BarcelonaNacida en la isla de Mallorca hace 22 años, Carmen Joa entró en la prostitución poco antes de la pandemia para sacarse un extra para redondear los escasos ingresos que obtiene de una beca de estudios y de trabajos que le salen aquí y allá. No le da ninguna vergüenza explicar su historia, pero admite que dejaría de ofrecer su cuerpo a extraños a cambio de dinero si tuviera una alternativa que le permitiera vivir. En cuanto al modelo abolicionista o regulacionista, dice que se sitúa en una "posición intermedia" y que, en cualquier caso, el debate abierto le parece "ficticio" porque las profesionales del sexo acaban sin tener ni una única voz ni un único altavoz que luche por sus derechos.
¿El hecho que usted sea una mujer trans la ha empujado a la prostitución?
— Considero que por ser trans me he visto forzada a dedicarme a la prostitución, pero ver el ejercicio de la prostitución como un problema es un error porque es la consecuencia de la transfobia, como lo son la xenofobia o el racismo. A mí, en anteriores trabajos, mis compañeros se han burlado de mi porque soy una persona trans y han hecho del ambiente de trabajo un suplicio. Prostituirme es una forma de sacar dinero, como tantas otras.
¿Cómo empezó?
— Hace un par de años empecé a darme de alta en aplicaciones y páginas web específicas para ligar o de venta de ropa interior, por ejemplo. Ahí me ofrecía y hacía el primer contacto, concertábamos una cita para un contacto físico o practicábamos sexting [enviarse mensajes o fotografías de cariz sexual].
¿La prostitución se adapta y se camufla bien en la red?
— La prostitución se ha transformado con las nuevas tecnologías y las aplicaciones porque esto de salir a la calle es cada vez más difícil y da un poco de miedo. A mí me han dado más de un susto y he sufrido violencia por parte de algún cliente que no me ha querido pagar o me quería pagar menos.
Pero siendo tan joven, ¿no se plantea otra vida?
— En julio me gradué en Estudios de Género y ahora estoy estudiando un máster en filosofía, pero la beca no me da y me tengo que buscar la vida porque hoy por hoy solo puedo sobrevivir. Si me contrataran para un trabajo donde pudiera compaginar estudios o la investigación y me respetaran, estaría muy contenta, pero no lo veo ni probable ni cercano porque los trabajos que me ofrecen son muy precarizados. Ahora, por unos problemas de salud mental, solo hago trabajos puntuales porque soy consciente que no me beneficia estar en una actividad donde los clientes te piden unas cosas que me desagradan o directamente me degradan como persona.
¿Se ve así muchos años?
— Sí, es verdad que sí. Hace un tiempo trabajé en Mc Donald's y, aparte de que se reían de mí, me pagaban lo mismo por ocho horas que yendo por mi cuenta de trabajadora sexual unas pocas horas.
¿Las reticencias a vender cuerpo y sexo son solo un producto de la moral?
— Para mí el sexo es un puro trámite. Sobrevivo de la mejor manera comercializando mi cuerpo. Es una agresión, un sometimiento, igual que lo es trabajar nueve horas diarias por seis euros. El mercado laboral precarizado nos empuja y es cierto que quizás mi violencia es más visible, pero intentar colocarme en la categoría de víctima como hacen muchas abolicionistas es muy duro e injusto. Al final siempre somos las trabajadoras sexuales las que salimos malparadas y criticadas, pero nadie habla de los clientes y menos todavía les culpan de nada.