No acabar nunca el llorón

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La portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, a la llegada al debate de la ley de amnistía

Los giros narrativos efectuados en el último momento, que presentan revelaciones despampanantes, son un recurso barato a las ficciones. Consiguen que el lector, o el espectador –siempre que sea suficientemente incauto– tenga la sensación de haber asistido a un momento importante, pero en realidad estos trucos sólo indican que el narrador no se ha tomado en serio su relato, y todavía peor, que tampoco se ha tomado en serio a su lector o espectador. Que lo único que busca es un aplauso fácil, una respuesta pavloviana de aprobación y aplauso.

Todo esto es aplicable también a la política, especialmente en período preelectoral. Ahora, de hecho, el período preelectoral ya es siempre, y cuando falta sólo un año para que se celebren, como sucede con las catalanas, se considera que las elecciones son pasados ​​mañana. A tal efecto, ERC y Junts van cogiendo posiciones: por su parte, Pere Aragonès ya ha querido aclarar que repetirá como candidato (ya negar que lo haya hecho por cálculo electoral) y ha hecho una remodelación de gabinete básicamente encaminada a promocionar ahora vicepresidenta Laura Vilagrà ya sacar a Sergi Sabrià de las tinieblas para que reparta tortazos a la plena luz del día.

Juntos, después de haber dado el paso de entrar en negociaciones con el PSOE, siente la necesidad de desmarcarse de ERC, y de momento lo hace tanteando diferentes formas de antipolítica. Da igual abrir hoy el debate sobre inmigración de la peor manera (empezando por las expulsiones de reincidentes, en vez de la integración y la enseñanza del catalán a los migrantes) cómo especular con su voto en el Congreso en votaciones especialmente sonadas, como las de los decretos de medidas sociales de hace tres semanas, o la de la ley de amnistía de este martes. Ésta acabó en un “no” que técnicamente no es dramático (supone alargar quince días más la introducción de posibles enmiendas: el PSOE dice que el texto está cerrado, pero no sería la primera vez que cambia de parecer), pero que en la práctica representa otro golpe de efecto de éstos que agradan a la cúpula de Junts (con todas las ramificaciones que haya que considerar en esta cúpula). Se trata de hacer parlamentarismo espectáculo, con el propósito de llevarse expectación, cámaras, micros y protagonismo.

Y se trata también de no dar nunca por finito (valga la paráfrasis de un verso de Miquel Àngel Riera) el tiempo del victimismo, una tentación a la que parece haberse respaldado Junts ya la que ERC tampoco es del todo ajena. Tratar de apurar el tuétano del resentimiento posterior al proceso, a fin de que no se disperse en cuartos espacios y otras invenciones populistas que el independentismo desencantado sea capaz de congriar. Todo ello, naturalmente, sin terminar nunca tampoco la eterna bronca y el interminable intercambio de acusaciones mutuas entre los dos partidos grandes del independentismo catalán, sobre los que pesa la amenaza, reflejada en sondeos y encuestas de perder la mayoría absoluta en el Parlamento. La misma mayoría que de la que nunca se ha sacado provecho, porque se ha preferido siempre alargar el llanto.

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