Llevo años siguiendo el bronceado de salchichones en un bar. Bajo unas brasas diablos. El camarero con termómetro en los ojos la pone en el plato. El comensal ataca a la serpiente de carne: “Ecsss... No sabe a salchicha”. Lo abandonan como perro salchicha comprado por borrachera navideña. El camarero repite: “Más natural que este salchichón no lo encontrarán”. De granja de cerdo de la orilla. Hecha en el obrador de más cerca, sin embargo, “la gente ya sólo tiene el gusto de la de compra y si le ponen un salchichón de verdad ya no sabe ni lo que es”. La natural es la del súper, o la tienda cuqui-eco-ko. Pon: “Longaniza 1000% natural. De cerdo finito con pedagogía pacífica. O de cerdo que no acaba de ser cerdo. O no hemos matado al cerdo y hemos matado a un brécol”, pero da igual, ¿verdad?
Aquí el cuchillo de matanza: naturaleza y artificio. Descuartiza a la bestia Ferran Sáez en su último libro: El fin del progresismo ilustrado. Siglo I de la confusión. Tantas cosas: género, raza, vejez, bombillas inclusivas, pesebres no pesebres, pistachos asilvestrados... Sáez, utensilio en mano, se plantea que si antes el progresismo ilustrado (izquierda) levantaba la idea de igualdad como en todo ahora iza la de diferencia como total. Yo diría que es el paso al progresismo lustrado. De ahí llora, con concierto de bruces, la criatura. Lean maestro sanador Sáez. Ferums de una sociedad decadente esperando en el matadero. Ya entro con catana: aquí somos la vanguardia de la carnicería. Pasen y compren.
“Siempre recordaré una de las visiones de la Barcelona de comienzos de la guerra: a capitanía general, que después de rendido el general Goded a la Guardia Civil fue ocupada por los «milicianos» de los partidos, habían izado todo de banderas; las había negras, rojas y negras, verdes y rojas, todas rojas con hoz y martillo y rojas sin, republicanas unitarias, republicanas federales; entre tantísimas banderas de partidos, como una más, una tantas, estaba la catalana. ¿Cómo caer un pueblo en semejante aberración?” Escribe el escritor Joan Sales en 1937. Compramos, nos desangramos.
Catalunya debe ser la mayor empresa del planeta que ofrece gratuitamente ya toda cartera salvar cualquier causa-cosa menos salvarse a sí misma. Nosotros no se salva. Hay que salvar la foca bòrnia, coja del cuadrante noreste de Nuuk, pero nada de Catalunya. Y todo. Nos hemos vendido a las sectas que dicen que todo el mundo necesita tal cosa y sólo la necesitan para ellos. Dicen que quieren salvar al mundo y sólo se quieren salvar a sí mismos. Ya lo vio Sales-Orwell en 1936: la dictadura de los microcolores de sangre matando en nombre de todos. Se confunde el humo con el asado. Y el humo de hoguera quemando brujas con el humo de brasa de salchichón. El bosque y los árboles.
El bosque se encuentra en Endor. Allí viven los ewoks. Una especie de ositos tamaño XXSS. Primitivos, peludos, vivarachas, pero no les toques los pimientos que te pueden pelar. Esto es Star Wars: pelis. Quizá todo este progresismo lustrado, monarcas de lo políticamente correcto, del artificio vendido como natural, de disfraz real-real de pensamiento woke (supuestamente justo para todos pero sólo justo para unos), pretendía pasar de woke a ewok: instaurar la dictadura de la ficción en el planeta piruleta.