“Si no ligábamos rápido cogíamos el coche y nos íbamos de putas”

¿Por qué los hombres pagan por sexo? Una cuestión de hedonismo, desigualdad y poder

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Un grupo de hombres, ante un prostíbulo de la Jonquera.
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BarcelonaEl papel de pared dorado es casi tan estridente como el reggaeton que suena, lo suficientemente fuerte para que las conversaciones tengan que ser a corta distancia. En la sala de la entrada, enmarcada por una barra larga, hay una veintena de chicas de entre veinte y treinta-y-pocos años, todas con talones y poca ropa, ajustada y flamante. La mitad mira el móvil con una cara de aburrimiento que el maquillaje no disimula. Una juega al Candy Crush; dos más, sentadas en taburetes, hablan entre ellas, y las otras lo hacen con media docena de clientes. Es un jueves tranquilo en el club de la calle Casanova de Barcelona, pero la cantidad de taxis aparcados fuera hace pensar que hay más hombres en el local, en las salas privadas y en las habitaciones con jacuzzi.

Tres clientes han venido solos y cada uno está con una acompañante, ninguno supera los 45 años. En unas butacas cerca de la entrada, tres amigos beben y ríen rodeados de trabajadoras. Rozan la cuarentena y van con camisa y zapatos; uno viste americana de lana con hombreras. Actúan como lo harían en una discoteca o un bar cualquiera: ríen, flirtean en un español sin acento extranjero, se acercan a las chicas. Disfrutan. Ellas les hacen mucho más caso que si se los encontraran en un bar cualquiera.

"Entre los 18 y los 25, con nuestros amigos, si no ligábamos rápido en la discoteca cogíamos el coche y nos íbamos de putas. O nos montábamos la fiesta directamente en el club, que ya hay bebidas", explica Joan [nombre ficticio, quiere mantener el anonimato], un directivo del Maresme de 35 años que ha consumido sexo de pago durante mucho tiempo. A partir de los 25 continuó yendo esporádicamente a algún burdel, pero mucho menos que antes. Pasó a consumir sexo de otro modo: "Si algún domingo por la tarde estaba aburrido, miraba internet y, si había alguna que me gustaba, quedaba".

La socióloga de la Universidad de Vigo Águeda Gómez Suárez, autora del libro El putero español, definiría a Joan como un putero de tipo "consumidor", los que suelen ser más jóvenes, que compran sexo como comprarían cualquier otro objeto. "Sí, es tratar a una mujer como un objeto de consumo, como pasa con una modelo, pero con unos términos contractuales diferentes", se justifica el directivo del Maresme. Gómez, informa Marta Rodríguez, también habla de puteros misóginos; de tipo cliente amigo, que buscan espacios amables en los que no los rechacen y malinterpreten las relaciones con las mujeres; y de arrepentidos, que acaban dándose cuenta de que las tratan como un producto.

Un estudio de los investigadores de la Universidad de Comillas Carmen Meneses, Antonio Rua y Jorge Uroz, hecho en 2018 a partir de una encuesta a 1.048 hombres de entre 18 y 70 años, hace otra clasificación. Habla de funners, que buscan divertirse; thingers, que quieren sexo sin implicación ni compromiso; couple seekers, que buscan pareja; riskers, a los que les atraen los comportamientos de riesgo, y personalizers , que quieren intimidad. Para el psicólogo de la asociación Conexus especializado en violencias machistas y masculinidad Heinrich Geldschläger, todos los compradores de sexo tienen una cosa en común: "La idea de tener el derecho y el poder, en forma de dinero, de tener el cuerpo de una mujer a su disposición". "Es una cuestión de desigualdad de género y poder –insiste–. Las mujeres no han sido socializadas en la idea que los cuerpos de los hombres están a su disposición".

El burdel de la calle Viladomat es más oscuro y más pequeño, y el reggaeton no suena tan fuerte. En una hora pasan tres clientes, todos por encima de los sesenta. Saben qué y a quién quieren y van directamente a la zona de reservados: cubículos de sofás azules polvorientos separados por cortinas del mismo color, y con una barra en medio para los bailes eróticos. Es que es un día flojo, pero Nicole explica que de clientes, ahí tienen de todos los tipos y edades. "El tópico de hombres mayores tipo Torrente no está actualizado –asegura Geldschläger–. No hay un solo perfil de consumidor, y uno de los que hay es el de joven hedonista que compra el cuerpo de una mujer sin compromiso".

Joan es uno de los hedonistas. Y sospecha que se ha aliado con víctimas del tráfico de personas, explotadas por mafias. "Cuando era más joven habíamos ido a locales de chinas que no te dan confianza que estén por voluntad propia, pero como no hablaban mucho castellano y no podías preguntar... No lo sabía seguro y no lo quería saber". Admite que sintió "pena y rechazo", pero, "como estaba con amigos, tenía ganas y eran baratas", aparcó las dudas.

Gómez dice que seis de cada diez hombres consumen sexo pagado. La encuesta de la Universidad de Comillas, una de las investigaciones más recientes, indica que el 20,3% lo han hecho alguna vez. Geldschläger explica que la mayoría de estudios "indican que entre uno de cada cinco y uno de cada cuatro hombres han pagado por sexo". Sea cual sea la cifra exacta, "es una cantidad muy importante" y "nos tiene que hacer pensar qué dice esto de nuestra sexualidad e identidad masculina, de cómo nos construimos como hombres".

Ya hace uno o dos años que Joan va de burdeles con sus amigos para beber y salir de fiesta pero sin subir a las habitaciones: "Me considero bastante cariñoso y la falta de amor hace que ya no me ponga caliente. Lo que realmente me acaba excitando es un abrazo, un beso, una caricia, y lo pueden hacer, pero se nota que es una actuación".

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