Escribo este artículo después de haber seguido con preocupación, en los últimos días, los resultados de las elecciones al Parlamento de la UE con una importante subida de votos de extrema derecha y con el crecimiento de una orientación no europeísta. También después de haber visto la victoria inicial de Le Pen en Francia, cuyos resultados favorecían los partidos de ambos extremos, sobre todo la ultraderecha. También con la evidencia en Reino Unido del fuerte castigo que han sufrido los conservadores, fruto de unas políticas liberales con insuficiente atención a las necesidades sociales y, en buena parte, por la decisión equivocada y peor gestión del Brexit. Y, por último, la segunda votación en Francia con una inesperada reacción que deja una gran incertidumbre tanto en Francia como en la UE. Todo esto, junto con lo que estamos viendo en Italia y también lo que ocurre en nuestro país desde hace ya bastante tiempo, me lleva a hacer algunas consideraciones para intentar entender un poco el qué y los porqués.
1. El significado de los votos actuales. Tengo la impresión de que en estos últimos tiempos crece la parte de los votos no deben leerse como un voto a favor de, sino como un voto en contra de –a veces en contra de alguien y otras en contra de todos–. Las sociedades actuales viven en una mezcla de desorientación y desconfianza respecto a los partidos y personas que gestionan, en buena parte de los países UE, los asuntos políticos.
2. Las dificultades de las sociedades actuales. Es bastante preocupante ver las dificultades con las que viven muchas de estas sociedades, sobre todo las mayores, más pobladas y más desarrolladas. No repetiré descripciones que ya he hecho anteriormente, y que son suficientemente conocidas, pero lo resumiré diciendo que cuesta prever el futuro porque estamos viviendo un período muy similar al que se vivió en Europa en las primeras décadas del siglo pasado y que obligaron, después dos desastres bélicos, a revisar y cambiar las políticas liberales, para añadir un importante complemento social a base de una fuerte actuación del sector público a favor del bienestar personal y colectivo. Desde hace ya unas décadas se volvió hacia el neoliberalismo, y actualmente nos acercamos a un ultraliberalismo de consecuencias muy peligrosas y que hace muy difícil saber hacia dónde vamos y cómo vamos. Esto genera una gran desorientación y una carencia de perspectivas. A esta dificultad se añaden los actuales problemas de sostenibilidad que comporta el gran crecimiento demográfico y las limitaciones planetarias. Todo esto lleva a la desorientación, a la falta de visión de futuro ya la desconfianza en la política.
3. El desequilibrio social. Déjeme utilizar esta palabra para describir lo que está pasando. Hemos dejado que el nuevo crecimiento haya creado importantes desequilibrios, que no hemos prevenido a tiempo ni solucionado, lo que ha generado desorientaciones, desconfianzas y confrontaciones. Pongo como ejemplo uno de los más importantes: la demografía europea y el papel que juega la inmigración.
Por razones sanitarias, se ha producido un aumento de la longevidad y, por razones sociales, una reducción de la natalidad. Esto ha modificado de forma notable la composición por edades de nuestra población, pero no se han tomado medidas suficientes sobre una serie de políticas relacionadas con la duración de la etapa del trabajo, con la adquisición de las necesarias competencias personales, con la financiación de los períodos de jubilación, y con el coste de los cuidados sanitarios y los gastos por la dependencia en esta etapa.
Carecen también de nuevas políticas relacionadas con la disponibilidad de vivienda, tanto para las nuevas generaciones como para los recién llegados, y sobre todo una buena regulación de la inmigración, teniendo en cuenta la clara necesidad de promoverla y la consiguiente necesidad de orientar -la. Debemos conseguir que los recién llegados nos ayuden a resolver problemas de oferta laboral, tanto en trabajos de poca productividad como en la aportación de talento y nuevos conocimientos tecnológicos. Asimismo, debemos poner en marcha medidas para conseguir un proceso de inclusión social de los llegados que ayude a resolver problemas de ocupación, de vivienda, de acceso a los servicios públicos, y de nueva formación.
El crecimiento que necesitamos requiere mano de obra inmigrada que aporte competencias clásicas y nuevas, de modo que los aumentos de competitividad no sean el efecto de bajos costes, sino de innovación. Si juntamos medidas para un mejor reparto, veremos que el crecimiento del PIB irá acompañado de un crecimiento del PIB/per cápita, y por una reducción del índice de Gini sobre la desigualdad. La llegada de inmigrantes tiene algunos inconvenientes, pero, además de ser una necesidad, es una gran oportunidad: haciéndolo bien, ayudaríamos mucho a los que llegan ya aquellos que los acogemos. El nuevo estado del bienestar del siglo XXI tiene ahora también estos aspectos y, por supuesto, debe tener una dimensión europea para evitar otros desequilibrios y nuevas confrontaciones. Revisamos y equilibramos.