

Vivimos tiempos muy convulsos que también afectan al progreso científico y la generación de conocimiento. ¿Cómo enfrentarnos a las pandemias que vendrán? ¿Cómo mitigar el cambio climático? ¿Cómo buscar nuevas fuentes de energía? El papel de la ciencia es objeto de debate en todo el mundo precisamente cuando los retos globales exigen respuestas conjuntas fundamentadas con evidencias científicas. Y, paradójicamente, la ciencia y el mundo científico sufren un duro ataque.
Esta ofensiva se manifiesta de formas diversas. En Estados Unidos de América (EE.UU.), con un embate frontal en el mundo académico, con recortes en la inversión en investigación y con restricciones a lo que se llama libertad de cátedra, que implica que no hay interferencias gubernamentales en la investigación que se realiza en un país. El objetivo en este caso es reducir el pensamiento crítico, poniendo claramente en peligro el progreso científico y social. Los fondos públicos no son un capricho, son la garantía de una investigación independiente, sólida y estable.
No podemos ser ajenos al impacto de la deriva de la administración estadounidense en la investigación mundial. Históricamente, EEUU ha sido un polo de atracción de talento científico y tecnológico global. Han sabido reclutar el mejor talento, han financiado a investigadores de todo el mundo y, gracias a la construcción de esta fuerte comunidad, han liderado la investigación de forma clara. El recorte en la financiación de los institutos nacionales de salud y de la Fundación Nacional de la Ciencia no es sólo un problema interno de EE.UU. Por poner un ejemplo, la erosión de estos programas amenaza la investigación en enfermedades globales como el sida, la tuberculosis o la malaria, que causan más de 2,5 millones de muertes al año. Los ataques sistemáticos al mundo académico no sólo debilitan la investigación en EE.UU., sino que lo hacen a escala global y nos afectan a todos.
La presión contra la ciencia no es exclusiva de EE.UU. En Europa también observamos una preocupante tendencia. El debate sobre la financiación del futuro programa marco de investigación e innovación de la Unión Europea (FP10) genera inquietud por una posible alteración de modelo: un desplazamiento del apoyo a la investigación basada en la excelencia y la curiosidad hacia una investigación definida y condicionada por otros intereses. Debemos entender que no hay investigación aplicada sin investigación fundamental, que es la que da lugar a descubrimientos que permiten desafiar a los dogmas y la que ha permitido los grandes avances científicos y tecnológicos de nuestra sociedad. Pensar que sólo la investigación aplicada es verdaderamente útil es no entender cómo funciona el desarrollo científico y tecnológico.
Ante este escenario, varias instituciones europeas se están movilizando. La Declaración de Milán, que suscribimos desde la UPF, alerta de la necesidad de defender el papel de la ciencia en la toma de decisiones globales. También, la Declaración de Varsovia defiende un FP10 centrado en la búsqueda de excelencia, la colaboración internacional y la protección de programas estratégicos como el Consejo Europeo de Investigación (ERC), que financia proyectos científicos arriesgados basados en su calidad, o las acciones Marie Skłodowska-Curie (MSCA), que permiten la mejor movilidad de Europa. En la Universidad Pompeu Fabra, con nuestras alianzas europeas, especialmente The Guild, trabajamos para defender estas ideas ante la Comisión Europea. Con una convicción clara de que ya se ha repetido muchas veces, pero que parece que no acabamos de creernos: los países son ricos porque invierten en investigación; no invierten en investigación porque son ricos.
Europa puede y debe aprovechar ese momento para atraer y retener talento y liderar una ciencia basada en la investigación independiente. Nuestro futuro depende de la capacidad de la ciencia para ofrecer soluciones a los grandes retos del siglo XXI. Pero para que esto sea posible, debemos protegerla, reforzarla y ponerla en el centro de las prioridades políticas. No podemos restar pasivos ni permitirnos el lujo de fallar. Debemos estar a la altura del reto que tenemos delante.