El primer profesor enano de España: "Mis alumnos adolescentes no se reían de mí: como ellos, yo también era un marginado"
Josep Maria Alaña asegura que nunca notó el rechazo de los alumnos ni de sus familias
BarcelonaEl primer día de curso se sentaba en un taburete y, mientras entraban los alumnos, les preguntaba si sabían quién era "el tal Alaña". Todos le decían que no y, cuando todo el mundo estaba en su lugar, él daba un salto y decía: "Alaña soy yo y soy vuestro profesor". De entrada, los alumnos se quedaban sorprendidos: su profesor medía 1 metro y 27 centímetros y solo podía escribir en la mitad baja de la pizarra. Al cabo de unos minutos, que él denomina "espacio de acomodación", el impacto se había desvanecido y ya hablaban de biología y de los exámenes. "Mis alumnos no se reían de mí. Es fácil de entender: los adolescentes se consideran marginados, y yo era un marginado. Se identificaban conmigo, yo era uno de ellos". Josep Maria Alaña es el primer docente enano de España.
Ahora ha resumido su experiencia en las aulas –como alumno y como profesor– en el libro Profe y enano. El orgullo de la diferencia (Octaedro Editorial). Diferencia es una palabra fundamental que atraviesa toda su trayectoria personal: "Para que las personas conecten entre ellas tienen que aceptar su igualdad y su diferencia. Mi argumento es que la igualdad solo aparece cuando reconocemos la diferencia". Y no siempre ha encontrado esta conexión. En la escuela, dice, se limitó a "sobrevivir". "El profesorado no tenía ninguna consideración conmigo", sentencia en el libro. Buscó refugio en "el grupo de los gamberros": "Era mi manera de protegerme. Me consideraban uno más". El paso por la universidad, donde empezó a estudiar biología, tampoco fue fácil: repitió el primer curso –sacó dos 0 en física y química y un 3 en matemáticas– y "reavivó el problema personal". "Nunca había estado con chicas tanto tiempo ni con tantas, y la verdad es que este shock me provocó muchos problemas, no solo políticos sino también personales, y afectivos. Nadie me invitaba a salir los sábados por la tarde o los domingos porque yo sobraba. La sensación de que sobras, de que nadie quiere saber nada de ti, no es agradable", explica en el libro.
La política, asegura, lo salvó, porque encontró el espacio de socialización que necesitaba en grupos clandestinos como Bandera Roja, primero, y el PSUC, después: "A alguien más lo pueden salvar el ajedrez, el club de coser, el deporte. Nos salva aquello en lo que no se nos pregunta cómo somos, sino qué hacemos. Nos salva la implicación en una cosa común, porque seas como seas eres parte de la cadena", resume. De hecho, fue precisamente por militancia política e ideológica que, cuando fue el primero de las oposiciones de su año, a finales de los 80, escogió el barrio de Can Tunis, en Montjuïc, para ir a dar clase. "Era una zona olvidada y abandonada de la Barcelona preolímpica, con muchas familias gitanas, pero donde las reglas de juego y de convivencia eran muy claras", asegura. Fueron años convulsos pero felices, dedicados a "convertir a los alumnos en ciudadanos" y hacer "política de educación". Alaña dice que le pareció mucho más difícil hacer de profesor, unos años después, en el Institut Jaume Balmes, en el Eixample: "Era un instituto que hasta entonces hacía una selección increíble de los alumnos, pero con la reforma de la ESO tuvo que aceptar a todo el mundo y empezar a coger a toda la pobreza escondida, que no había ido a clase". Más allá de la sorpresa, asegura que no sintió nunca el rechazo de los chicos y chicas, ni tampoco de sus familias: "No había problemas: yo confiaba en ellos, y ellos me ayudaban porque lo veían lógico".
Después de unos años dando clase, cambió las aulas por los despachos de la conselleria de Educación, donde trabajó en temas de formación del profesorado y de FP, como la creación del Institut Obert de Catalunya. Con la experiencia acumulada, ahora reflexiona sobre la situación educativa actual. Dice que uno de los "grandes dramas" del sistema es la evaluación, porque "se mide demasiado y se evalúa poco", y apunta que hay que tener más claro que "ni repetir curso es un fracaso ni pasar de curso es siempre un éxito". También le preocupa el bajo nivel de inglés y que todavía "no se sepa atender como es debido" a los estudiantes excelentes. Y, sin tapujos, habla del colectivo docente, al que conoce bien: vaticina que los horarios escolares tendrán que cambiar porque "siempre son para los profesores y nunca tienen un criterio pedagógico" y avisa de que la mayoría de profesores "se juegan el curso el primer día", porque quizás no son enanos pero tampoco tienen suficiente seguridad para afrontar una clase con 30 adolescentes. "Les recomendaría que estudiaran pedagogía, que quieran a los alumnos y que elijan esta salida si les gusta, no por dinero", afirma.
Más inclusión
En resumen, dice, en el sistema educativo "falta vocación, personalización del aprendizaje y profesionalización de las carreras docentes, pero no faltan contenidos". Alaña apunta también los ingredientes de la receta para hacer una escuela inclusiva como la que a él le habría gustado ir. "Hace falta un cambio de mirada, más recursos, más formación, individualizar el currículum, saber qué podemos pedirle a cada alumno. Lo más fácil es decir que hay alumnos que no pueden seguir el ritmo, pero ¿quién ha dicho que este ritmo lo tiene que seguir todo el mundo?" Y se atreve a pronosticar el futuro de las escuelas. "La escuela estará siempre, pero quizás tendrá otro papel y habrá muchas formas diferentes de escolarizar. Creo que servirá para jugar, para socializar y para aprender cosas en común, pero no todo tiene que pasar por la escuela ni tiene que estar ligado al rendimiento escolar".
Dice que, al fin y al cabo, él tiene una deuda con la sociedad, que le permitió estudiar en la universidad y trabajar en el sector público. Ha querido devolver esta "deuda social" colaborando con la ONG Casal dels Infants i Joves del Raval, donde ha trabajado con jóvenes emigrantes que han llegado solos a Catalunya. Los resortes de la vida de Josep Maria Alaña no caben en un solo libro ni en un solo artículo: ha sido docente, padre, activista político, escritor y también activista de la causa de los enanos, desde donde reclama romper "el estigma" hacia el colectivo pero también "erradicar el discurso del victimismo": "Si se sabe superar, la discapacidad no se ve, se ve la persona. Lo importante es aprender a vivir con la diferencia".