Salud

Atención domiciliaria: las manos amables de la salud

El ARA acompaña a una médico y una enfermera que visitan y atienden en casa a personas mayores con dificultades de movilidad y que requieren cuidados continuos

Cèlia Atset i Gemma Garrido Granger
5 min
La médico Marina y la enfermera Judit del programa de atención domiciliaria de la CABEZA de Vallirana haciendo una visita a un paciente que necesita apoyo respiratorio.

ValliranaLos catalanes vivimos cada vez más años pero lo hacemos con unas condiciones de salud más frágiles y mayor demanda de atención sanitaria. Aumenta la prevalencia de enfermedades crónicas –obesidad, diabetes, insuficiencias cardíacas, renales y pulmonares– y degenerativas –cáncer, demencia y Alzheimer– que pueden resultar incapacitantes. El rol de la atención primaria para garantizar una buena calidad de vida a estas personas es incuestionable, si bien las visitas a la consulta no siempre son viables. La alternativa es la atención domiciliaria (Atdom), un programa diseñado para los que requieren de manera puntual o prolongada una asistencia médica y enfermera en el hogar, sea porque tienen una edad avanzada, dificultades de movilidad, necesidad continuada de cuidados o viven en soledad y con carencias económicas. La salud y la atención social se dan la mano.

En Catalunya, la mayoría de los pacientes incluidos en el programa de Atdom son mujeres y tienen más de 64 años, según datos del departamento de Salud. El 54% sufren enfermedades crónicas complejas. La atención domiciliaria está liderada eminentemente por enfermeras, que dedican más de un tercio de su tarea asistencial a hacer domicilios. Con todo, la pandemia alteró los ritmos y circuitos de atención a la cronicidad y rompió la asistencia longitudinal; es decir, hizo imposible que un mismo equipo médico atendiera siempre al mismo paciente, y esto es importante porque así los profesionales conocen sus patologías, su estilo de vida, sus condiciones socioeconómicas, y sus valores, creencias y preferencias. Pero no todo el mundo que necesita este recurso puede acceder a él o lo hace con la frecuencia idónea. 

“La clave de la atención domiciliaria es la proximidad, que solo se logra si hay accesibilidad al personal sanitario”, dice Marina, médico en el equipo de Atdom de Vallirana (Baix Llobregat). “Si visitamos todo el día, es muy difícil encontrar tiempo para reunirnos y plantear casos, identificar situaciones y proponer soluciones”, añade. El ARA ha acompañado durante meses este equipo que se define como “un modelo especial”, muy humano y que aporta un bienestar físico y psicológico al paciente y su entorno pese a la escasez de recursos.

El equipo de Atdom de Vallirana hablando con Marta, la mujer y cuidadora principal de Antoni, que tiene 85 años y sufre demencia.

Marta (nombre ficticio) era enfermera y siente que es su responsabilidad cuidar de Antoni, su marido. Lo hace muy bien, pero cada vez se siente más superada: el hombre tiene 85 años y además de una salud física frágil sufre demencia y requiere muchas atenciones. Se siente cansada. "Necesito apoyo", admite a la médico y la enfermera, a quien siempre espera con muchas ganas. Cuando llegan a casa se siente acompañada. "Pensando en ti, cuando los cuidados se vuelven complejos en casa por la elevada demanda de atenciones, una residencia puede ser una buena opción", le plantea Marina, mientras Judit le hace las curas a Antoni. A ella le conmociona la idea, y el futuro que le espera. También se hace mayor. La médico intenta hacerle entender que siempre tiene que poder valorar nuevas opciones sin sentirse culpable. Hablarán con la trabajadora social del CAP para que se cite con Marta.

El equipo de medicina y enfermería familiar del CAP de Vallirana haciendo una visita a domicilio.
Ana, de 96 años, sufre un síndrome confusional y no quiere ingresar en el hospital

La visita y el seguimiento telefónico permite a Ana, de 96 años, vivir tranquila en casa y sentirse cuidada a pesar de su extrema fragilidad. Desde que tuvo que ingresar en el hospital sufre un síndrome confusional que le hace sentir desorientada y pensar en volver le estresa más, una de las causas del declive de conciencia. "En casa estoy muy bien, allá lo pasé muy mal", recuerda emocionada. La gente mayor como ella necesita controles rutinarios y hacerlos en el hospital les aporta un beneficio clínico muy pequeño a cambio de un desconfort muy importante. "En su caso la atención tiene que ser en casa y, si hiciera falta, decidiríamos si hace falta el desplazamiento", explica la médico. La prioridad es que no se sienta abandonada.

Roser tiene que esforzarse mucho para recordar qué ha comido. Lo consigue, pero las profesionales sospechan que tiene problemas de memoria. A partir de los 75 años las demencias avanzan muy deprisa. Desde el CAP acuerdan una visita en casa con la familia para hacerle unas revisiones más. La situación es delicada y la comunicación y la coordinación con el entorno son fundamentales. "A mí no me duele nada", dice Roser mientras pasean por el jardín de casa. Judit y Marina la acompañan y escuchan atentamente las historias de las plantas que cuida con tanto aprecio. Establecen un nexo con ella y su entorno.

Teresa murió en su casa tranquila y rodeada de sus seres queridos.

Son las nueve de la mañana. La familia de Teresa llama al CAP porque la ven inquieta. Es mayor y las profesionales sospechan que se acerca al final de su vida. El equipo de atención domiciliaria prepara una mochila con mórficos: plantearán a la familia una sedación paliativa para reducirle la conciencia y minimizarle el sufrimiento. Esperarán que puedan llegar todos los hijos. La emoción y los llantos contenidos llenan la habitación donde la mujer está tirada en la cama. Dormida. Respirando a intervalos. Sus seres queridos la acarician y le dicen que la quieren, que esté tranquila. Con mucho respeto, la enfermera explica a la familia cómo poner una dosis de morfina en caso de que lo necesite. La despedida puede durar horas, como máximo unos pocos días. Una vez la enfermera pone la primera dosis, se van para darles intimidad. A las 12 del mediodía vuelve a sonar el teléfono. Teresa ya descansa, ha podido marchar en paz, en su casa, con los suyos.

Judit cura la pierna de Jordi, de 72 años, mientras hablan de los cuadros del comedor.
Jordi tiene una herida venosa que le impide moverse y que requiere curas diarias.

Jordi tiene 72 años y necesita curas diarias en la herida venosa que tiene en la pierna izquierda. Tiene sobrepeso y una movilidad muy reducida y, por lo tanto, no tenerse que desplazar hasta el CAP lo es todo para él. Su mujer es quien habitualmente se ocupa de sus necesidades, mientras que la enfermera lo visita casi cada día para encargarse de los cuidados. El proceso es molesto, incluso doloroso, y mientras Judit trabaja lo intenta distraer recordándole consejos para vivir con calidad. Si detecta algún cambio en su estado de salud, lo comunica a su médico. Jordi es muy bromista y tiene talento para la pintura. Algunos de los cuadros colgados en la sala de estar son suyos y, como muestra de agradecimiento, le regaló uno a Judit. También le pide a Marina que elija uno, el que más le guste, para regalárselo.

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