Diplomacia

¿Tiene solución el Sáhara?

En 1988 las Naciones Unidas iniciaron unas gestiones para resolver la situación en el Sáhara Occidental que hasta ahora no han dado resultado

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Saharauis ensartados encima una furgoneta

En 1988, hace 34 años, Naciones Unidas inició unas gestiones, las cuales, en 1991, permitieron un alto el fuego y el despliegue de una misión de las Naciones Unidas (MINURSO) en el Sáhara Occidental, cuya R se refiere precisamente al referéndum prometido y que nunca se ha materializado. Desde 1991, además, Marruecos ha incentivado la colonización del Sáhara para marroquinizarlo, una vieja práctica en el mundo para cambiar la composición étnica o identitaria de territorios ocupados, por lo cual, con el transcurso de los años (ahora se cumplen 47), el tiempo corre a favor de Marruecos, tanto por cuestiones demográficas como políticas.

Los saharauis tienen el derecho a la libre autodeterminación, según la doctrina de las Naciones Unidas, pero las circunstancias que explicaré lo han hecho imposible hasta ahora. Esta es la historia de un engaño y una traición, producto del peso mayor de la geopolítica sobre el derecho internacional. La gestión diplomática de las Naciones Unidas para obtener un acuerdo satisfactorio entre las dos partes no ha conseguido los frutos esperados en ninguna de las etapas que ha vivido el proceso hasta el presente, a pesar de haber tenido seis enviados personales del secretario general de la ONU. El motivo siempre ha sido el mismo. Marruecos solo está dispuesto a ofrecer autonomía para el Sáhara Occidental y no acepta un referéndum de autodeterminación que posibilite la independencia del territorio, mientras que los saharauis, representados por el Frente Polisario, no admiten más opción que el referéndum de autodeterminación, amparándose además en el derecho que les reconoce Naciones Unidas, aunque, como se verá, a partir del 2001 fue desapareciendo la opción del referéndum, que nunca se celebrará, por la simple razón de que varios miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con derecho a veto, así lo han querido.

A partir de entonces, desde el Consejo de Seguridad se optó por conseguir una “solución política justa, duradera y mutuamente aceptable”, y, a partir del 2018, se incorporaron los términos “realista” y “basada en la avenencia”, aunque sin dejar de mencionar el derecho a la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental. La solución solo podría venir de un acuerdo entre las dos partes, sumamente difícil de conseguir si ninguno cambiaba su posición. Con todo, lo que explicaré son algunas iniciativas que surgieron en años pasados, y que, si hubieran tenido éxito, harían que hoy nos encontráramos en una situación completamente diferente y mucho más favorable para los saharauis. Una cosa es lo que se dice y exige en una mesa de negociación, y otra lo que realmente se está dispuesto a aceptar, en un proceso gradualista, por etapas.

Encuentro con embajadores

El diciembre del 2000, consciente de que los Acuerdos de Houston no se cumplirían y del sutil cambio de lenguaje del Consejo de Seguridad, decidí coger el avión hasta Argel y trasladarme a los campamentos de Tinduf. El objetivo era entrevistarme con el primer ministro de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y especialmente con el ministro de Exteriores saharaui, Mohammad Salem Ould Salek, que ocupó este cargo entre el 1988 y el 1995 y desde el 1998 hasta el momento de escribir estas páginas, para comentarles que, en mi opinión, a partir de aquel momento las cosas cambiarían desde las Naciones Unidas y que convendría pensar en alternativas que fueran de su interés. Fue un encuentro largo y muy cordial, pero en aquel momento el Frente Polisario tenía una fe ciega en las gestiones de la ONU. Un año después, en enero del 2001, organicé una comida en Madrid con varias embajadas, en la que la representante de Francia no se mordió la lengua y manifestó que a su país le interesaba por encima de todo mantener unas privilegiadas relaciones con Marruecos y que, si el precio era que desaparecieran los saharauis como pueblo, no importaba, pues era una “causa pequeña”. Esta es la pura realidad, por injusta que sea. Volví a reunirme con el negociador del Polisario y enlace con la MINURSO, que manifestó el cansancio de James Baker, el mediador de la ONU, y que el referéndum no era más que “el envoltorio”, puesto que lo más importante sería el contenido. De allá surgió la idea de organizar un encuentro internacional para ampliar las perspectivas y el marco del conflicto, incluyendo el regional.

El líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, con el enviado especial de las Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, Staffan de Mistura.

Después de superar muchos obstáculos, finalmente el seminario se pudo hacer porque el presidente de la RASD era partidario de que el Polisario participara. También sugirió que en el seminario se incluyera el análisis del fracaso del plan de paz de la ONU. A su vez, el alto representante para la Política Exterior de la UE, Javier Solana, accedió a reunirse de manera discreta con miembros del Gobierno de la RASD, que me habían pedido que le trasladara este deseo. Pudimos celebrar, pues, un seminario confidencial, a puerta cerrada en un hotel de Barcelona, el 26 y 27 de septiembre de 2001. El objetivo del encuentro no era que se encontraran solo las dos delegaciones, que por cierto compartieron mesa para comer, sino que las dos partes escucharan a terceras personas que les ofrecerían ideas nuevas para su consideración. Participaron el Departamento de Asuntos Políticos de la ONU, la Unión Africana, cinco miembros de la Unión Europea (de la Comisión y del alto representante de Política Exterior), miembros del Parlamento Europeo, varias diplomacias y ocho académicos expertos sobre el Magreb y los autogobiernos. Entre las conclusiones, se vio que se trataba de construir sobre lo que ya se había logrado, buscar garantías, conocer las necesidades básicas más allá de las posiciones, potenciar las conversaciones directas, ver los mínimos, rechazar las imposiciones, rechazar las propuestas finalistas sin conocer los pasos a seguir, darse plazos razonables, desdemonizar a los actores, aclarar que no era lo mismo el principio de autodeterminación que el derecho a la autodeterminación, no olvidar el contexto, entender que tener un derecho no obliga necesariamente a ejecutarlo bajo determinadas circunstancias, diferenciar soberanía de secesión, obtener siempre un reconocimiento institucional e internacional, prestar atención a las propuestas transitorias, definir quién tiene el poder residual, y delimitar claramente los poderes de cada parte y la capacidad para tomar decisiones.

Dividir el Sáhara

A principios del 2002, el enviado personal del secretario general de la ONU, James Baker, planteó por primera vez la posibilidad de partir el Sáhara cómo una de cuatro opciones. En una reunión que tuve entonces con el negociador del Polisario, este me comentó que les interesaba estudiar de verdad esta posibilidad, pero que no podían ponerla sobre la mesa de negociación, puesto que significaría rebajar su apuesta y renunciar a su derecho a hacer un referéndum de autodeterminación. Así que me pidió un favor: yo estaría dispuesto a plantear esta opción en público, como si fuera cosa mía, para ver las reacciones que suscitaría. Tan pronto como acepté, en abril publiqué un artículo con una propuesta de partición en un diario de difusión internacional, que tuvo eco en Le Monde y gustó al gobierno argelino. Aunque finalmente este tema no se puso a consideración (todavía no existía la mesa de negociación), sí que fue analizado por parte de los saharauis, y lo explico ahora para mostrar que siempre pueden surgir nuevos e inesperados espacios de negociación. Otra cosa es que se aprovechen y sean de interés para todas las partes.

A principios de 2003, Baker presentó una nueva propuesta, conocida como Plan Baker II, más equilibrada, que fue aceptada por el Frente Polisario como punto de partida para una negociación, pero rechazada esta vez por el Marruecos. En junio del 2003, visto el fracaso del Plan Baker II, hice una propuesta con cinco fases (negociación directa para llegar a un acuerdo sobre el proceso a seguir, acuerdo para una convivencia mediante un autogobierno inicial, regreso de refugiados y preparación de las elecciones, elecciones a la Asamblea Legislativa y referéndum final), y de una duración de cuatro años. En síntesis, pretendía transformar “el acuerdo marco” en un “marco para un acuerdo”. No expongo los detalles porque al final no tuvo eco. Pero dejo constancia de que, de nuevo, el negociador del Polisario la acogió favorablemente y manifestó que estarían dispuestos a discutirla directamente con Marruecos. Finalmente, no se hizo, o no me consta que se discutiera.

Un campamento de saharauis.

En 2007, Marruecos presentó al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, su propuesta de autonomía regional para el Sáhara Occidental, por la cual este territorio dispondría de autonomía en los ámbitos administrativo, económico, fiscal, de infraestructuras, cultural y medioambiental. Ambas partes mostraron su disposición a encontrarse, hecho que permitió celebrar durante el mes de junio una primera reunión. Desde entonces –mediados del 2007– hasta marzo del 2019 (la última), se reunieron 16 veces, sin resultados después de doce años de negociaciones formales. Ahora ya hace tres años que no se reúnen. La propuesta marroquí del 2007 siempre ha sido objeto de inquietud y de debate entre los analistas del conflicto del Sáhara. A pesar del profundo recelo del Polisario hacia cualquier propuesta engañosa del Gobierno marroquí, en aquel momento existía la posibilidad de cambiar un presunto fraude mediante un enorme apoyo internacional, en particular mediante la presencia de Naciones Unidas como garante, para blindar y hacer cumplir rigurosamente lo prometido. La estrategia saharaui del “todo o nada”, que es la misma que sigue Marruecos, impidió tantear esta estrategia, a pesar de que entonces había una disposición de las Naciones Unidas y de la alta diplomacia internacional para buscar una salida provisional.

En mayo del 2014 y el febrero del 2015 propuse al secretario general de la ONU, sin éxito, que de manera discreta invitase a la sede de Nueva York al rey del Marruecos y al líder del Polisario, Mohamed Abdelaziz, para que se vieran las caras por primera vez. De todas maneras, el 22 de enero del 2015, el rey Mohammed VI y el secretario general de la ONU hablaron por teléfono y llegaron a un acuerdo sobre el camino a seguir. Las cosas ya habían cambiado tanto que no solo no se celebraría nunca un referéndum al que tenían derecho, sino que solo valdría la opción de una autonomía, aunque, a mi parecer, ya sin las garantías que habíamos planeado con las Naciones Unidas en 2007. En 2017, la Unión Africana tomó la decisión de readmitir Marruecos, después de haberlo mantenido al margen de la organización regional durante más de tres décadas. Marruecos iba ganando terreno en el aspecto diplomático, sea con África, China y otros países, además de los aliados tradicionales, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos. En 2020, Estados Unidos reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara, y varios países de Oriente Medio y África subsahariana abrieron consulados y comprometieron inversiones en el territorio saharaui. Finalmente, después de décadas de ocupación y de colonización marroquí, la estructura demográfica del Sáhara ha cambiado mucho. Hay muchas personas de familias marroquíes que ya han nacido allí y tienen derecho a votar. De las 74.000 personas del censo de votantes del 1974, en el anuario estadístico de Marruecos figura que, en 2019, vivían 619.000 personas, de las cuales 421.000 tendrían derecho en voto. Si un día hubiera un referéndum, ¿qué pasaría?

Una alternativa para el Estado

Al final, guste o no, el Consejo de Seguridad ya hace muchos años que tomó la decisión de no celebrar un referéndum. En la colisión entre el derecho y la geopolítica, ha ganado esta última. Incluso las vías gradualistas que he explicado seguramente tendrían menos garantías con cada año que pasa. En cualquier caso, y es importante no olvidarlo, el Sáhara Occidental continúa estando en la agenda del Consejo de Seguridad, figura en la lista de territorios por descolonizar, y está amparada por la doctrina de las Naciones Unidas sobre la libre autodeterminación. Por lo tanto, si el Gobierno español piensa ahora que la autonomía del 2007 es la vía más realista, todavía tiene la opción de plantearlo como una etapa intermedia, que no descarte opciones de futuro. Pero, para eso, se tendría que mojar, convencer a los saharauis, pensar cómo hacer todo este proceso gradualista y buscar aliados. Me temo que son demasiadas cosas, por desgracia.

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