¿Toca reducir la jornada laboral?

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Trabajadores reformando un edificio.

Este otoño vendrá acompañada de la reforma laboral, que quedó varada antes del verano. La medida de mayor alcance es la reducción en un 6,25% de la jornada laboral semanal (dejándola en 37,5 horas) manteniendo el mismo sueldo. El bloqueo de las patronales no es de extrañar, porque los costes laborales suelen ser los más importantes en cualquier empresa. Y para algunas pymes, una pequeña variación puede poner en juego la viabilidad económica. Pero conviene recordar que la última reducción fue en 1983, bajo el gobierno del entonces flamante presidente Felipe González, que consolidó las 40 horas actuales (en vez de 43). De esto hace cuatro décadas, antes de los móviles, de internet, y de tantas otras tecnologías que, en teoría, nos hacen más eficientes.

Últimamente, espoleados por la pandemia, se han realizado estudios en todo el mundo para saber qué pasa si se trabajan menos horas. En uno de los más recientes, en Inglaterra, se monitorizaron unos sesenta empresas, con sus correspondientes 2.900 trabajadores, mientras reducían el tiempo de trabajo un 20% durante seis meses. Cómo se llevaba a cabo esta reducción fue una decisión empresarial: cerrar un día adicional, jornadas más cortas, o días de fiesta rotatorios. ¿Los resultados? Trabajadores más satisfechos y con mayor salud. Todas las pruebas piloto que se han realizado en todo el mundo coinciden: trabajar menos horas mejora la calidad de vida de los trabajadores. De hecho, parece que para obtener los beneficios psicológicos asociados al trabajo un día laboral a la semana sería suficiente.

Sin embargo, el resultado más importante es que de las 61 empresas que participaron en la prueba piloto inglesa, 56 han continuado con la prueba y 18 de ellas ya lo han implantado como una política permanente. ¿El motivo? No seremos ingenuos, no es la salud del trabajador. Lo es la atracción y retención de talento humano. El experimento estabilizó la plantilla y redujo el absentismo laboral, y todo ello sin diferencias en los resultados empresariales. ¿Cómo pudo mantenerse la productividad en estas empresas? Pues aplicando la ley de Parkinson (que el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible) y medidas de sentido común: reuniones más cortas, con menos personas, sistemas más estructurados para saber lo que toca hacer, o la implantación de tiempo ininterrumpido de trabajo. Parece que cuando la productividad puede beneficiar tanto a empresas como a trabajadores, hay más incentivos para organizarse mejor e incorporar la tecnología.

Pero, claro, una cosa es que las empresas implanten medidas horarias libremente como una forma de diferenciarse o como un incentivo para su plantilla, y la otra, muy distinta, que se convierta en un derecho generalizado. Quizás por este motivo, la reducción de jornada que propone el gobierno es moderada, como lo es también la del gobierno inglés –que no implica reducir las horas de trabajo sino para concentrarlas en cuatro días, y sólo cuando sea posible–.

La dirección que plantea el gobierno es la correcta. ¿La velocidad? Para algunas empresas será demasiado y otras aprovecharán para acelerar y llevarse el mejor talento.

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