La rueda de prensa de Carles Puigdemont tenía como objetivo hacer balance del año del pacto PSOE-Junts. El balance no llega al aprobado: amnistía sí, pero no; catalán en Europa sí, pero no; las competencias en inmigración, las están peinando; las mejoras en la financiación y ejecución presupuestaria, van por largo, y, de hecho, la nueva financiación dice el gobierno de Salvador Illa que está empezando a negociarlo con el de Pedro Sánchez. Y la respuesta de Puigdemont a esta lenta marcha de los asuntos de estado ha sido pedir a Pedro Sánchez que se someta a una cuestión de confianza. Si pretendía ser un ultimátum, se han visto más contundentes. Es la noticia de hoy que menos le habrá hecho perder el sueño a Sánchez esta noche, teniendo en cuenta sus incontables tribulaciones.
A Junts le pasa como aquél del chiste: "¿Qué piensa de hacerse viejo? Estoy a favor, teniendo en cuenta la alternativa". Pues en el caso que nos ocupa, la alternativa es un gobierno del PP y de Vox, que llegaría a través de una moción de censura que Junts no puede permitirse votar junto a la derecha y la ultraderecha españolas, valga la redundancia , por una cuestión que va más allá de los principios políticos y de los intereses electorales: en la minoría de Sánchez ha habido y todavía hay algo que rascar. La metáfora del poli bueno y el poli malo es perfecta para la ocasión. Aguantar a Sánchez tiene más desgaste que épica, pero la alternativa es un suicidio.
Esquerra se siente en su hábitat formando parte del grupo de partidos de izquierdas vascos, gallegos y españoles, pero el capital de Junts ahora mismo son los siete votos en el Congreso, que dan por mantener una negociación en Ginebra con un mediador internacional, protagonismo en la vida política española y para obtener victorias concretas, a la espera de algún acuerdo sustancial. Y quien día pasa, año empuja, pensará Pedro Sánchez.