"Los niños son así; las niñas, asá". ¿Seguro?

Todavía perviven tópicos caducos sobre cómo 'son' niños y niñas

La construcción de la identidad de género durante la infancia y la adolescencia no responde a cuestiones puramente biológicas y/u hormonales
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Ellos, movidos, forzudos, valientes, simples; ellas, sentimentales, presumidas, delicadas, retorcidas. Los estereotipos rancios asociados a la masculinidad y a la feminidad continúan haciendo estragos desde la primera infancia: el binarismo asigna calidades o comportamientos concretos a cada género y defiende un supuesto origen innato. Cultura y entorno aparte, ¿hay diferencias determinantes que lo avalen?

El vínculo entre el género de un niño y unos rasgos o conductas determinados ¿es de causa-efecto? ¿Tiene algun componente estrictamente natural, biológico? Y en caso afirmativo, ¿hasta qué punto la cultura, el entorno, la educación, etc., modulan las diferencias físicas? El director de la cátedra de neuroeducación UB-EDU1ST de la Universidad de Barcelona, el doctor David Bueno, responde al ARA Criatures: "Hay un cierto componente natural en las diferencias –escasas, tengámoslo claro– entre niños y niñas en la niñez. Hay una base genética. Se conocen varias docenas de genes que funcionan de manera ligeramente diferente en el cerebro de niños y niñas y que, de alguna manera, condicionan aspectos de su comportamiento".

Bueno añade: "Un ejemplo claro son las diferencias hormonales. De media, por ejemplo, las niñas tienen más oxitocina que los niños (la hormona de la socialización, para entendernos). Siempre calculado de media, porque cada persona es diferente y no hay una frontera entre niños y niñas, sino un continuo. Ahora bien –y ahora, alerta–, culturalmente tendemos a acentuar estas pequeñas diferencias y, poco a poco, sus comportamientos divergen más. Pero es aprendizaje a través de la manera como los tratamos, nos los miramos, los juguetes que les regalamos, como los vestimos o qué valoramos más de sus actitudes. Aquí es donde surgen las diferencias más importantes". Es decir, son aprendidas: construidas.

La doctora Paula Molina, pediatra endocrinóloga integrante de la Unidad de Identidad de Género del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, especialista recomendada por la Sociedad Catalana de Pediatría, apunta: "El comportamiento de cada persona es el resultado de la interacción de múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales. Así, la expresión «Los niños son así, y las niñas, asá» refleja una lectura de nuestra sociedad que continúa siendo profundamente binarista y que mantiene los estándares normativos propios de la sociedad occidental, que, dependiendo de nuestro sexo, espera que expresemos el género de una determinada manera, y asigna a ciertos gustos, actitudes, aficiones, preferencias, etc., una categoría rígida: hombre o mujer. Las definiciones binarias no permiten reflejar todas las identidades de género". Y las hormonas, por cierto, son un elemento más, no el único: "No causan los comportamientos; son solo uno de tantos factores biológicos que están presentes".

El comportamiento de cada persona es el resultado de la interacción de múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales.

La ciencia no dibuja, pues, el género de los niños de color azul o rosa, sino de otros muchos colores. "Hay una base genética –remarca el doctor Bueno–, pero no es de blanco y negro (niño y niña), sino que establece una gran gama de grises con muchas confluencias entre niños y niñas". Sí que hay, sin embargo, características específicas en los cuerpos de ellos y de ellas que determinan, dice, algunas diferencias: "En la configuración innata del cerebro, donde hay varias docenas de genes que funcionan de manera ligeramente diferente; en algunos comportamientos como la socialización, que se ve estimulada por la oxitocina; en la forma de la glotis (por eso el timbre de la voz es ligeramente diferente); por supuesto, en la anatomía de los órganos sexuales (testículos/ovarios, etcétera)...".

Demasiado tópicos

Estos factores biológicos innegables, sin embargo, no justifican que se tienda a asociar a las criaturas a unos comportamientos, habilidades e intereses fijos si son niños, y a otros, igualmente fijos, si son niñas. A ello se refiere la doctora Molina: "Muchas criaturas rompen con los modelos tradicionales y las normas del comportamiento que entendemos como masculino o femenino; estas expresiones de género diversas o comportamientos de género no normativos no se tienen que interpretar como una oposición a la biología. El papel de la educación y el entorno en este sentido no tendría que ser oponerse a este comportamiento, sino reconocer un valor positivo en la diversidad".

La creencia de que los estereotipos de género tienen una base biológica incontestable, fatídica (que los niños son así y que las niñas son asá), continúa arraigada. David Bueno propone actuar para combatirla con argumentos estrictamente científicos: "En mi opinión, y aquí es opinión, no datos científicos como hasta ahora, subsiste porque nos resulta más cómodo pensar que no hay opción, que es una cosa que nos viene determinada, antes que pensar que todos tenemos responsabilidad por cómo los tratamos, los miramos, nos relacionamos con ellos. Es el sexismo oculto que permite, por ejemplo, que las niñas puedan elegir entre pantalones o faldas, y los niños, no".

Paula Molina explica: "Al largo de la historia, muchas veces la ciencia médica ha querido dar respuesta a cuestiones puramente sociales, y, a veces, ha sido utilizada como instrumento de control social ajustado a intereses políticos y sociales determinados. Actualmente, es un hecho objetivo comprobado por la ciencia que la presencia de hormonas sexuales o los diferentes niveles que tengan no se relacionan directamente con la presencia o no de conductas no normativas respecto al género o la orientación sexual. Así, la presencia de este comportamiento se tiene que entender como una manifestación más de la diversidad humana, y su explicación no tiene que motivar exploraciones médicas o pruebas complementarias".

La creencia que los estereotipos de género tienen una base biológica incontestable continúa arraigada.

Incluso durante el estallido hormonal de la adolescencia, los condicionantes biológicos actúan de lado con los culturales: la distancia biológica, indica Bueno, "se manifiesta desde el nacimiento; de hecho, desde la etapa fetal, donde ya se establecen conexiones neuronales guiadas por programas genéticos, pero se van acentuando culturalmente al crecer. Al llegar a la adolescencia hay un salto, con la producción de las hormonas sexuales, que, lógicamente, son diferentes en chicos y en chicas. Ahora bien: todos los estereotipos forjados antes tienen un peso importantísimo, y durante la adolescencia se continúan incrementando".

Molina concluye: "La construcción de la identidad de género y el libre desarrollo de la personalidad durante la infancia y la adolescencia no responden a cuestiones puramente biológicas y/u hormonales, puesto que la identidad de género evoluciona como una interacción de la biología, el desarrollo, la socialización y la cultura". Hay que tenerlo presente antes de perpetuar patrones caducos.

Un abanico, no un interruptor

¿Cómo incide todo esto en los niños y los adolescentes trans o con una identidad de género que no encaja con el binarismo ? El doctor David Bueno responde: "Como en cualquier otro aspecto. Hay factores genéticos (biológicos) y culturales. No hay dos categorías (niños y niñas), sino un contínuo entre dos extremos teóricos que asignamos a niños y niñas. Por eso, las escuelas que segregan por sexo son un problema para algunos niños. Si no encajas biológicamente en el patrón niño o niña y te obligan a ir solo con niños o niñas. Cuando sientes que tu lugar pertenece al otro grupo se pueden producir problemas psicológicos, por ejemplo de no autoaceptación, completamente innecesarios si aceptamos que, en materia de comportamiento, no hay ninguna frontera entre las personas".

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