Acabamos el año vivos. No es poco, visto el panorama. Pertenecemos a la cara favorecida del planeta: podemos votar a nuestros representantes o retirarles la confianza, tenemos sanidad universal garantizada, de momento, y dicen The Economist y Pedro Sánchez que España va bien. De hecho, sin ironía, la economía presenta unos datos fundamentales de crecimiento del PIB real, bolsa, inflación subyacente, paro y déficit positivos, aunque nuestro crecimiento se base en sueldos bajos y un excesivo peso del turismo en la economía. Los fundamentales sonríen mientras la vivienda es la primera preocupación de los jóvenes, que cobran sueldos que no les permiten avanzar en una vida propia. Como decía ayer en el ARA el profesor de IESE Xavier Vives, "analistas diversos nos dicen que el modelo no es sostenible, pero de hecho puede serlo perfectamente, simplemente que España quedará instalada en la mediocridad".
El 2024 ha sido un año intenso. El centro político en Europa está basculando hacia la derecha, sigue la guerra en el corazón de Europa, el continente envejece y es débil en las industrias del futuro, pero disfruta de una encantadora decadencia. Por el momento, el mal humor ha castigado a todos los gobiernos salientes que se han enfrentado a elecciones y la polarización va avanzando aunque lejos del estándar de EEUU.
Hoy, más preocupante que la Comisión es el Consejo Europeo, con países que han caído ya en manos de la extrema derecha y otros que flirtean en serio, cuyos gobiernos acabarán cayendo si no cambia mucho el aire de los tiempo.
Amigos y enemigos
En 2024 ha ampliado la sensación de que el multilateralismo que surgió de la Segunda Guerra Mundial ya no es útil porque no es reconocido por los actores en conflicto, como Israel, y porque los equilibrios de las organizaciones internacionales como la ONU ya no representan la realidad de un mundo en cambio en lo que se refiere al papel económico de los nuevos líderes y sus alianzas internacionales.
La gran incógnita es qué hará Donald Trump con el mundo. Si el presidente estadounidense será previsible en su imprevisibilidad y qué papel jugarán sus desconcertantes aliados. ¿Iniciará una guerra comercial y tecnológica con China? De entrada, haga lo que haga él, la nueva Comisión Europea anticipa una posición de Bruselas más dura con China y más lejana de EE.UU. Trump es un desafío global porque no cree en el multilateralismo. Si en el primer mandato ya decidió retirar a EEUU de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Acuerdo climático de París, ahora anuncia una guerra comercial en todos los lados. Su espiral proteccionista dependerá de si cumple la amenaza de elevar los aranceles de los productos chinos al 60%; al 25% los canadienses y mexicanos si no actúan drásticamente contra la llegada del fentanilo y de los migrantes, y de entre el 10% y el 20% en el resto de aliados.
Sin embargo, en EEUU ha habido una buena noticia, y es que se ha evitado el negacionismo electoral. Trump ha ganado las elecciones gracias a la desconexión demócrata con los electores, gracias al voto masivo de los afroamericanos y de los hispanos por Trump por despecho contra las élites tradicionales, y gracias a la capitalización de la ira y la misoginia. Gracias al miedo al futuro económico, al tecnológico ya que el último avance al penúltimo. Los demócratas han sido castigados por la inflación y pese a los resultados económicos, que dejan unos EE.UU. que desde el 2020 han crecido tres veces más que el resto del G-7 gracias a la política de crecimiento establecida durante la pandemia, pero también gracias al dinamismo del sector privado. EEUU tiene hoy un gran mercado que atrae talento y capital y crea puestos de trabajo a toda máquina.
Entre todas las preguntas hay una que genera especial desconcierto: ¿qué papel tendrán los nuevos líderes mundiales? En el Anuario de 2025 del Cidob, coordinado por la experta en relaciones internacionales Carme Colomina, se hace mención de uno de los fenómenos del año. Lo que llama mito del triunfador narcisista que ha salido reforzado en las urnas. La victoria del ego por encima del carisma. Julian Ringhof lo llama "egopolítica" centrándose en los gigantes tecnológicos que, como Elon Musk, desempeñan hoy un papel central en la guerra de Rusia contra Ucrania y en la geopolítica de EEUU.
En 2024 ha dejado cantidades ingentes de sufrimiento en Ucrania, Gaza o Sudán. Nuevas alianzas y viejos enemigos con energías renovadas. China que no deja de ejercer una peligrosa atracción a nuestros líderes políticos, que en el más escondido de sus sueños aspiran a tener la mitad de capacidad de imponer planes a largo plazo acompañados del silencio ciudadano.
En 2025 inspira más preguntas que certezas y llega con un mundo en guerra en Oriente Próximo, con Siria e Irán en la ecuación, con Gaza en el desastre más absoluto con los niños muriendo de frío en el siglo XXI, con una tecnología que nos atrae y nos asusta y preguntándonos hasta dónde llegará el desarrollo de la inteligencia artificial. Hemos superado un año incierto y llega otro. Por suerte.