15-M, diez años de la indignación que quería poner en jaque al sistema
Fue un laboratorio de alternativas sin cambios materiales, pero fortaleció los movimientos sociales
Barcelona / Madrid“Cuando estalla todo, ves que podía ir más allá, parecía que estuvieras haciendo la revolución”. La sensación para muchos era precisamente esta, la que describe con pocas palabras Miquel Àngel Sànchez, que junto a centenares de personas decidió acampar en la plaza Catalunya de Barcelona hace diez años, harto de sufrir los recortes asociados a una crisis económica que el 15-M quiso traducir en democrática. Probablemente pocos se imaginaban que la manifestación de aquel domingo 15 de mayo de 2011, enmarcada en una oleada de malestar gestada en las redes, desencadenaría en un movimiento social que sacudiría el sistema político y social catalán y español. Porque el espíritu del 15-M era esto, organizar la indignación. Diez años después, sin embargo, las conquistas materiales derivadas son exiguas y el éxito más palpable es un cambio cultural para miles de personas.
La convocatoria corrió como la pólvora a través de una plataforma emergente: Facebook. La proclama, convertida en plataforma, era “Democracia real ya” y el lema “No somos mercancías en manos de banqueros”. Muchísima gente vio una oportunidad para canalizar su malestar y que hubiera cambios. “Es la primera manifestación a la que fui por voluntad propia”, explica Fernando Santacruz, de Sant Adrià de Besòs, uno de los acampados en la plaza Catalunya. Ahora bien, no habría sido posible sin la experiencia previa de un tejido social consolidado, puntualiza la socióloga Carmen Haro, que se implicó en la protesta de la Puerta del Sol de Madrid. V de Vivienda, los opositores a la ley Sinde o el No a la guerra son luchas precedentes que confluyen en el 15-M.
El malestar crecía por la gestión de la crisis económica, que había traído los recortes más grandes de servicios públicos, y a la que también se habían ido sumando casos de corrupción. “La voluntad era solucionar problemas, pero no alrededor de una ideología”, dice Simona Levi, activista y fundadora de Xnet. “Tiene mucho carácter disruptivo e imprevisto”, relata el exdiputado de la CUP David Fernàndez. La protesta irrumpió en plena campaña electoral por las elecciones municipales del 22 de mayo, pero no acabó de cambiar los resultados. Al contrario, el PP arrasó en el Estado -también en las generales de finales de año- y CiU en Catalunya. Su impacto se empezaría a notar con el paso del tiempo.
La dinámica asamblearia
Plaza Catalunya, como muchas plazas de todo el Estado -y después con réplicas en otras partes del mundo-, se llenó de tiendas de campaña, sacos de dormir y hornillos. Una pequeña ciudad para intentar poner las bases para revertir el sistema; de abajo a arriba, empezando por las formas de tomar las decisiones. Las comisiones y, sobre todo, las asambleas multitudinarias se convirtieron en una de las imágenes del movimiento, con las manos levantadas como signo de aprobación. “Era muy difícil, una de las cosas más impresionantes que he hecho nunca”, recuerda Sandra Ezquerra, socióloga y miembro de la comisión que se encargaba de dinamizar y organizar las asambleas. “Eran maratonianas, pero creo que sirven, porque crean hábito asambleario como manera de actuar”, defiende Anna Martínez, sanitaria del Hospital Clínic implicada en colectivos sanitarios que también participó en la acampada de plaza Catalunya. Es cierto que no había líderes, coinciden todas las voces consultadas. Carmen Haro recuerda que el martes 17 de mayo, el día siguiente de que la policía desalojara a los primeros acampados y se consiguiera reocupar la Puerta del Sol, puso ella voz al manifiesto por la simple casualidad que lo tenía transcrito a mano en una libreta.
Las jornadas de protesta abrieron múltiples debates -con charlas de personalidades como Arcadi Oliveres o el actual ministro Manuel Castells incluidas-, entre los cuales la autodeterminación jugó un papel secundario, según apunta Ezquerra, a pesar de que David Fernàndez recuerda que se aprobó con más del 80% de los apoyos.
El “desbordamiento democrático” en que se convirtió la protesta, dice el exdiputado, queda demostrado con el hecho que nunca se abrió ningún expediente por desobediencia a los manifestantes acampados en Barcelona. Sí que hubo, sin embargo, condenas de prisión para ocho jóvenes que participaron en la protesta que rodeó el Parlament el 15 de junio y que dejó imágenes como Artur Mas y Núria de Gispert llegando en helicóptero para participar en el debate de los presupuestos.
Los representantes políticos, objeto de la crítica del movimiento, lo vivieron con incomodidad. El entonces conseller de Interior, Felip Puig, ordenó desalojar la plaza el 27 de mayo, con cargas de los Mossos que dejaron más de cien heridos y condenas judiciales contra el jefe del operativo, Jordi Arasa. Los indignados consiguieron mantener la acampada y reforzarla hasta el 30 de junio, cuando los Mossos y la Guardia Urbana desalojaron el centenar de personas que todavía dormían ahí. La mayoría ya se habían ido antes, con el objetivo de descentralizar la red hacia los barrios y municipios.
“Las personas que llevábamos tiempo en diferentes luchas nos fuimos conociendo. Sirvió para tener todavía más personas organizadas”, explica Aurea Martín, implicada todavía en colectivos como Tanquem els CIE. “Para hacer red”, añade Anna Martínez. Ahora bien, no todo el mundo continuó haciendo activismo después del 15-M. Miquel Àngel Sànchez, vecino de Sant Joan Despí, se implicó en la asamblea de su municipio después del 15-M. Admite, sin embargo, “decepción” al cabo de un tiempo, cuando la dejó. Fernando Santacruz, además de la PAH, también entró en los comuns durante un tiempo, pero acabó marchándose. De todas maneras, los dos coinciden en remarcar “el aprendizaje” del 15-M. “Favoreció que gente pensara en cosas que ni se tenían en cuenta. Gran parte de cómo veo el mundo me viene de aquel momento”, dice Sànchez. “Fue un despertar. Ampliamos la mirada y salimos de la zona de confort”, apunta Javi Gómez, que participó en la acampada de Sant Joan Despí. De hecho, fue el 15-M, dice, lo que lo hizo decantarse para trabajar en educación. La ex concejala del Ayuntamiento de Barcelona y activista Gala Pin ve el 15-M como un “revulsivo” para movimientos clásicos como el vecinal y también para plantar la semilla para otros como el de la vivienda, el feminismo o el antirracismo. La prueba más clara es la PAH, con Ada Colau al frente, que salió reforzada.
El salto institucional
El movimiento no solo se quedó en las plazas. El crecimiento de la CUP en los municipios y su irrupción en el Parlament es una de las consecuencias, sin embargo, sobre todo se vio con el nacimiento de Podemos en 2014. “Podemos no representa al 15-M, simplemente es una expresión política del malestar”, dice la diputada lila en el Congreso Lucía Muñoz, que participó en la acampada de Palma. El surgimiento del partido, que se hizo suyas muchas de las demandas que se habían oído en Sol o en Catalunya, se lee como el salto a las instituciones de la indignación que resonó en las plazas. Pero no todo el mundo lo ve así. “Podemos roba un capital simbólico al que incluso se oponía”, dice Levi, que cree que el Partido X fue el verdadero heredero.
“Sin el 15-M no se entiende la fase que se abrió en 2014 y 2015”, defiende Ezquerra. Con todo, especifica que el movimiento era “mucho más de aquello en que se ha convertido Podemos”. “El 15-M era más ingobernable, radical y rupturista. Podemos es una evolución del 15-M en clave posibilista”, afirma.
La crisis democrática se perpetúa
El “no nos representan” fue una de las proclamas que sonó con más fuerza hace diez años. Y el llamamiento se podría volver a oír ahora. “La crisis de representatividad no está solucionada”, asegura el politólogo Pablo Simón. “Es un problema clásico”, aclara la socióloga Marina Subirats, que recuerda que dar el paso de la calle a las instituciones supone entrar “en la lógica de partidos” y, por lo tanto, adaptarte al sistema que impugnabas. Y esto puede llevar a perpetuar la desafección política. “Una de las consecuencias negativas de entrar en las instituciones es que se vaciaron las calles”, lamenta Anna Martínez. “Hay ciertas problemáticas sociales y ciudadanas que no han encontrado canal de resolución en las instituciones”, admite el presidente de Unidas Podemos en el Congreso, Jaume Asens. Lo corrobora Gala Pin, que pone como ejemplo a las personas migradas, en muchos casos sin derecho a voto.
En un contexto de crisis sanitaria y económica, y sin la crisis democrática resuelta, ¿es posible otro 15-M? “Ojalá”, coinciden muchos de los testimonios. “Seguro que habrá, pero es imprevisible saber cuándo y qué características tomará”, defiende Subirats. “El 15-M convirtió el miedo en indignación”, recuerda Asens, que avisa del peligro de que la extrema derecha capitalice el malestar. “Es un estallido social en un momento de crisis en que el malestar acaba enmarcándose en parámetros de izquierdas, y ahora el malestar social, la crisis, la está ganando la extrema derecha”, advierte en el mismo sentido Gala Pin.
El 1-O, las movilizaciones postsentencia del Procés o las protestas por Pablo Hasél han sido estallidos sociales en clave de impugnación del sistema. “El 15-M y también la PAH colocan en el centro la necesidad de desobedecer. Y esto facilita que después haya un 1-O”, dice Asens. Pero no disfrutan de la transversalidad que Carmen Haro ve en el ecologismo o el feminismo, dos movimientos en los que deposita la confianza para volver a activar la calle. Es la esperanza de los activistas que beben del 15-M porque, a pesar de que el ciclo seguramente se haya cerrado, la mayoría de carencias del sistema que denunciaban hace diez años continúan estando más vigentes que nunca.