Salud mental

El Govern plantea una red de enfermos formados como orientadores para fortalecer la salud mental

El apoyo entre iguales ya funciona en entidades privadas pero busca reconocimiento para ayudar a personas desde la experiencia

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Albert Piquer, con chaqueta gris, en una terapia del Grupo  de Ayuda Mutua en Primera Persona (GAM) de la asociación Emília

BarcelonaSi en un diagnóstico el miedo al qué pasará se apodera del enfermo, en el caso de la enfermedad mental a esta angustia se suma tener que afrontar la etiqueta estigmatizante que todavía rodea la depresión, la esquizofrenia, el trastorno de la personalidad o la ansiedad. El primer brote o la primera recaída son la puerta a la dimensión desconocida. Lo sabe bien Ainhoa García, que define como una "bomba" el ingreso en un centro hace once años. "Mientras estás en el hospital no sabes qué tienes y cuando te dan el alta no sabes qué vendrá: es muy duro", explica. 

El mismo año Albert Piquer debutó –es como se conoce el hecho de tener primer brote– y se quedó descolocado, flagelándose por "el autoestigma", él que se creía ajeno a una sacudida como esa porque tenía un buen trabajo y estabilidad familiar. Estuvo "parado" cinco años, sin fuerzas para buscar quién le pudiera dar una respuesta, un tiempo que "seguramente" –admite– retardó su recuperación. Parte del éxito para salir adelante fue entrar en un programa para formarse como "facilitador" –también lo es García– para poder ayudar a otras personas que empezaban todo el proceso y hacer que no sintieran la soledad que él sintió. Un apoyo de tú a tú, a través del cual el enfermo que se estrena comparte dudas, preguntas y temores con otra persona que previamente ha pasado por lo mismo y, sobre todo, ha salido adelante.

Este modelo de igual a igual –peer to peer– es una de las prioridades que se ha marcado el Govern en el Pacto Nacional de Salud Mental, y sigue el modelo de Francia, que hace una década que se lo planteó y ahora ya tiene unos sesenta de estos profesionales dentro del sistema sanitario público, explica Magda Casamitjana, directora del Pacto.

Ya hace años que la figura del facilitador, del peer, la usan entidades del sector privadas en programas de recuperación, pero el objetivo es "profesionalizarlos, que tengan derecho a una nómina" y se integren dentro de los equipos sanitarios con psicólogos, psiquiatras, enfermeras o trabajadoras sociales, expone la responsable. "El peer es un plus porque en un momento de desconcierto puede tranquilizar al paciente", continúa.

Siguiendo los pasos que dio Francia, Casamitjana avanza que tienen que hablar con los sindicatos para aclarar que serán unos profesionales que "no quitarán el trabajo" a ningún otro profesional sino que sumarán. El modelo francés fija una titulación mínima de bachillerato para los peer y un máster de tres años para prepararlos para acompañar y saber comunicar en las crisis. Así, puede ser una salida profesional para un colectivo con una elevada tasa de paro.

Como García y Piquer, Francesc Gómez-Morales es un facilitador de la primera promoción de los cursos organizados por la asociación Emília y la Universitat de Barcelona. Son seis meses de teoría y seis más de prácticas, pero hoy por hoy están fuera de la red pública y se quejan de que todavía están poco valorados. Psicólogo de profesión, Gómez-Morales también admite que venció el "autoestigma" antes de ser capaz de coger las riendas de su vida, y sostiene que entre iguales "se puede acompañar en la mala experiencia" de un ingreso en una unidad de críticos o en una recaída. "Hay que escuchar a los enfermos, que hablan con muchos profesionales que los orientan con la medicación, pero desde la mutualidad nosotros hablamos con ellos sin jerarquías, y como ven que hemos salido adelante, esto les genera esperanzas e ilusiones de que ellos también podrán hacerlo", relata. El beneficio de esta ayuda es mutuo, apunta Ainhoa García, que asegura que el programa tiene la capacidad de "empoderar" a las dos partes. Para salir adelante y para ser útil. 

Un complemento al tratamiento

Un hecho importante es que los facilitadores en ningún caso sustituyen un tratamiento psiquiátrico ni pueden prescribir medicación. Esta parte queda en todo momento en manos de los profesionales. "Nuestra misión es compartir experiencias, dar un poco de optimismo", añade Piquer, para quien los hospitales no transmiten esperanza. "No tenemos la pastilla de la felicidad, pero sí podemos transmitir que el sufrimiento se incorpora a la vida o que la tormenta dura y después se desvanece", resume. En este punto, García señala que como facilitadora tiene una "escucha activa", incluso para "escuchar el cuerpo del otro", y que se pone en el lugar de su interlocutor. No todo es hablar, sino que a veces el acompañamiento consiste en pasear, tomar un café, ir a comprar o sentarse junto al enfermo.

En la construcción del facilitador en salud mental en Catalunya, el doctor Francisco José Eiroá, investigador Ramón y Cajal en el departamento de psicología clínica de la Universitat de Barcelona, es un referente clave y ahora es uno de los asesores del proyecto. Eiroá incluye esta figura dentro del sistema de recuperación, "centrado en las personas y su proyecto de vida", desplazando así el predominante, que trata desde la sintomatología. "A nosotros no nos definen los síntomas", subraya el psicólogo Gómez-Morales. 

Para Eiroá, el facilitador tendría que estar presente "a todos los niveles", desde las consultas externas hasta las unidades de agudos, donde las visitas están restringidas, porque precisamente en las crisis más graves el "beneficio" para el enfermo es tener a su lado a alguien que le sirva de espejo en positivo.

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