La tristeza americana

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Joe Biden y Donald Trump en el primer debate presidencial

Las democracias no están como para echar cohetes a ninguna parte del mundo, pero el gol en propia puerta que se marcaron Estados Unidos con el debate Biden-Trump es de antología. Los americanos no podían encontrar mejor metáfora de la senilidad de los actores del sistema que la actuación de Biden. Y que un enfermo de ego, ignorante y machista como Trump, “que mantenía relaciones sexuales con una actriz porno mientras su mujer estaba embarazada” (eso le espetó Biden) vaya por delante de las encuestas presidenciales es el mejor exponente de éxito que puede obtenerse hoy en día con la mentira, el odio y el miedo en las redes. Sobre todo si en frente hay política de estado a favor del lobi armamentístico, farmacéutico y energético, embellecida con políticas sociales y medioambientales de mínimos y apelaciones al voto del “si tú no vas, él volverá”.

Este conglomerado de intereses económicos y políticos decidió no decir a Biden que iba desnudo y, ahora, en cambio, todo son aspavientos porque no puede que vuelva a la Casa Blanca esta mezcla de Hugh Hefner y de hijo disfuncional de Logan Roy, el presidente que envió a la gente a asaltar el Capitolio para que impidieran la proclamación del legítimo resultado electoral.

Después de este debate, las perspectivas no son nada alentadoras ni en Estados Unidos ni en Europa. Para los americanos, porque Trump no se presenta para solucionar los problemas de nadie que no sea él. Y para los europeos, porque con el colapso de Biden no queda rastro del empuje americano ni de esa narrativa aspiracional que, en público o en privado, siempre hacía algo de envidia e incluso parecía una reserva de esperanza.

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