobierno catalán. Es decir, cuál es el proyecto de país que se deriva. En ese terreno, Junts tiene una enorme responsabilidad, porque es el único partido con posibilidades de gobernar que puede inclinar la balanza hacia un proyecto de país más centrado, más eficiente y más moderno. Cataluña necesita, como el pan que come, una agenda regeneradora de actitudes y prioridades. Nos jugamos el mantenimiento de un estado del bienestar amenazado, el dinamismo de una economía demasiado frenada y entorpecida, y la calidad de unos servicios públicos cada vez más precarios. No olvidemos que el contexto de los próximos años será, para los acuerdos europeos más recientes, un contexto de contención y vigilancia más estricta sobre el gasto público y la capacidad de endeudarse. Sé por experiencia que no es lo mismo gobernar con el talonario abierto que con la caja cerrada.

Un apunte final sobre el domingo 9 de junio, día de las elecciones europeas en nuestro país. Europa, nuestra Europa, probablemente se enfrenta a la situación más complicada desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Entre otros muchos, cuatro retos mayúsculos se dibujan en el horizonte más cercano: el primero, el desafío de la guerra en Ucrania, con la necesidad de invertir en defensa y no depender en exceso de una implicación norteamericana no necesariamente garantizada. El segundo, cómo garantizar la pervivencia de un estado del bienestar que no tiene igual en ningún otro lugar del mundo, con coberturas sanitarias, educativas y asistenciales para toda la población. A menudo tengo la sensación de que creemos que lo tenemos garantizado casi por mandato divino, cuando la realidad es que mantener un estado del bienestar de este nivel requiere un gran dinamismo económico y una capacidad de hacer reformas no siempre populares. El tercer reto, cómo detener el creciente atractivo de partidos populistas y demagógicos, que pretenden tener soluciones mágicas a problemas de enorme complejidad. Y el último de los retos, pero no el menor, cómo Europa construye una estructura política común que la haga más presente, más decisiva y más autónoma en un mundo donde los europeos cada vez somos menos, y si no nos espabilamos, cada vez pintaremos en él menos.

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